Podemos disfrutar «gratis» muchos juegos en
línea (en Internet), pero por sus
prestaciones más divertidas terminaremos pagando unos cuantos dólares.
Cuando era un niño de 9 años,
vivía en Montevideo, capital de Uruguay.
No tenía muchas necesidades
porque mis padres podían satisfacerlas, pero me inundaban los deseos
insatisfechos: juegos, música, viajes, libros, ropa.
Hoy pienso que aquello quizá
fuera algo que les ocurría a muchas personas porque existía un sistema de
ventas que, en esencia, se parecía a otro que está comenzando a popularizarse.
Era frecuente que algunos
vendedores se dedicaran a dejar en cada casa un paquete, envuelto en papel
transparente (celofán), que contenía varios artículos, por ejemplo: dos o tres
peines diferentes, un pequeño espejo, ondulines para el peinado femenino,
pinzas para el cabello. En algún lugar también se nos informara el precio.
Dos o tres horas después de
haber dejado estos productos, los vendedores
volvían a pasar para retirar el dinero o el paquete, según el dueño de
casa comprara o no la oferta.
Atormentado por la acumulación
de tantos deseos insatisfechos, yo tenía la creencia que aquel envoltorio era
un regalo y, paradójicamente, también sentía que necesitaba aquellos objetos
para algo que no sabía bien qué era, pero los «necesitaba».
En este estado, pensaba que mi
madre era una mujer fría, insensible, despiadada. ¿Cómo podía devolver aquellos
objetos valiosísimos que alguien nos estaba regalando? ¿Cómo podía ofender a
alguien devolviéndole lo que nos había entregado? ¿Cómo podía dejar a su hijito
adorado sin esos productos imprescindibles para cualquier niño de 9 años?
Todo cambia para que siga
igual.
Ahora podemos disfrutar «gratis» muchos
juegos en línea, al alcance de quien quiera tomarlos, disfrutarlos,
divertirse con ellos sin cargo.... Ya
irán apareciendo algunos anuncios tan tentadores que nos harán pagar unos
cuantos dólares por aquel juego gratuito.
(Este es el Artículo Nº 2.067)
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