viernes, 19 de septiembre de 2008

Aprobación diferida

— Papá, estás estacionando el auto muy cerca de las bicicletas. Lo vas a rayar.

— Tengo 40 años manejando. ¿A mí me vas a enseñar cómo guardarlo en el garaje?


Este diálogo de la vida real tiene un desenlace que no es el que todos imaginamos a primera vista.

Lo habitual es que, al leerlo, todos pensemos: «Este señor es caprichoso, corto de vista, está perdiendo facultades para conducir y no lo quiere reconocer».

No puedo decir que no sea cierto en algún caso concreto, pero en general lo que sucedió entre el joven y su padre es que éste no pudo aceptar enseguida la recomendación del hijo, pero para nada está previsto que no la tomará muy en cuenta y que en lo sucesivo se asegurará de no aproximarse tanto a las bicicletas.

Tenemos la creencia de que cuando intercambiamos ideas con otra persona, los resultados de la discrepancia tendrán que verse inmediatamente. NO ES ASÍ.

Las personas necesitamos tiempo para entender porque nuestra cabeza trabaja mucho más despacio de lo que parece y además somos esclavos de la autoestima. Si en nuestra cultura fuera un demérito muy descalificante cometer errores, desconocer algunos datos o carecer de ciertas destrezas, necesitaremos más tiempo aún para aceptar algo que pudiera dejar en evidencia alguna de estas particularidades tan vergonzosa.

Por lo tanto: el resultado de cualquier discusión no se puede evaluar enseguida de terminada sino un tiempo después. Es igual que no se puede saber el resultado de una cosecha una vez terminada la siembra.

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21 comentarios:

Anónimo dijo...

Casi no puedo creerlo, pero estoy de acuerdo!!! Hoy será un buen día para mí.

Anónimo dijo...

No lo he probado aún, pero tb ayuda un fierrazo en la cabeza del terco o de la terca.

Lo voy a probar y (si en la cárcel tienen Internet) les comento si me dio resultado.

Anónimo dijo...

Es cierto, tiene razón, yo espero resultado ansiosamente. Veré de corregirme.

Anónimo dijo...

Suelo disimular mucho cuando le doy la razón a los que saben más que yo. En gral logro que nadie se entere. Por ejemplo, mi cambio de actitud la muestro ante cualquiera menos ante quien me hizo ver que estaba esquivocado.

Anónimo dijo...

Ante me preocupaga de advertirle a los demás cuando los veía cometer un error. Ahora me ganaron y los dejo que se den la cabeza contra la pared.

Anónimo dijo...

Debe ser por todo esto que los períodos de enseñanza son tan largos que parece que no se terminan nunca.

Anónimo dijo...

Algunos dicen que el psicoanálisis es una especie de re-aprendizaje. Tb es bte largo ¿no?

Los abrazo

Anónimo dijo...

Los padres no podemos darle la razón a los hijos porque eso siempre es tomado como un debilitamiento y trae la pérdida de autoridad.

Anónimo dijo...

Otros que jamás quieren dar el brazo a torcer son los profesores cuando algún alumno les señala que se equivocó. Una vez hice eso con una profesora de inglés, se puso roja como un tomate y me ordenó salir del salón. Claro que todo esto fue porque yo tenía razón. ¡Qué imbécil la mujer mismo!

Anónimo dijo...

Si hay alguien que nunca quiere reconocer su ignorancia es el médico. Mi hermano me dijo que ellos tienen que hacer eso para beneficio de los propios pacientes quienes no quieren ni pensar que su médico es menos que un Dios.

Anónimo dijo...

Este artículo lo leí dos veces y me parece que lo voy a usar para ablandar un poco mi oposición a los concejos.

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo con Osvaldo. Cuando un hijo tiene razón hay que reconocérselo. Eso nos hace más creíbles, es una prueba de honestidad y no se pierde autoridad por eso.

Anónimo dijo...

Es cierto que nuestro cerebro demora en procesar. Ya nos cuesta de por sí darle la razón al otro cuando estamos equivocados y más aún cuando ha pasado algún tiempo. De todos modos me parece muy saludable, para uno mismo y para el vínculo.

Anónimo dijo...

si seremos esclavos de la autoestima que nos comportamos con mucho más confianza frente a quien nos tiene en buen concepto y nos volvemos unos torpes frente a quienes nos desvalorizan.

Anónimo dijo...

Los padres sentimos algo muy ambivalente frente a nuestros hijos cuando nos superan: por un lado orgullo y por otro dolor.

Anónimo dijo...

Es muy frecuente ver en las parejas que llevan mucho tiempo juntos, como llegan a parecerse. Supongo que se da una mutua adaptación basada en el afecto y la tolerancia. Pero claro, siempre hay uno que predomina sobre el otro y no necesariamente es el mejor.

Anónimo dijo...

Hay un montón de padres caprichosos incapaces de darle la razón a sus hijos.

Anónimo dijo...

En algunos terrenos conviene más no molestarse en sembrar.

Anónimo dijo...

A tal punto es un demérito en nuestra cultura la falta de certezas que si preguntás por una calle, lo más seguro es que te den indicaciones aunque terminen mandándote a cualquier parte (y con la mejor de las intenciones)

Anónimo dijo...

Me doy cuenta que con uno de mis hijos tiendo siempre a darle la razón, aunque no la tenga, para evitar su intolerancia.

Anónimo dijo...

Lo mismo que ud. describe como habitual entre padres e hijos, se da también a menudo con los superiores jerárquicos en el ámbito laboral. Pero ahí es mucho más difícil todavía que te lo reconozcan.