La Primera y la Segunda Guerra Mundial no fueron ganadas por los más buenos sino por los más fuertes.
En la primera mitad del siglo
20 Europa estuvo conmocionada por dos grandes guerras que pusieron en peligro
valores muy importante para nuestra especie, sobre todo la vida de millones de
personas.
Hubo líderes políticos y
militares tan influyentes que aún hoy conservan su mala fama: Adolf Hitler y
Benito Mussolini.
Después que terminó la Segunda
Guerra Mundial, para todos quedó claro quiénes eran los ganadores pero hasta
que eso no ocurrió, nadie sabía qué le deparaba el futuro.
Si Hitler y Mussolini hubieran
ganado la contienda el mundo hoy sería otro y en vez de condenarlos
furiosamente como hacemos, estaríamos llenando de oprobio a los perdedores.
Todos los grandes personajes
que tomaron partido a favor de los que terminaron derrotados también fueron
perdedores y por eso hoy no los recordamos, sus logros cayeron en el olvido,
sus valiosos aportes tomaron fuego junto con el fracaso de sus autores.
La inmadurez emocional de los
humanos nos hace funcionar como niños malhumorados, belicosos, hiperactivos,
incontinentes, necios.
Quizá algún día reconozcamos
que el peor error del nazismo (liderado por Hitler) y del fascismo (liderado
por Mussolini) provino de que fueron vencidos por una cooperativa de ejércitos
de varios países (los Aliados).
Esta sumatoria de fuerzas
terminaron con las ambiciones imperialistas de los dos grandes líderes, pero no
ganaron porque tenían razón, ni eran más inteligentes, ni estaban iluminados
por algún ser superior, ganaron porque lograron sumar más fuerza, más
violencia, más poder de fuego.
Ambos bandos están compuestos
por lo mejor y lo peor de nuestra especie y es nuestra necedad infantil la que
nos hace creer que ganaron los buenos y perdieron los malos. No: ganaron los
fuertes y perdieron los débiles.
(Este es el Artículo Nº 1.880)
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