domingo, 21 de abril de 2013

Personalidad provisoria



 
Hacía días que Ernesto tenía un malestar difícil de describir con precisión aunque, en términos muy generales sentía que «ya no era el mismo».

Los amigos más tontos y mediocres le preguntaban si ya había consultado al médico y eso le provocaba un cierto alivio porque recuperaba el rasgo de reírse de esa estúpida costumbre.

Los amigos más inteligentes solo fruncían el ceño preocupados para terminar levantando las cejas en señal de resignación.

Su amiga la informática, la vanguardista, la futuróloga, la que solo se interesaba por la tecnología más avanzada, le preguntó: «¿Ya consultaste en la Oficina de Identificación Civil?».

Ernesto pensó que era una broma pero Mariana no gastaba bromas con quienes le planteaban un problema serio.

— ¿Y de qué manera podrían ayudarme en esa dependencia del Ministerio de Policía? —le preguntó a Mariana.

— Se creó hace poco y tiene por cometido ayudar a los ciudadanos que padecen problemas de identidad, es decir, que comienzan a sentir que «ya no son los mismos» —respondió la amante de lo que vendrá.

— Necesito que me expliques un poco más porque no te entiendo —dijo el hombre que comenzaba a creer, con muchas reservas, dudas y resistencia.

— Ellos saben absolutamente todo sobre quién fuiste porque están conectados al computador que almacena la biografía completa de cada ciudadano. Al ingresar tu solicitud ellos te retienen el documento de identidad y te entregan otro provisorio mientras trabajan con el tuyo —continuó explicando Mariana, con la serenidad de quien sabe de qué está hablando.

— ¿Me entregan otro documento de identidad provisorio? ¿Qué es eso, Mariana? —preguntó muy asombrado Ernesto.

— Sí, el que te entregan es de algún ciudadano fallecido caracterizado por su buen funcionamiento mental. Al egresar del edificio sentirás un leve cambio corporal y no tendrás la sensación de que «ya no sos el mismo» porque realmente no serás el mismo —agregó Mariana, sonriendo levemente al observar la cómica cara de incredulidad de su amigo.

— El «Ernesto» que yo era jamás habría tomado en serio tu sugerencia, pero me siento tan inseguro que utilizaré los servicios de esa oficina —dijo el hombre, notoriamente apesadumbrado por tanta credulidad.

— Es una gestión que conviene hacerla acompañado por alguien que te conozca con tu personalidad original, ¿querés que te acompañe? —ofreció ella en tono fraternal.

Así sucedió y cuando Ernesto, mejor dicho, José, salió de la oficina, Mariana estaba ansiosa por saber cómo sería la nueva personalidad de su amigo.

Ella lo miró a los ojos y tuvo un mal presentimiento, luego se dejó guiar por él y cuando la tomó de la mano para ingresar a una iglesia, pensó: «¡Uh, qué mala suerte! Ocurrió lo que más temía».

(Este es el Artículo Nº 1.874)

1 comentario:

Manuel dijo...

¡Exquisito.!