domingo, 17 de noviembre de 2013

El valor de la mirada


Judy Garland integró un coro junto a sus hermanas con apenas treinta meses de edad. Seguramente, fue la cantante más precoz de la historia.

Las gemelas Quesmer comenzaron bastante más tarde, cuando ya tenían seis años.

Mariana y Mariangela eran hijas de un matrimonio mal avenido, pero que se mantuvo unido hasta que la muerte los separó. Las niñas sufrían este clima hogareño y hacían lo posible por encontrar tareas lejos de él.

A los ocho años se conocieron con un profesor de ballet que las amó como habría amado a todos los hijos que soñó engendrar, gestar y parir.

Si bien estaban dotadas para el baile y el canto, lo que más disfrutaban era mirarse en los espejos del salón donde el maternal profesor les daba clase.

Pero, lo que las marcó para toda la vida fue su debut en un teatro rural donde actuaron para colaborar con la escuela de la zona.

Al poco tiempo empezaron a llover contratos, camarógrafos, periodistas, publicaciones, pretendientes, fama, flores; pero sobre todo, grandes escenarios repletos de gente que las miraba con una sonrisa tallada en sus rostros.

Ninguna de las dos tuvo expectativas de formar una familia. Quizá no querían intentar lo que hicieron los padres con tan perturbadores resultados. También existe otra explicación: hubo un novio, que ahora no recuerdo de cuál, que se confundió por la semejanza entre ellas, generándoles tan hondo malestar que las llevó a resolverlo prometiéndose, públicamente, amor recíproco y eterno. Así lo hicieron y algunos decían que dormían en la misma cama.

No hay mucho para agregar en la extensa y exitosa carrera de estas hermanas. Dieron conciertos en casi todos los países del mundo, tenían una gran fortuna, en especial Mariana, pues era claramente más ambiciosa que Mariangela.

La fiesta que hicieron cuando cumplieron 80 años obtuvo la cobertura televisiva de todas las cadenas mundiales. Duró tres días, corrieron con todos los gastos de más de dos mil invitados y, por supuesto, actuaron, fueron ovacionadas, admiradas.

Sin embargo, dos años después, Mariangela comenzó a tener olvidos repentinos que las llenaron de horror. Por primera vez comenzaron a diferenciarse, sobre todo en la actitud frente a los invitados. Mariana continuaba siendo una diva, maravillaba a todos con un glamour delicioso, quizá más notorio ahora por el contraste con la insidiosa pérdida de vitalidad que se verificaba en Mariangela.

De todos modos, Mariana decidió repetir los festejos para cuando cumplieran noventa. Lamentablemente, eso no fue posible porque la hermana falleció con ochenta y ocho.

Todos esperaban el derrumbe de Mariana, pero no fue así. Festejó los 90 años con sorprendente alegría. Hasta los médicos estaban extrañados de tanta vitalidad.

Finalmente, cuando habían pasado tres meses del faraónico festejo, Mariana no se despertó. «Pasó de un sueño a otro», dijeron varios periodistas, haciendo alarde de su apatía para pensar algo nuevo.

Al poco tiempo del fallecimiento se develó el misterio de la vitalidad de Mariana. Cuando un corredor inmobiliario visitó la lujosísima mansión, encontró, detrás de un cortinado, una puerta secreta. Luego de bajar tres escalones y encender una luz, pudo verse un teatro privado, en el que estaban sentados, con lujosos vestidos, maniquíes en actitud de espectadores. Al activar otra llave, los ojos de estos se encendían con estimulante admiración.

(Este es el Artículo Nº 2.083)


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