sábado, 30 de noviembre de 2013

El innecesario deseo del escritor


Quienes estudian un libro pueden intentar conocer el deseo del autor así como pretendieron conocer el deseo de su mamá.

Nuestra madre es un personaje tan imprescindible como angustiante.

Con ella aprendemos a amar.

Este sentimiento gregario tan fuerte, importante y que, si contamos con la suerte suficiente, sentiremos a lo largo de toda la vida, nos permite participar en vínculos personales con nuestros familiares, cónyuges, hijos, compañeros de trabajo, colegas.

No podemos dejar pasar la ocasión para agregar que el sentimiento de amor que nos inspiró nuestra madre y que tendremos por el resto de la vida, está íntimamente asociado a la conveniencia: amamos a nuestra madre porque ella nos resolvió oportunamente algo que nos causaba malestar (angustia, dolor, preocupación). Por lo tanto, siempre reaparecerá nuestro amor ante quienes nos provean calidad de vida emocional, tangible, práctica.

Con nuestra madre, no solo aprendemos a amar sino que también aprendemos qué se siente cuando queremos saber qué desea quien nos provee esa calidad de vida tan necesaria y que querríamos controlar.

Si la madre fuera un varón, quizá sería fácil saber qué quiere, pero la anatomía y la fisiología de ellas son tan complejas que intentar entenderlas es como intentar reparar un transbordador espacial contando solo con un destornillador y una pinza.

Cuando nos enfrentamos a un texto difícil de comprender, recaemos en aquella antigua incertidumbre y lo primero que se nos ocurre es tratar de interpretar qué fue lo que quiso decir el confuso escritor.

La tarea es correcta en el niño con su madre, pero incorrecta en el adulto. Este no tiene por qué averiguar qué quiso decir el autor sino que debería conformarse con autoobservar qué ideas le sugiere el texto. Sus propias ideas son las que le importan. Las que tuvo el autor ya no importan.

(Este es el Artículo Nº 2.096)


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