viernes, 18 de octubre de 2013

La guerra entre los sexos



 
El acto de excitación sexual logra que la mujer vuelva violento al varón, quien la atacará para fecundarle un hijo.

Las guerras siempre terminan en algún acuerdo de paz y, eventualmente, si este armisticio es muy deseado por ambos bandos, alguien agrega la solemne declaración de «sin vencidos ni vencedores».

En otras palabras, en algún momento un bando comenzó a hostigar a otro porque entendió, sintió, le pareció que este lo estaba molestando, burlándose, atacando su honor. Cuando alguien dispara el primer tiro de fusil estalla la guerra y ya nadie puede saber ni cómo ni cuándo terminará.

La violencia desatada enardece a ambos contendientes, la muerte parece instalarse en los campos donde, hasta no hace mucho, pastaba el ganado y los agricultores cultivaban alimentos.

Como dije al principio, en algún momento ambos bandos comienzan a desear la paz porque el desgaste es preocupante. Esta gestión no suele estar a cargo de militares sino de diplomáticos: intelectuales con talento para negociar, para encontrar fórmulas conciliatorias que, si bien tienen efectos muy tangibles, calman los ánimos para que después todo vuelva a la normalidad, aunque nada volverá a ser como antes: aquella guerra habrá instalado cambios irreversibles, todos habrán aprendido la lección..., hasta que la historia futura genere las condiciones predisponentes de un nuevo «ajuste de cuentas».

Ahora pensemos esta descripción de lo que puede ocurrir entre dos pueblos vecinos, que se atacan furiosamente, con lo que puede ocurrir entre dos personas que desean utilizarse para que algo cambie entre ellos, para que sus vidas no vuelvan a ser como eran.

Cuando una mujer seduce a un varón, lo excita, lo irrita, lo vuelve violento. Lo estimula para que la ataque, la penetre, eyacule en su vagina y le fecunde un hijo.

Después de la fecundación, nada será como antes.

(Este es el Artículo Nº 2.053)

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