Apasionada por la natación y el surf, Mariana
desapareció una tarde de otoño cuando, seguramente, no habría podido resistir
la tentación de ir a la playa, aprovechando lo que acá llamamos una sudestada.
Se trata de un viento bastante
intenso, proveniente del sudeste, generalmente acompañado por lluvias fuertes.
Somos varios los que
disfrutamos de este fenómeno, especialmente en la Rambla Sur, donde las olas,
al golpear contra las rocas y un muro relativamente bajo, se levantan varios
metros y bañan la vereda, la calzada y a quienes, caminando o en automóvil,
pasen por ahí.
Para Mariana este espectáculo
no constituía un mero disfrute sobrecogedor: para ella era un atractivo
irresistible largarse mar adentro para surfear sobre las impresionantes olas,
infrecuentes con el clima habitual.
Sus padres y amigos habíamos
abandonado la misión imposible de disuadirla, describiéndole de todas las
formas imaginables el peligro extremo al que se exponía.
En aquella tarde, nuestras
tristes profecías se cumplieron. Mariana no volvió.
Tres días después recibimos la
noticia de que un pesquero asiático había encontrado un cuerpo flotando donde,
supuestamente, el Río de la Plata desemboca en el Océano Atlántico.
La Prefectura Naval envió una
lancha rápida y a las cuatro horas volvió con el cuerpo envuelto en una bolsa
verde. Fue depositada sobre una camilla y, antes de la media noche, la médica
Teresa Pereira firmó el parte de defunción por inmersión, sin siquiera
acercarse a la enfermería.
Temprano en la mañana llegaron
dos amigos de Mariana para realizar la identificación del cadáver y
reconocieron que, efectivamente, era ella. Cuando ya estaban yéndose, una de
las amigas se detuvo y le dijo a su compañero: «Felipe, Mariana no estaba pálida,
tenía las mejillas rosadas».
Volvieron sin ser vistos y corrieron el cierre de la bolsa. Mariana
tenía los ojos abiertos. La joven se asustó, pero enseguida se repuso. — ¿Me
oís, Mariana? —le preguntó con voz de cómplice.
La nadadora sonrió feliz, pudo despegar los labios arrugados por el agua
oceánica y respondió:
— ¿Qué hacés, Laura, dónde estamos?
La muchacha le dijo al amigo que tenían que irse de ese lugar. Abrigaron
a Mariana con una túnica blanca y se fueron sin que nadie los viera.
La náufraga estaba contenta, los miraba con amor, tenía hambre y se
fueron a un barcito donde le pidieron su menú preferido: café con leche en vaso
grande (capuchino) y dos media-lunas.
La comida le sentó de maravilla, sonreía con un disfrute enorme. En
pocos minutos aparecimos tres amigos más.
— Quiero abrazarlos—, dijo mientras se levantaba y así lo hizo con cada
uno de los cinco.
En Facebook, el estudiante de veterinaria puso que, al abrazarla, sintió
olor a maderas marinas, la que cocina comida para los obreros de una fábrica
dijo que se sintió envuelta por un ángel, el NINI (ni trabaja ni estudia) fue
besado en el cuello y comentó que algo hermoso lo recorrió de pies a cabeza, el
separado de su mujer hace poco describió la dureza de los senos contra su pecho
y yo sentí que su cuerpo vibraba.
Cuando Mariana volvió a desaparecer en la siguiente sudestada, NINI
puso: «Aquel fue un abrazo de despedida. Era una sirena y nadie se dio cuenta».
(Este es el Artículo Nº 2.076)
●●●
1 comentario:
El video-comentario me dio ganas de leer el cuento, y el cuento me puso la piel de gallina!
Publicar un comentario