Las creencias son ideas creadas automáticamente por nuestra psiquis para compensar algún desequilibrio, aliviar algún malestar, calmar la angustia en general, contrarrestar temores reales o imaginarios.
Las creencias son proporcionales al temor que intentan compensar.
Una creencia es una verdad inventada que le brinda a su poseedor la sensación de que las cosas son como la creencia describe.
Una creencia puede ser evaluada por la escasez de datos objetivos y demostrables que la componen.
Por ejemplo, temo enfermarme, sufrir dolores, incapacidad, dependencia y muerte. Convivo con este miedo y mi creencia consiste en que la medicina es muy eficiente, con escaso margen de error diagnóstico o terapéutico.
Como no estoy obsesionado con este miedo sino que sé que está en mí y pocas veces viene a mi mente o me provoca pesadillas, entonces mi creencia en los poderes curativos de la medicina también son moderados.
A su vez, creo constatar objetivamente que la medicina realiza curaciones sorprendentes, pero que a veces deja secuelas o no puede curar un simple resfriado.
Si algún día comienzo a enfermarme cada vez más seguido y mi hipocondría se dispara, aumentará también mi creencia en la omnipotencia de la misma medicina que hoy evalúo con un relativismo displicente.
El miedo a no ser amados, incluidos, considerados, protegidos, acompañados para satisfacer nuestro instinto gregario, lo compensamos bastante bien conservando el narcisismo que debimos abandonar junto con la niñez.
Efectivamente creemos ser agradables, hermosos, inteligentes aunque la constatación objetiva de esta suposición sea difícil o imposible.
Imaginemos cuán ineficiente es un adulto que necesita aferrarse a creencias infantiles.
Obsérvese además la paradoja: el miedo al abandono nos induce la creencia de que somos deseables.
Algo similar ocurre con la creencia en Dios, cuyas grandiosas aunque indesmotrables posibilidades sugieren la existencia de un miedo a vivir igualmente grandioso.
●●●
11 comentarios:
Quiero creer que Uruguay seguirá siendo un país respetuoso de la ecología y la democracia...Es que pensaba mudarme allí! Y ahora que leo el apocalipsis, dudo.
Cómo engañan las apariencias! Conozco personas que viven apelando a montones de creencias y parecen tan seguras de si mismas.
Hay creencias para todos los gustos: para los culpógenos, para los noveleros, los jugadores, los inocentes, los justicieros, los obsesivos y para mí.
Yo no tengo ninguna creencia. Siempre me he dedicado a las ciencias. Me manejo con hipótesis, no con certezas.
Germán ciertamente cree en la ciencia.
Dentro del mundo de la moda, dicen que soy la que me manejo con criterios más objetivos.
Lo mío es terrible porque le tengo un miedo espantoso al dolor, la dependencia y la enfermedad, pero no le tengo fe a los médicos.
Creo que antes del temor al abandono, está el temor de no ser deseables. Lo pienso al revés de como ud. lo plantea.
Creer en dios sirve para el miedo a vivir y para el miedo a morir.
En realidad sirve para casi todo.
Si la hipocondría se dispara, seguro que se hiere, se le infesta la herida, se le salen los puntos y resive algún golpe justo allí.
Se deben sufrir unos dolores tremendos y todo tipo de dificultades, en caso de sufrir un accidente que te deje sin cara.
Tiene que ser así, porque las personas que reciben transplante de rostro quedan tan calamitosas, pero a su vez tan felices, que seguro debió ser espantoso lo anterior.
Publicar un comentario