sábado, 27 de abril de 2013

No ganan los buenos sino los fuertes



 
La Primera y la Segunda Guerra Mundial no fueron ganadas por los más buenos sino por los más fuertes.

En la primera mitad del siglo 20 Europa estuvo conmocionada por dos grandes guerras que pusieron en peligro valores muy importante para nuestra especie, sobre todo la vida de millones de personas.

Hubo líderes políticos y militares tan influyentes que aún hoy conservan su mala fama: Adolf Hitler y Benito Mussolini.

Después que terminó la Segunda Guerra Mundial, para todos quedó claro quiénes eran los ganadores pero hasta que eso no ocurrió, nadie sabía qué le deparaba el futuro.

Si Hitler y Mussolini hubieran ganado la contienda el mundo hoy sería otro y en vez de condenarlos furiosamente como hacemos, estaríamos llenando de oprobio a los perdedores.

Todos los grandes personajes que tomaron partido a favor de los que terminaron derrotados también fueron perdedores y por eso hoy no los recordamos, sus logros cayeron en el olvido, sus valiosos aportes tomaron fuego junto con el fracaso de sus autores.

La inmadurez emocional de los humanos nos hace funcionar como niños malhumorados, belicosos, hiperactivos, incontinentes, necios.

Quizá algún día reconozcamos que el peor error del nazismo (liderado por Hitler) y del fascismo (liderado por Mussolini) provino de que fueron vencidos por una cooperativa de ejércitos de varios países (los Aliados).

Esta sumatoria de fuerzas terminaron con las ambiciones imperialistas de los dos grandes líderes, pero no ganaron porque tenían razón, ni eran más inteligentes, ni estaban iluminados por algún ser superior, ganaron porque lograron sumar más fuerza, más violencia, más poder de fuego.

Ambos bandos están compuestos por lo mejor y lo peor de nuestra especie y es nuestra necedad infantil la que nos hace creer que ganaron los buenos y perdieron los malos. No: ganaron los fuertes y perdieron los débiles.

(Este es el Artículo Nº 1.880)

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