domingo, 3 de noviembre de 2013

La fiesta de las cebras


Los primeros en llegar fueron los gemelos, con traje y camisa blanca, lentes con armazón gris oscuro, corbatas negras.

Antes de cerrar la puerta llegaron los músicos. Ya habían venido a dejar los instrumentos, pero salieron no sé adónde. Quedaron parados y conversaban animadamente. Los gemelos también se quedaron parados, pero no dialogaban, solo miraba las paredes, los muebles, los artefactos de luz, los instrumentos.

Luego llegaron dos parejas que no se conocían entre ellas. La que entró primero venía en plena discusión. La mujer, una negra de belleza recortada, le hacía advertencias propias de madre castradora a su compañero, un rubio inquieto, que a todo le decía que sí sin dejar de mirar a los que habían llegado.

Los de la otra pareja eran de raza negra; el varón, enorme en ancho y altura, la mujer, flaca y casi tan alta como él. Le dieron un beso a la empleada que abría la puerta y la mujer le dio una palmadita en los vistosos glúteos de la uniformada.

La muy alta y delgada se colgó del cuello de su obelisco e intentaba bailarlo, como si hubiera alguna música lenta. Él le acariciaba la espalda con una manaza que se la abarcaba casi totalmente.

Media hora después llegaron otros, que por la manera de gesticular, eran sordomudos. Sin detenerse a saludar a nadie, fueron a sentarse en una sofá suficiente para los dos y nadie más.

Después llegó una pareja de homosexuales, lujosamente vestidos, con muchas alhajas y un perfume tan intenso que colmó las instalaciones.

Los músicos tomaron sus instrumentos y comenzaron a interpretar una música conocida y pegadiza.

Luego llegaron un hombre y una mujer que se habían encontrado en el ascensor. No podían salir de la sorpresa.

Tres mujeres uniformadas aparecieron con unas bandejas que traían cócteles, muy coloridos y adornados.

La alta y delgada ahora se movía al ritmo de la música. Los que se habían encontrado en el ascensor se comportaban como si se conocieran de toda la vida.

Aparecieron otras personas, solas y en pareja.

Se inauguraron las primeras risas fuertes, los primeros saludos de amor exagerado y los primeros platos con alimentos sólidos y humeantes.

La que se encontró en el ascensor con quien se conocía de toda la vida pidió un vaso con coca-cola.

El sonido comenzó a subir y llegó a la sala una cantante que, paseándose entre los asistentes, cantaba y bailaba con mucha sensualidad.

Los que se reencontraron en el ascensor se envolvieron en una pesada cortina para que él pudiera hablar por teléfono con la madre y en la conversación supimos que esta mujer era su cuñada. Cuando salieron de entre las cortinas, él olvidó subirse el cierre del pantalón.

Todos comenzaron a gritar «¡cebras! ¡cebras!» y entró una mujer con un vestido rayado, portando una bandeja negra con muchas líneas de cocaína, para que los interesados se sirvieran.

A cinco horas de haber comenzado, el tema musical siempre fue el mismo, pero cada vez lo bailaban con mayor entusiasmo, como si estuvieran descubriéndolo de a poco.

Cerca de las tres de la madrugada, los gemelos seguían gesticulando como si fueran uno solo y los sordomudos ya marcaban el ritmo con todo el cuerpo, sin parar de «hablar» con gestos.

Mira parte de la fiesta: M People interpreta Moviéndome

(Este es el Artículo Nº 2.069)



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