domingo, 27 de octubre de 2013

La envidia a Mariana


Envidio a Mariana porque nunca supo qué son las penurias económicas.

El padre fundó la empresa metalúrgica más grande del pequeño país donde aún vive, ya retirado, jugando con sus nietos, sus perros y sus gatos, los que, a su vez, juegan entre ellos.

También envidié a Mariana porque bailaba maravillosamente. Nunca pude hablarle, pero mirarla era inevitable. Como si fuera un sol, varios girábamos en torno a ella. Por lo distante, yo vendría a representar a Plutón.

Su risa era contagiosa y también la envidiaba porque yo solo contagio mis bostezos.

Cursó Ingeniería de Sistemas en los cinco años previstos por la Universidad. Perdió dos exámenes porque se presentó a ellos sin haber dormido. Bailaba tan bien porque le gustaba mucho bailar.

Su papá quiso preparar a sus dos hijos mayores pero estos no querían saber nada con los negocios y se llevaban bastante mal con el viejo.

A pesar de su machismo, el empresario tuvo que pensar en Mariana y esta le aceptó el planteamiento, con mucho menos ceremonia de la que el padre esperaba. En seis o siete meses de trabajar junto a él, la joven captó la esencia de cómo ganar dinero con aquella fábrica de muebles metálicos.

Antes de que el dueño se retirara, Mariana le pidió que le consiguiera información sobre un empleado flaquito, de bigotes, serio y callado.

Obtenida la información, la joven lo llamó a su despacho y le dijo que lo deseaba para padre de sus hijos, sin que eso implicara ningún cambio en el nivel salarial y jerárquico dentro de la empresa.

A los dos días, los padres del joven le pidieron una entrevista y, muy prolijos y formales, se presentaron en el despacho a la hora agendada.

Le preguntaron a la propietaria sobre cuáles eran sus intenciones respecto al hijo y ella les repitió lo mismo que le había dicho al joven. Los ancianos se miraban sin saber qué decir. Finalmente, la saludaron con gestos ceremoniosos y se fueron.

Mariana entendió que en este terreno era incompetente. No era así que se resolvía su necesidad biológica de ser madre. Peor aún, el fracaso la estimuló para insistir con este infrecuente planteo.

El joven pidió ayuda al sindicato y la gerenta recibió una comitiva que le exigió  la inmediata suspensión del acoso al trabajador. Ella no podía creer que la seducción que nos mantenía a todos como sus satélites hubiera dejado de funcionar.

Claro que, después, no sé cómo hizo, pero apareció embarazada de alguien sobre el que no pude influir para que a ella le fuera un poquito mal y dejara de provocarme tanta envidia.

(Este es el Artículo Nº 2.062)


1 comentario:

Julia Abero dijo...

Leí y lo escuché. Discrepo profundamente con Ud. en cuanto a que el autor está presente en el relato: de ninguna manera; sencillamente el texto tiene un narrador en primera persona, protagónico, nada más.