No hace mucho publiqué un artículo titulado Palabras que curan donde les comentaba que la ciencia se acerca a confirmar que los fenómenos anímicos (pensamiento, sentimientos, deseos) son también una función orgánica en la que participan neuronas, hormonas, fenómenos eléctricos.
En esa publicación centraba mi atención en comentarles el poder curativo del psicoanálisis suponiendo que la relación afectiva de diálogo entre un analista y un analizante, produce cambios orgánicos permanentes.
Más recientemente, en otro artículo titulado Soy libre de hacer lo que deba continuaba el tema del origen orgánico de nuestras conductas para concluir que esta constatación científica demostraría que el libre albedrío es una construcción social creada para poder encontrar culpables y suponer que las dificultades propias de la convivencia se solucionan mediante un castigo ejemplarizante.
Seguramente usted conoce personas que no la dejan hablar porque la interrumpen alegando por ejemplo que si no lo dicen en ese momento después se olvidan.
Quienes no dejan hablar porque sólo hablan ellos podrían ser ejemplos de cómo el hecho de hablar, no sólo es curativo dentro de un encuadre psicoanalítico sino que también lo usamos para aliviarnos. Quien nos interrumpe padece un dolor que sólo se alivia si habla cuando encuentra alguien que lo escucha.
Otro fenómeno muy frecuente es el de quienes necesitan quedarse con la última palabra. El contexto de este fenómeno siempre es de confrontación, donde se están cotejando el poder de cada uno y donde se sobrentiende que el silencio equivale a claudicar, perder, ceder, reconocer que el otro tiene más poder, mejores argumentos, que es dueño de la verdad.
Entonces hablar y quedarse con la última palabra es algo deseado, beneficioso, quizá calmante. ¡Vaya si son importantes las palabras!
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15 comentarios:
La expresión "incontinencia verbal" describe muy bien todo esto.
Yo me pregunto si cuando hablamos hablamos para los demás o no.
Muchas veces es tan fuerte el deseo que tengo de decir algo que quedo anonadada por pensamientos que no me dejan escuchar y solo quiero decir y decir.
El deseo de quedarme con la última palabra era muy fuerte en mí cuando era niña. Después se me pasó. Era más lo que me hacía sufrir eso que la satisfacción o seguridad que me brindaba.
Hace unos días dije un montón de cosas que tenía guardadas. Saqué un montón de bronca y amargura. Eso fue a la mañana, luego pasé una linda tarde, pero a la noche, la persona que me había escuchado a la mañana me dijo que le había hecho mál oir todo eso.
Esto lo cuento, reafirmando lo que dice ud sobre todo lo que puede la palabra.
Me gustaba imaginarme al alma como una brisa musical y ahora viene ud a decirme que es el resultado de lo que hacen mis neuronas y mis hormonas. Bien vendría que UD SE CALLARA UN POCO (un poquito nomás, porque sino no tengo con quien pelear)
El castigo ejemplarizante lo único que hace (y siendo optimistas) es ponerle coto a nuestra salvajada interior.
Es muy desagradable olvidarse de algo que uno quería decir. A mí me deja fastidiado.
No quiero pensar que algunos imbéciles que conocí tuvieron el poder de cambiarme el organismo!
Hay un dicho que promueve la actividad conventillesca: "el que calla otorga"
Cuando me callo no otorgo nada, dejo que sigan hablando y me voy con mi música a otra parte.
Estoy en problemas. La relación afectiva con mi analista se caracteriza por la indiferencia y el mutismo. Pago para que el tipo me vea callar. Si llega el día en que me destrabe va a salir algo groso.
Lo que más nos interesa no es encontrar al culpable, sino encontrar a alguien que ocupe ese lugar.
Por otro lado, el culpable es inencontrable porque no existe. Tampoco existe el responsable. Tendríamos que decir "se encontró al autor".
Cuando me interrumpen pierdo el hilo y termino discutiendo con alambre de púa!
A veces me quedo con la Última Palabra y le pregunto: "¿Y, cómo estuve?". Ella seguramente está harta porque siempre me responde lo mismo: "Vos no sé, pero el otro se fue con cara de culo"
Los castigos tienen cierta utilidad, pero cuando encontremos un método más eficaz nos va a parecer extraña la época en la que se condenaba y castigaba.
Tengo una amiga hace menos de una año que me ha cambiado la vida. Ella es muy generosa y me escucha, me escucha, interminablemente. Yo la quiero mucho y me desvivo por complacerla pero casi no necesita nada de mí.
Ya no sé cómo pagarle tanto aguante.
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