De ellos se podría decir que eran mitad comerciantes y mitad bandidos aunque los infaltables simplificadores acotarían que con decir comerciantes ya es suficiente.
La tarde era serena pero para perfeccionar el silencio habían arriado las velas para acallar el ruido que ellas hacen al moverse.
El humo de las pipas lo demostraba sin dudas: el aire estaba allí pero no se movía.
El río, hiperactivo por naturaleza, quizá dormía o estaba entretenido con algo.
Sus pensamientos no andaban muy lejos uno del otro. El mayor pensaba que la vida no tenía sentido viviendo con su familia sin que los vinculara algo más que la costumbre y el más joven pensaba qué feliz sería si la maravillosa mujercita a la que amaba finalmente aceptara dejar a sus padres y viniera a vivir con él.
Como les decía, los pensamientos eran muy próximos, tanto como lo están ambas caras de una misma moneda.
Ellos se ganaban la vida cruzando un río que tenía gente en ambas márgenes. Los habitantes de uno y otro lado decían lo mismo: «en la orilla de enfrente se vive mejor que acá».
Los barqueros habían captado la equivocación de unos y otros. Esa ilusión pudieron convertirla en una fuente de ingresos.
Cierta vez el más joven se puso a decir en voz alta que los habitantes de uno y otro lado eran muy tontos imaginando que la felicidad estaba cruzando el río, pero una fulminante mirada del más viejo cerró herméticamente la boca alcoholizada que arriesgaba la continuidad del negocio.
Estos comerciantes decían lo mismo de cada lado: «La mercancía que tu me entregas es muy poco valiosa en comparación con la que yo te traigo de la orilla maravillosa». Con este argumento las ganancias eran enormes.
La vida de ellos era muy simple y ganaban mucho dinero pero no se habían enriquecido porque cuando iban a buscar diversión que los sacara de esta aburrida rutina de cruzar el río cargados de mentiras, ilusiones y esperanzas, se encontraban con que los que le ofrecían ese anhelado regocijo les decían que el dinero no vale tanto porque no hace la felicidad mientras que un momento de verdadero placer es inolvidable.
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11 comentarios:
Este parece un cuento con temas antiguos pero con formato moderno. Quiere enseñarnos sin aburrir.
Un relato melancólico, filosófico y mágico que nos deja pensando.
Mire, yo crucé la frontera, sobreviví y la verdad no me arrepiento nadita.
El muy jodeputa me la cerró tan hermética que ya no me pasa ni una birra.
Para mí la moraleja está clara: amigo, quédese donde está y aproveche lo que le tocó. Eso sí, tenga la sabiduría suficiente como para discernir si lo que le tocó no es una verdadera mierda.
Es cierto, el dinero va y viene, pero en el medio ME ENTRETIENE!
No estaba durmiendo, me entretenía bajándole la falda a la luna.
A una familia la unen lazos muy fuertes: el amor, el trabajo compartido, penas, alegrías, deudas y contratos.
Mis pensamientos también andan todos cerquita. Suelen reunirse alrededor del signo de pesos.
O sea que los barqueros que tenía LA guita, no podían conseguir un momento de placer en ninguna de las dos orillas! Eso sí que es trágico.
Los cubanos están en una isla y muchos de ellos piensan que la maravilla está cruzando el mar y en todas las orillas.
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