Hacía días que Ernesto tenía un malestar difícil de describir con precisión aunque, en términos muy generales sentía que «ya no era el mismo».
Los amigos más tontos y mediocres le preguntaban si ya había consultado
al médico y eso le provocaba un cierto alivio porque recuperaba el rasgo de
reírse de esa estúpida costumbre.
Los amigos más inteligentes solo fruncían el ceño preocupados para
terminar levantando las cejas en señal de resignación.
Su amiga la informática, la vanguardista, la futuróloga, la que solo se
interesaba por la tecnología más avanzada, le preguntó: «¿Ya consultaste en la
Oficina de Identificación Civil?».
Ernesto pensó que era una broma pero Mariana no gastaba bromas con
quienes le planteaban un problema serio.
— ¿Y de qué manera podrían ayudarme en esa dependencia del Ministerio de
Policía? —le preguntó a Mariana.
— Se creó hace poco y tiene por cometido ayudar a los ciudadanos que
padecen problemas de identidad, es decir, que comienzan a sentir que «ya no son
los mismos» —respondió la amante de lo que vendrá.
— Necesito que me expliques un poco más porque no te entiendo —dijo el
hombre que comenzaba a creer, con muchas reservas, dudas y resistencia.
— Ellos saben absolutamente todo sobre quién fuiste porque están
conectados al computador que almacena la biografía completa de cada ciudadano.
Al ingresar tu solicitud ellos te retienen el documento de identidad y te
entregan otro provisorio mientras trabajan con el tuyo —continuó explicando
Mariana, con la serenidad de quien sabe de qué está hablando.
— ¿Me entregan otro documento de identidad provisorio? ¿Qué es eso,
Mariana? —preguntó muy asombrado Ernesto.
— Sí, el que te entregan es de algún ciudadano fallecido caracterizado
por su buen funcionamiento mental. Al egresar del edificio sentirás un leve
cambio corporal y no tendrás la sensación de que «ya no sos el mismo» porque
realmente no serás el mismo —agregó Mariana, sonriendo levemente al observar la
cómica cara de incredulidad de su amigo.
— El «Ernesto» que yo era jamás habría tomado en serio tu sugerencia,
pero me siento tan inseguro que utilizaré los servicios de esa oficina —dijo el
hombre, notoriamente apesadumbrado por tanta credulidad.
— Es una gestión que conviene hacerla acompañado por alguien que te
conozca con tu personalidad original, ¿querés que te acompañe? —ofreció ella en
tono fraternal.
Así sucedió y cuando Ernesto, mejor dicho, José, salió de la oficina,
Mariana estaba ansiosa por saber cómo sería la nueva personalidad de su amigo.
Ella lo miró a los ojos y tuvo un mal presentimiento, luego se dejó
guiar por él y cuando la tomó de la mano para ingresar a una iglesia, pensó:
«¡Uh, qué mala suerte! Ocurrió lo que más temía».
(Este es el Artículo Nº 1.874)
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1 comentario:
¡Exquisito.!
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