domingo, 10 de noviembre de 2013

El placer del retorno


Apasionada por la natación y el surf, Mariana desapareció una tarde de otoño cuando, seguramente, no habría podido resistir la tentación de ir a la playa, aprovechando lo que acá llamamos una sudestada.

Se trata de un viento bastante intenso, proveniente del sudeste, generalmente acompañado por lluvias fuertes.

Somos varios los que disfrutamos de este fenómeno, especialmente en la Rambla Sur, donde las olas, al golpear contra las rocas y un muro relativamente bajo, se levantan varios metros y bañan la vereda, la calzada y a quienes, caminando o en automóvil, pasen por ahí.

Para Mariana este espectáculo no constituía un mero disfrute sobrecogedor: para ella era un atractivo irresistible largarse mar adentro para surfear sobre las impresionantes olas, infrecuentes con el clima habitual.

Sus padres y amigos habíamos abandonado la misión imposible de disuadirla, describiéndole de todas las formas imaginables el peligro extremo al que se exponía.

En aquella tarde, nuestras tristes profecías se cumplieron. Mariana no volvió.

Tres días después recibimos la noticia de que un pesquero asiático había encontrado un cuerpo flotando donde, supuestamente, el Río de la Plata desemboca en el Océano Atlántico.

La Prefectura Naval envió una lancha rápida y a las cuatro horas volvió con el cuerpo envuelto en una bolsa verde. Fue depositada sobre una camilla y, antes de la media noche, la médica Teresa Pereira firmó el parte de defunción por inmersión, sin siquiera acercarse a la enfermería.

Temprano en la mañana llegaron dos amigos de Mariana para realizar la identificación del cadáver y reconocieron que, efectivamente, era ella. Cuando ya estaban yéndose, una de las amigas se detuvo y le dijo a su compañero: «Felipe, Mariana no estaba pálida, tenía las mejillas rosadas».

Volvieron sin ser vistos y corrieron el cierre de la bolsa. Mariana tenía los ojos abiertos. La joven se asustó, pero enseguida se repuso. — ¿Me oís, Mariana? —le preguntó con voz de cómplice.

La nadadora sonrió feliz, pudo despegar los labios arrugados por el agua oceánica y respondió:

— ¿Qué hacés, Laura, dónde estamos?

La muchacha le dijo al amigo que tenían que irse de ese lugar. Abrigaron a Mariana con una túnica blanca y se fueron sin que nadie los viera.

La náufraga estaba contenta, los miraba con amor, tenía hambre y se fueron a un barcito donde le pidieron su menú preferido: café con leche en vaso grande (capuchino) y dos media-lunas.

La comida le sentó de maravilla, sonreía con un disfrute enorme. En pocos minutos aparecimos tres amigos más.

— Quiero abrazarlos—, dijo mientras se levantaba y así lo hizo con cada uno de los cinco.

En Facebook, el estudiante de veterinaria puso que, al abrazarla, sintió olor a maderas marinas, la que cocina comida para los obreros de una fábrica dijo que se sintió envuelta por un ángel, el NINI (ni trabaja ni estudia) fue besado en el cuello y comentó que algo hermoso lo recorrió de pies a cabeza, el separado de su mujer hace poco describió la dureza de los senos contra su pecho y yo sentí que su cuerpo vibraba.

Cuando Mariana volvió a desaparecer en la siguiente sudestada, NINI puso: «Aquel fue un abrazo de despedida. Era una sirena y nadie se dio cuenta».

(Este es el Artículo Nº 2.076)


1 comentario:

María Antonia Díaz Vázquez de Soto dijo...

El video-comentario me dio ganas de leer el cuento, y el cuento me puso la piel de gallina!