Las frustraciones nos ayudan a
vivir, quizá somos longevos porque a menudo nos enfermarnos y sin ambas condiciones
viviríamos mal.
Alguien ha dicho que el ser
humano es un animal enfermo. Quizá no sería tan exagerado decir que el ser
humano es un animal un poco más enfermo que los demás.
Me parece que algo estamos
haciendo bien porque, si bien adolecemos de múltiples deficiencias,
vulnerabilidades, accidentes, somos una de las especies más longevas.
Claro que no podemos
compararnos con el ser vivo más longevo, al que se le calcula una edad de
100.000 (leyó bien: cien mil años). La Posidonia
oceánica (1), es un vegetal que se extiende en el fondo de Mar Mediterráneo y
que ocupa grandes extensiones.
También perdemos en expectativa de vida con varios árboles, pero los
humanos, enfermizos y todo, sobrevivimos a casi todos los animales que nos
rodean (perros, gatos, pájaros, peces, vacunos, equinos).
Estas reflexiones rodean a un tema que vengo comentándoles estos
últimos tiempos (2) y que refiere a la necesidad que tenemos de padecer algo de
insatisfacción, algo de frustración, para que nuestros deseos y necesidades
nunca se agoten totalmente.
No debería extrañarnos que nuestra predisposición a enfermarnos esté
asociada a esa longevidad que nos ubica entre los animales más duraderos.
En otra palabras: somos animales muy enfermos pero también somos
animales que vivimos más años que otros más sanos.
Es razonable establecer una relación de causalidad entre una y otra
característica, es decir: vivimos muchos años porque tenemos una mala salud.
Podría pensarse que si fuera cierto que nos conviene quedar un poco
insatisfechos y un poco frustrados con la satisfacción de nuestras necesidades
y deseos, las enfermedades son una fuente inagotable de insatisfacciones y
frustraciones.
En suma: quizá somos
longevos porque estamos muy expuestos a enfermarnos y esto es bueno.
(Este es el Artículo Nº 2.059)
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