Es más fácil convencer a
matrimonios que a ciudadanos solteros. Es la receta maquiavélica infalible, que
defendemos como si nos beneficiara.
El instinto de conservación
nos gobierna a nivel individual y también a nivel de especie. No solo cuidamos
nuestra integridad física, sino que sentimos una fuerte vocación por tener por
lo menos un hijo.
Las mujeres tienen estos
instintos, (el de conservación individual y el de conservación de la especie),
más desarrollados que los varones. Parece coherente que así sea: si ellas
asumen el 80% del esfuerzo, significa que los varones nos encargamos del 20%
restante. Si estos porcentajes fueran reales, podemos asegurar que ellas se
esfuerzan cuatro veces más que nosotros (4 multiplicado por 20% = 80%).
La sobrecarga que ellas padecen está parcialmente
compensada por un umbral de tolerancia al dolor más alto que el de los hombres.
Por este motivo la percepción subjetiva de esfuerzo no conserva la proporción
de 80 y 20, sino que ellas, no solamente buscan quedar embarazadas sino que, en
muchos casos ayudan a los varones con todos los problemas que nos hacemos para
cumplir este exiguo 20%.
Sin embargo, que hombres y mujeres vivamos en parejas no es
más que una costumbre que a veces se ha convertido en obligatoria porque a los
gobernantes les conviene que sus gobernados andemos de a dos porque así somos más débiles y gobernables.
Retomo un comentario que hice en otro artículo (1) sobre
cómo el dualismo cartesiano, esa
creencia casi universal de que los humanos somos la suma de un cuerpo y un
espíritu, ha llegado hasta nuestros días como si fuera una verdad
incuestionable, porque creyendo eso somos más débiles y gobernables.
Es más fácil convencer a matrimonios que a ciudadanos
solteros. Es la receta maquiavélica (2) infalible, que defendemos como si nos
beneficiara.
(Este es el Artículo Nº 2.092)
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