lunes, 18 de abril de 2011

Revaloricemos la mentira

La mentira tiene mala fama, popularmente es condenada, nadie confiesa ser mentiroso, aunque en los hechos es solicitada por la supuesta víctima.

Suele ser una criterio inteligente, bienvenido y aceptado que los especialistas en ciencias políticas y los historiadores reconocidos como confiables, engañen a la población para beneficiarla.

A nivel menos colectivo, todos estamos de acuerdo con las falsas expectativas que habitualmente generan los médicos.

Para confundir mejor nuestra moral y sentido común, nos resulta muy difícil darnos cuenta que las víctimas de la mentira son muchas menos de las que aparentan.

Efectivamente, tanto a nivel de poblaciones como de paciente, estamos pidiendo que nos mientan, porque intuimos con razón, que

— conocer la «verdad» nos causaría gran dolor y preocupación;

— este gran dolor y preocupación no tendría ningún beneficio porque en la mayoría de las circunstancias perjudiciales y penosas, es poco o nada lo que podemos hacer para impedirlas;

— evitamos recibir la verdad para no cargar con la responsabilidad que ella nos impone. Bajo el pretexto de la ignorancia podemos evadir costos, esfuerzos, riesgos;

— otro beneficio que tenemos cuando un gobernante o un médico nos mienten y nos damos cuenta, es que indirectamente nos autoriza a que actuemos de igual forma bajo la consigna «Si ellos lo hacen, por qué yo no». Todos tenemos experiencia sobre cuánto puede ayudarnos omitir ciertas confesiones;

— mentir también es saludable para conservar los vínculos cuando inteligentemente los vinculados saben que están permitidos los maquillajes de la realidad, el uso moderado de la falsedad, la diplomacia no académica y silvestre cuya intención sea beneficiar la convivencia.

En definitiva, ya tenemos suficientes motivos para decir que cuando recibimos datos falsos de gobernantes, médicos o seres queridos, lo que en realidad están haciendo es no defraudarnos.

En suma: Existen las mentiras piadosas y también las generosas, complacientes.

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La sinceridad de inmerecido prestigio

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12 comentarios:

Leticia dijo...

No pido que me mientan; trato de no ahondar en la verdad.

Norma dijo...

Las mentiras complacientes se descubren fácil.

CHECHU dijo...

NO ME GUSTA

Yannet dijo...

Decir la verdad puede aliviar, cuando sabemos que el otro de todos modos va a descubrirla.

Elbio dijo...

La verdad es infructífera cuando el que oye no puede escuchar.

Magdalena dijo...

Lo ideal sería no necesitar la verdad del otro.

Maruja dijo...

Los psicoanalistas nos alientan a buscar la verdad. Ud es psicoanalista. Yo no entiendo nada.

Alicia dijo...

Con respecto al comentario de Maruja, pienso que el psicoanalista te alienta a conectarte con tu propia realidad; con la verdad de uno mismo. El psicoanálisis no propone la indagación detectivesca de las verdades del otro; aunque estas verdades se refieran a nosotros mismos.

Amanda dijo...

El tema planteado por Alicia es interesante. Llevando el tema a la relación de pareja, que me interesa en forma prioritaria, pienso en toda la energía y angustia que destinamos a dar con las verdaderas intenciones del otro, los verdaderos sentimientos del otro, la verdadera vida del otro... Todo esto tiene que ver con la necesidad de apropiarnos de aquella persona que nos da seguridad porque nos hace sentir queridos. Tenemos la certeza de que nuestro universo se vendría abajo si descubriéramos que aquella persona en la que depositamos tanto afecto, tiene con nosotros un vínculo débil.

Augusto dijo...

Pensando en lo que dice Amanda, creo que en las parejas se llega a un momento en el que se tiene plena certeza del amor del otro. El problema es que con eso no nos alcanza. Después de que advertimos que en realidad nos ama, exigimos exclusividad, y nos la ingeniamos para volver a sentirnos inseguros. "Hasta no estar seguro de que soy el único, no podré saber si me ama en realidad". Creo que cuando llegamos a este punto (común a la mayoría de las parejas), traspasamos el límite, nos olividamos de esos valores que decimos defender, como la libertad y el respeto. Amamos de una manera egoísta, no logramos despegar del modelo infantil.

Alba dijo...

Sé que miento, aún sin darme cuenta. Otras lo hago a sabiendas pero no le doy mayor importancia. Hay mentiras que salen espontáneamente y no nos ponen en aprietos morales. Pero también hay otras mentiras que amenazan bajo la forma de tentaciones. Buscamos eludirlas, mantenernos firmes en la verdad, porque esas son las mentiras que se enriedan con los asuntos más importantes de nuestra vida.

Lorena dijo...

Una mentira generosa puede desembocar en que te muelan a golpes.