En nuestra especie todos
tenemos los mismos sentimientos, pero somos afectivamente distintos porque la
intensidad de cada sentimiento es diferente.
Para explicarle a mi sobrino
de 11 años cómo es la psiquis de los humanos le dije que se parecía a un
ecualizador, como el que él tiene en su equipo de audio.
Claro que mi ejemplo fue muy
imperfecto y rudimentario porque después, al consultar en Wikipedia qué es un «ecualizador»,
descubrí que no sé bien qué es y, además, tampoco logré entender la
explicación.
Imaginemos entonces que un «ecualizador» es un dispositivo que permite
seleccionar una por una las notas de sonido que amplifica. En lugar de tener
una sola perilla que, haciéndola girar aumenta o disminuye todo el volumen de
la música que sale por los parlantes, con un ecualizador podríamos aumentar o
disminuir el volumen de cada nota musical que compone la melodía que deseamos
escuchar.
Por lo tanto, este ecualizador imaginario no deja de ser un conjunto de
potenciómetros (controladores de volumen) que afectan cada nota musical.
La psiquis está compuesta por todos los sentimientos propios de nuestra
especie. Concretamente me refiero al amor, odio, envidia, celos, rencor,
venganza, y muchos más que todos conocemos bien.
Si estos sentimientos fueran notas musicales podríamos pensar que la
personalidad de cada uno estaría caracterizada por qué volumen tienen
habitualmente en nuestra mente: algunos aman mucho y envidian mucho, otros
odian mucho pero también son capaces de grandes pasiones amorosas, los hay muy
celosos, capaces de las venganzas más terribles, y todas las infinitas
combinaciones que se pueden realizar variando el volumen de los sentimientos básicos.
Esta rudimentaria explicación tiene el beneficio de ser
fácilmente entendible.
Una conclusión interesante que podríamos extraer es que
todos somos afectivamente iguales, pero nos diferenciamos por la intensidad de
cada afecto.
(Este es el Artículo Nº 2.075)
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