En los sistemas
educativos nos enseñan 90% de teorías coherentes y 10% de prácticas
contradictorias. Conviene tenerlo en cuenta.
Los
docentes y los alumnos se vinculan en una relación de competencia.
Partamos
de la base de que en nuestra cultura, (y en casi todas), la acumulación de
conocimientos aporta rasgos de superioridad. Creemos que “vale humanamente más
quien sabe más”.
Si
bien los maestros están obligados a entregarles conocimientos a los estudiantes,
porque para eso les pagan, también desearían no ser superados por estos. En
otras palabras: los maestros cumplen con su tarea remunerada, pero no están
dispuestos a perder «valor humano» ante nadie.
La
prueba de esta aseveración está en la hipocresía con que a veces se dice que el
alumno debería superar al maestro. Esta no es, por supuesto, la intención de
nadie. Nadie desea ser superado por nadie. Los maestros son seres humanos,
obligados a enseñar cosas que saben, pero los que mejor se defienden saben que deben
“conocer un kilo para enseñar un gramo”, gracias a lo cual quede bien claro que
un alumno jamás podrá superarlos.
Pero,
para asegurarse más de que este peligro no debe atemorizarlos, los maestros
cuentan con un arma letal e infalible: las matemáticas. Gracias a esta
asignatura, que ellos tampoco conocen mucho, se aseguran de que los alumnos más
aventajados tengan que egresar reptando como gusanos ignorantes porque las
matemáticas les pulverizaron todas las veleidades de que algún día podrían
superar al maestro.
Todos estos comentarios, no solo intentan explicar por qué
los fracasos escolares en matemática son planetarios, sino también para
fundamentar algo mucho más amplio y profundo: que la realidad es como es y no
como debería ser.
En todos los sistemas educativos nos enseñan 90% de teorías
coherentes y 10% de prácticas contradictorias. Conviene tenerlo en cuenta.
(Este es el Artículo Nº 2.072)
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