Las metáforas, al
provocarnos una ilusión de sabiduría, nos mantienen equivocados pero
convencidos de que ya sabemos todo.
Cuando alguien «dice una cosa por
otra», o miente o usa una metáfora.
De esto deducimos que una metáfora es una mentira aunque, en los hechos,
no tiene por función falsear la realidad sino explicar, aclarar, ayudar a
entender al destinatario.
Las metáforas, cuya definición del Diccionario de la Real Academia
Española, dice: «Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a
otro figurado, en virtud de una comparación tácita; p. ej., Las perlas del rocío. La primavera
de la vida. Refrenar las pasiones», (las metáforas, repito) son especialmente
utilizadas como recurso didáctico porque la enseñanza debe apoyarse en lo que
el alumno ya conoce.
Cuando el maestro le enseña al niño qué es una nación, puede decirle que
es como su familia, solo que mucho más grande. En este caso: familia es una
metáfora de nación.
Volviendo al principio, si metáfora es «decir una cosa por otra», igual
que mentir, entonces es posible decir, por simple deducción, que para enseñar
tenemos que mentir.
Retomando el ejemplo anterior, no es cierto que una nación sea como una
gran familia. Una nación funciona de una manera muy distinta a como funciona
una familia.
Cuando en nuestra más tierna infancia recibimos esas maravillas pedagógicas, gracias a la cual podemos salir de la escuela con el
ánimo de demostrarle a todo el mundo cómo ahora lo sabemos todo sobre el
concepto «nación», el efecto hipnótico de la comprensión mediante una metáfora
puede acompañarnos hasta la muerte.
Las metáforas, a las que recurro muchas veces a pesar de lo
que estoy ahora diciendo en su contra, al instalarnos esa ilusión de sabiduría,
nos mantendrán equivocados pero convencidos de que ya sabemos todo.
(Este es el Artículo Nº 2.063)
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