El matrimonio monógamo y la escasez impuesta por la pobreza
son formas de conservar el rigor disciplinario impuesto por la madre.
En otro artículo publicado hoy (1) les comento
que probablemente sea bueno para la salud vivir en la escasez, pero que contar
con lo suficiente como para satisfacer nuestras necesidades y deseos resulta
ser indudablemente placentero.
Ya he comentado en este blog que «somos hijos del rigor» y que «nos
oponemos a los cambios perjudiciales».
En la
primer etapa de vida, y en el mejor de los casos, estamos rigurosamente
atendidos por nuestra madre, la que con rigor nos indica qué debemos hacer y
qué no debemos hacer. Esta situación explicaría por qué «somos hijos del
rigor».
Cuando
crecemos deberíamos abandonar aquella vigilancia materna para empezar a
hacernos responsables de nuestro bienestar, pero este cambio, para muchos, es
displacentero y por eso se resisten. Esta situación explicaría por qué «nos
oponemos a los cambios perjudiciales».
Quienes no
quieren abandonar los cuidados maternos, quienes no quieren autorregularse,
independizarse de la administración materna, tratarán que alguna otra condición
externa a sí mismos remplace a la mamá.
Una de esas
condiciones es la pobreza económica. Para evitar los perjuicios que provocan
los abusos (de comida, de diversión, de actividad sexual), la pobreza económica
suele ser efectiva: si no tenemos dinero seguramente tendremos que ajustar
nuestra conducta.
Otra de
esas condiciones es la monogamia. Si voluntariamente nos comprometemos a tener
vida íntima con una sola persona estaremos replicando el formato básico de la
relación madre-hijo.
El cónyuge
(esposo o esposa) de una pareja monógama equivale a la exclusividad monopólica
que detenta la madre.
Avenirse a
este régimen voluntariamente es una manera de imponerse la disciplina que se
considera necesaria pero imposible de cumplir sin alguna fuente de rigor
externa. Es seguir siendo niño/a.
(Este es el Artículo Nº 2.073)
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1 comentario:
Tiene Ud. toda la razón. Dice: "El cónyuge (esposoo esposa)" y es así: una mujer es capaz de almorzar en Rumi con su ex-amante, y diez horas después puede escuchar con paciencia a su esposo, y trece horas después es capaz de tener buen sexo con su amante actual. Si ni lo hiciera así, sería aburrido.
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