Observemos que la opinión
que tenemos sobre la confiabilidad de nuestros pensamientos es generada por el
mismo cerebro que evaluamos.
¿Por qué es tan sencillo
calmar un dolor corporal ingiriendo un calmante de venta libre y es casi
imposible liberarnos de la angustia, la ansiedad, la incertidumbre?
Desde mi punto de vista, la
mente humana no puede ver aquello en lo que no cree. Si no fuera porque creemos
en la existencia de objetos tangibles, como es por ejemplo un jarrón lleno de
flores, no veríamos los jarrones.
En otras palabras: vemos los
jarrones porque creemos que existen objetos tangibles, fabricados por el ser
humano o por la Naturaleza.
Cuando creemos que los humanos
somos la suma de un cuerpo y un espíritu estamos condicionando nuestras
actitudes suponiendo que el dualismo cartesiano es verdadero (1). Como los
científicos son seres humanos, tan sometidos a las creencias como cualquier de
nosotros, la industria farmacéutica ha encontrado soluciones para las
dificultades somáticas y no ha encontrado soluciones para la parte intangible,
espiritual.
No descartaría que el rezago
tecnológico que padecen la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis
obedezca a que, inconsciente o conscientemente, creemos en la existencia de un
espíritu misterioso, mágico, celestial, místico, inaccesible, perteneciente a
una realidad superior, a otro mundo.
Estamos en minoría quienes suponemos que el
espíritu (alma) es una producción cerebral, una sensación subjetiva, un invento
que se convalida por consenso, pues todos, de una u otra manera, tenemos un
cerebro que segrega ese tipo de pensamientos, con tal intensidad que los homologamos,
los consideramos verdaderos y dignos de ser integrados a nuestras decisiones.
Observemos que esa homologación, esa
confirmación, es producida por el mismo órgano que evaluamos. Nuestro cerebro
se convierte en juez y parte.
El
cerebro dice que él piensa bien y que debemos creerle.
(Este es el Artículo Nº 2.085)
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