Con el demonizador título de «Enemigo Público Número Uno» nuestra contradictoria cultura llena de gloria y de dinero a los peores delincuentes.
Aunque suene insólito, en el
fondo más reservado de nuestra psiquis sentimos que más prestigioso que el
Premio Nobel o que el Oscar, es ser «Enemigo público número uno».
Esa condecoración le fue otorgada por primera vez al legendario mafioso Al Capone en 1930, cuando en una lucha con su
competidor ametralló contra un muro a siete personas.
A cualquier psicoanalista se le llena la cabeza de infinitas
interpretaciones al saber que esa masacre ocurrió un Día de San Valentín (día
de los enamorados para los anglosajones).
84 años después de aquella consagración que los gobernantes
de Chicago le concedieron a Al Capone, nuevamente elevan al podio de los peores
al narcotraficante mexicano Joaquín «El Chapo» Guzmán.
Quizá para conservar la proporcionalidad con la creciente
población mundial, este delincuente ha matado a miles de personas, en forma de daños colaterales a la importación de cientos de toneladas de
marihuana, cocaína, anfetaminas y heroína.
Nuestras mentes aman las competencias, las luchas, los
enfrentamientos, sin importar que sean verdaderos o virtuales.
Me rectifico: si las muertes son verdaderas las preferimos a
las ficticias.
Esas toneladas de estupefacientes que entran a Estados
Unidos atienden pedido concretos de ciudadanos consumidores que trabajan
honestamente para tener dinero y comprar sustancias que exciten su cerebro
placenteramente.
La divertida competencia se produce porque a unos cuantos
gobernantes se les ocurre oponerse a que esos ciudadanos consumidores que
trabajan honestamente hagan con sus vidas lo que les dé la gana.
La prohibición aumenta el interés, la demanda, los precios,
el lucro y el interés por participar en el negocio del tráfico ilegal.
Nuestra contradictoria cultura llena de gloria y de dinero a
los peores delincuentes.
(Este es el Artículo Nº 1.882)
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario