En este artículo reflexionaré sobre dos temas:
1) Cuando el hombre no da su nombre, puede ser irresponsable; y
2) El vocablo anomia significa tanto «olvido de los nombres» como «ausencia de normas».
El 90% de las personas corremos el riesgo de convertimos en antisociales cuando tenemos asegurado el anonimato.
Muchos delitos no se comenten por temor del transgresor a ser descubierto.
Muchos delitos si se comenten porque al transgresor no le importa ser descubierto o —peor aún—, desea ser reconocido por ese acto delictivo.
Existe un mismo vocablo para designar dos fenómenos diferentes. Anomia es:
1) el desorden neuropsicológico que impide recordar el nombre de los objetos o de las personas; y también
2) la falta de respeto hacia las normas de convivencia (ensuciar lugares públicos, evadir impuestos, desconocer el orden de una fila).
A veces decimos el hombre para referirnos genéricamente a cualquier ejemplar de nuestra especie (por ejemplo: «el hombre es un animal de costumbre») y es una interesante coincidencia la similitud gráfica que existe con la frase el nombre.
Esta similitud gráfica (se diferencian sólo por una pequeña rayita vertical de la letra «h») nos permite suponer que el nombre y el hombre pueden ser conceptos equivalentes y hasta sinónimos para nuestro intelecto.
De acá podemos deducir que cuando usamos nuestro anonimato (cuando no exhibimos nuestro nombre), lo que estamos haciendo es prácticamente convertirnos en fantasmas, en personas no reconocibles por la sociedad, por lo tanto no responsables como ciudadanos, capaces de ignorar las normas de convivencia (anomia), hacer uso y abuso de objetos que no nos pertenecen, comportarnos de manera antisocial.
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13 comentarios:
Cuando en el trabajo no recuerdan tu nombre sentís que estás pintado al óleo.
El hombre está antes que el nombre, ergo si tengo nombre, existo.
O sea que la anomia social no tiene nada que ver con el anonimato que caracteriza a la vida en grandes ciudades?
La costumbre de los animales llamados hombres es dejar todo tirado.
También es cierto que el 90% de las personas corremos el peligro futuro de olvidar los nombres.
Todos vivimos un momento de anomia cuando vamos al baño del restaurante, pero luego tiramos de la cadena y a otra cosa.
Yo desconozco el orden de las filas pero sé cual es mi lugar.
Si le bandalizo el mobiliario público, siempre le dejo la firma.
No me gusta exhibir mi nombre porque soy muy celosa.
Un tipo que no me acuerdo estuvo de acuerdo conmigo en perpetrar un atentado pero olvidamos la fecha.
Uno de los fines que cumplen las cicatrices de los cortes carcelarios hechos en los brazos, es ser reconocido como delincuente.
Ser peligroso para la sociedad es un signo de poder.
A todos mis perros (ahora tengo 5), les pongo nombres de persona: Beto, Patricio, Gerónimo, Berta, Simona.
Los perros son personas que no necesitan hablar.
Hasta que quedé embarazada, creí que la gente siempre le daba un asiento, pero me desilusioné.
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