Imaginemos por un momento que somos inmortales.
Aunque en el fondo es lo que desearíamos porque nuestro instinto de conservación nos obliga a conservar la vida sea como sea, razonablemente podemos darnos cuenta que no habría forma de consolarnos, entretenernos, tener objetivos, metas, entusiasmo.
Todo podría quedar para después. Nos daría lo mismo ahora que luego.
Si logramos aceptar que la vida eterna es insoportable, podemos aceptar también que la vida plena, la calidad de vida y hasta la felicidad, dependen de una u otra forma, de la muerte, de saber que todo puede terminar en cualquier momento.
Esto también vale para el tiempo de vida del que disfrutamos.
En general tratamos de alejarnos de todo tipo de cambio, de la incertidumbre y del riesgo.
Procuramos que todo siga igual eternamente (en este caso, eternamente para los mortales significa «mientras estemos vivos»).
Si pudiéramos administrar nuestras vidas con objetividad y racionalidad, podríamos concluir que evitar la incertidumbre es una mala opción.
Cualquier situación que se nos presente como para toda la vida, sería (y lo es en los hechos) tan desmoralizante, aburridora, depresiva como la inmortalidad.
Un divorcio, el egreso de nuestros hijos hacia la constitución de sus respectivas familias, la culminación de una etapa laboral (jubilación), podrían vivirse con más satisfacción (o menos angustia) si pudiéramos comprender que esos eventos no hacen más que enriquecer, fertilizar, estimular nuestras vidas.
Los cambios son situaciones que nos tonifican pero que el instinto de conservación no quiere y por eso molestan tanto.
Es probable que cada vez que nos abocamos a elaborar un duelo debido a ese tipo de pérdidas, este trabajo sea menos pesado, largo y penoso si pudiéramos entender cuánto contribuyen a que nuestra vida sea más divertida, intensa, apasionante.
A esto, algunos le llaman asumir la castración.
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10 comentarios:
Si fuésemos inmortales (y nuestro estado de salud no declinara) tendríamos siempre nuevas cosas que aprender y a las que dedicarnos.
El mundo evoluciona a tal velocidad, que no podemos aprovechar ni un 0,5% de todas las posibilidades nuevas que aparecen constantemente. La inmortalidad permitiría adentrarse en un 10% de lo nuevo y también de lo pasado, que conocemos tan poco (digo esos porcentajes, groseramente, de manera ilustrativa).
Mi postura es que nos frustra tanto saber lo corta que es nuestra vida, saber que "se pasa volando" y que puede terminar en cualquier momento, que una de las formas usadas para consolarnos es pensar en lo horrible que sería la inmortalidad.
Es cierto que si tuviéramos presente lo vulnerables que somos y que nunca sabemos cuánto puede quedarnos de vida, nos esforzaríamos más en vivirla plenamente.
Me preocupa cuánto tiempo de nuestra vida es desperdiciado en arruinar momentos que podrían haber sido agradables, si nuestro carácter y nuestra madurez, nos lo hubiesen permitido.
Es muy interesante lo que plantea Yoel. Creo que algo útil puede ser estar atentos y cortar esas situaciones antes de que sigan avanzando. Frecuentemente las utilizamos para descargar todo lo que no hemos dicho en mucho tiempo, y no las hemos dicho porque entendemos que debemos ser tolerantes. Y es cierto que debemos ser tolerantes, pero se cae de maduro que podemos decir lo que nos molesta, de una manera comprensiva y equilibrada, en el momento que nos está molestando.
La idea es simplemente tratar de frenarse cuando uno empezó a explotar (antes de explotar es muy difícil, pero si se logra, mejor).
A mí los cambios que más me molestan, son los cambios que no nos queda otra que hacer cuando nos regalan ese vestidito tan horrible, o tan grande, o tan chico.
El inmortal que dejara todo para después, sería aquel que no se entusiasmara con nada.
Creo que más le tememos al cambio, la incertidumbre y el riesgo, en la medida que más le tememos al sufrimiento.
La mayoría de los humanos deseamos tener hijos. Y los hijos son para toda la vida. A pesar de que por momentos quisiéramos desaparecerlos por un buen rato, perderlos es un dolor irreparable.
Pienso al contrario. Cuando se le da poco valor a la vida, no se le teme a la incertidumbre. No nos importa qué pueda pasar, total, pase lo que pase, en una vida hueca los cambios no cambian demasiado.
Si nos animáramos a aceptar la incertidumbre, podríamos tomar un montón de decisiones que nos beneficiarían enormemente.
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