domingo, 6 de noviembre de 2011

Desafortunado en el amor

Entre lágrimas maternales y un enojo paternal, Osvaldo se fue para la capital.

Estaba triste, muy triste. Empezaba a cumplir su sueño pero dejar su pasado en medio de tantas emociones dolorosas le amargaba la vida.

Al llegar a la capital lo estaba esperando una tía joven, hermana del padre, que en poco rato le dio una gran noticia: el viejo la había llamado para pedirle que ayudara al muchacho.

La tía, casi tan joven como Osvaldo, se lo llevó para la casa y comenzó a mimarlo como una madre porque esa fue la orden que creyó recibir del hermano.

Osvaldo sintió un gran alivio de que el padre siguiera siendo como siempre: severo pero de buen corazón, callado pero compañero, durísimo pero sensible como la madre.

La tía interpretó que la venida de su sobrino era un motivo de diversión y en pocas horas organizó varias salidas, visitas, bailes, reuniones.

Pero el muchacho traía otros planes. Le siguió la corriente por pura cortesía pero al otro día ya estaba en la facultad de abogacía haciendo los trámites de inscripción.

Pasaron los meses y los años. Osvaldo tenía una idea fija que cumplía a raja tabla: terminar los estudios, trabajar y formar una familia con dos o tres hijos.

Todo andaba bien excepto en los sentimientos: varias amigas de la tía y compañeras de estudio eran muy amables con él, pero ninguna lo conformaba. Las chicas más atractivas y simpáticas no lograban hacerlo soñar.

Cuando terminó los estudios hacía un año que integraba un equipo de abogados prestigiosos La situación económica era mejor de lo esperado, pero la madre de sus hijos no aparecía.

De a poco se fue dando cuenta que la persona que realmente lo atraía era la empleada doméstica de la tía: una señora algo mayor pero aún joven, afrodescendiente y sin novio.

La idea fue creciendo hasta que tomó la determinación de formar un hogar con esta mujer que seguramente nunca habría pensado que tendría la oportunidad de convertirse en la esposa de un próspero abogado.

Pero el doctor sobreestimó lo que ofrecía. Cuando le declaró su amor junto con la propuesta matrimonial, la mujer se puso a llorar y pidiéndole por favor que no la dejara sin trabajo, le respondió que no le atraían los hombres blancos.

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9 comentarios:

Javier dijo...

Cuántas veces sobreestimamos lo que ofrecemos, imaginando además que eso es 'justo' lo que el otro precisa.

Carolina dijo...

Todo daba a sospechar que la candidata era la tía joven, maternal y solícita.
Pero usted, como siempre, nos sorprende.

Nazareth Inglese dijo...

La vida dejó de ser amarga
con Sucralosa.
Tómese un té
y hágase la osa!

Facundo Negri dijo...

Estudiar, trabajar, casarse y formar una familia es lo más común del mundo, pero a tan pocos se les da...

Roberto dijo...

Me gusta, me gusta: un anti-culebrón!

Natalia dijo...

Supongo que Osvaldo no la habrá dejado sin trabajo, pero supongo que para evitar la tentación y disminuír el dolor, tendrá que haberse mudado.

Ingrid dijo...

No es fácil reconocer a la persona que nos va a dar lo que andamos precisando. Como el amor nos atrae pero a la vez nos provoca temor, el olfato nos engaña. Cuántas veces nos enganchamos con el menos adecuado!!

Yoel dijo...

Creo que Lacan dijo que no existe el hombre blanco.

Anónimo dijo...

Qué curioso; mire que casualidad. Mi empleada es blanca y yo soy negro. Ella a mí no me atrae, pero descubrí que me espía cuando me desvisto.