Puede pensarse que el amor, por ejemplo entre padres
e hijos, suele surgir hacia quienes satisfacen nuestras necesidades.
Describiré algo que todos ya
conocemos, pero desde otro punto de vista, tan válido como el más popular, pero
que, por entrar en contradicción con el más popular, puede generar algún tipo
de rechazo entre quienes poseen el umbral más bajo de tolerancia a lo
diferente.
Está en la naturaleza humana
una necesidad muy intensa de tener hijos.
Los hombres y las mujeres
tenemos rasgos sexuales tan diferentes que, si bien compartimos esta necesidad,
no la sentimos de igual forma: los varones deseamos tener hijos para perpetuar
el linaje, (manifestado en el apellido), y las mujeres desean tener hijos
porque son quienes realmente los producen: el aparato reproductor de los
mamíferos está, en un 90%, instalado en el cuerpo de la hembra.
Por lo tanto, si varones y
mujeres necesitamos tener hijos, cuando los tenemos llegamos a la situación de
que nuestros hijos vienen a satisfacernos una necesidad; nuestros hijos nos
salvan de una carencia, de una frustración.
Salvando las distancias, los
hijos nos resuelven una necesidad de modo similar a como también nos las
resuelven los proveedores: productores de alimentos, de vestimenta, de
viviendas, vendedores de servicios de salud, de comunicación, de seguridad.
Ante este planteo es posible
decir que a nuestros hijos deberíamos pagarles por satisfacer nuestra necesidad
de tener hijos.
En los hechos, esto ocurre
pues, en casi todos los casos, los padres nos encargamos de atender lo que
nuestros hijos necesitan, realizando los esfuerzos físicos o económicos que
demanden, y en la medida que estén dentro de nuestras posibilidades.
Con esta presentación de lo
que todos conocemos, podemos concluir que el amor, (de padres a hijos y viceversa),
es un sentimiento que surge hacia quienes satisfacen nuestras necesidades.
(Este es el Artículo Nº 2.056)
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