«Los hombres pasan pero sus regalos quedan» era el lema que rubricaba la brillante personalidad de Dorilda, una amiga de mi abuela que provocaba comentarios durante cinco días antes de su llegada y otros cinco posteriores a su partida hacia otro afortunado que la recibiera en su casa.
Llegaba cargada de obsequios, vestidos brillantes que sonaban fru-fru cuando caminaba con su regordeta elegancia.
Después de los senos de mi madre, los de Dorilda ocupaban un prestigioso segundo lugar en mi afiebrada imaginación para conciliar el sueño, muchas veces interrumpidos por eyaculaciones urinarias que ponían de pésimo humor a mi niñera.
¿Cómo hacía Dorilda para que yo me sintiera el ser más importante de la tierra dirigiéndome apenas unas pocas frases de compromiso? Sólo un alquimista de alto rango podría descubrir el secreto de su embrujo.
Adoraba a mi abuela y ambas se quedaban conversando hasta muy tarde durante esa única noche que pernoctaba con nosotros.
Yo no paraba de observarla: quería descubrir la fórmula para lograr una seducción-express.
Cuando ella llegaba, mi abuelo desaparecía de los lugares que solía frecuentar. Casualmente nunca se cruzaban con Dorilda. Quizá era pura coincidencia, pero mis fantasías más sórdidas hacían que mi autoerotismo adelantara la respuesta orgásmica con sólo imaginar alguna escena carnal entre ellos dos.
Algún día todo esto se terminó. Fueron falleciendo aquellos personajes de mi niñez y un manto de olvido fue cayendo en cámara lenta.
Mi predilección por las biografía trajo a mis manos «La historia oficial de Dorilda Bermúdez» escrita por una experta en este género literario. Si hubiera sacado la lotería no me habría alegrado tanto. Las casi cuatrocientas hojas pasaron por mis ojos en una noche con su madrugada.
La maravillosa seductora terminó sus últimos años en una cárcel porque aquel don maravilloso había sido utilizado durante toda su extensa vida para estafar, extorsionar, administrar burdeles, desafiar a la justicia y mandar a la ruina mental, física y económica a muchos hombres.
A pesar de este prontuario, nuevamente me maravillé al constatar que aquella mujer también había podido darle un significado tan literal a su lema: «Los hombres pasan pero sus regalos quedan».
13 comentarios:
Pocas mujeres son mi talla. Esta señora que se muestra en la foto quizá lo sea si midiera por lo menos 1m70. Yo mido 2m01 y peso 125 kgs. Con muy pocas me siento realmente a gusto porque o son muy pequeñitas o son muy delgaduchas. Esta señora Dorilda difícilmente se borrará de mi mente. Además esa mirada penetrante, el orgullo que parece tener con sus generosos senos. Me la imagino totalmente enamorada y debe ser deliciosa. Algunos me envidian por el tamaño de mi cuerpo pero no saben qué difícil es encontrar un mujercita con la que podamos sentirnos cómodos. A veces me siento de otro planeta. Quizá tendría que irme a Escandinavia que es donde dicen que hay mujeres como Dorilda.
Espero que esta hermosura se quede mucho más que una noche pernoctando en mis fantasías.
Vuelvo al asunto. El abuelo seguramente tendría problemas de pareja cuando se cruzara con esta preciosura divina. Para evitarse problemas, se iría a un hotel o a la casa de algún hijo o pariente. Además, si Dorilda era muy muy amiga de su esposa, vaya uno a saber si esa amistad no excluía al propio marido, porque las mujeres cuando se odian se sacan los ojos pero cuando se quieren no hay quien les entre.
A mi me desilusiona un poco que Dorilda fuera una mala persona. Hubiera preferido que al ser tan simpática, carismática e inteligente, tuviera un final feliz. Este relato quizá es demasiado realista porque es cierto que la vida no siempre premia a la inteligencia y la capacidad de seducción. Me acuerdo del caso de Marilyn Monroe que siendo una mujer que tenía enamorado a más de la mitad de los hombres, terminó de una manera muy triste.
A mis 7 u 8 años estuve enamorado de una prima de mi madre (que no sé qué grado de parentesco tiene conmigo). Era una mujer que desde mi estatura por lo menos, parecía ser altísima. Lo que más le miraba eran todo lo que estaba a mi altura: senos, cintura, culo, piernas y los pies. Usaba unos zapatos con tacones muy altos y finos. Aquel fragmento de mujer además se movía y cuando caminaba tenía un balanceo que sólo hacía falta ponerle música, que si me dejaran elegir, debería ser brasileña, en algún estilo Maria Bethânia, Chico Buarque, Caetano Veloso, Tom Jobim. ¡Qué coreografía! Lo patético era su marido: un anciano lleno de dinero, arrugas y un tufillo extraño agridulce.
Tengo que defender a Dorilda aunque ella no necesita que alguien la defienda, pero igual, está en la mala y quiero hacerlo. Conozco muchas "buenas personas" que se vanaglorian de serlo pero no dicen, no admiten o no se dan cuenta que en realidad no tienen ninguna posibilidad de ser "malas personas" dado que para lograrlo hace falta talento, condiciones especiales, fortaleza, coraje, inteligencia, capacidad de seducción, ambición, energía, y la dejo por ahí porque yo no tengo casi nada de todo eso, soy una "buena persona" y me avergüenzo por ello.
Algún día voy a tener el coraje de sacar la cuenta de cuántos regalos les hice a las mujeres que más me gustaron. Las flores que he comprado, las propinas que he dado a mis predilectas, las vedettes algo putoncitas, que se ríen de cualquier cosa. He comprado joyas financiadas, pagué varios resúmenes de cuenta de alguna tarjeta de crédito especialmente gorda, pagué la renta durante años a una cierta criaturita de porcelana importada de china pero concebida en Chile.
Debo tener una empresa muy buena porque ha resistido a mi débil corazón.
Como a mi me calientan las lesbianas en acción, quiero pensar que Dorilda y su amiga se acostaban esa única noche desnudas y que no conversaban tanto como dice el cuentito sino que se amaban hasta la madrugada. Cuando dos tortas se aman y no se ven por un tiempo, el reencuentro es como para alquilar palco. ¡Cómo me calienta! ... En seguida vuelvo. (ja-ja)
Mi interpretación no la podrá refutar porque es verdadera. Es ésta:
Dorila era una figura celestial que se corporizaba según la imaginación de cada uno. Según el narrador -que acá se ubica como un niño- era como él la recuerda, pero para la amiga era otra persona y para el abuelo también era otra persona.
La misión de ella era erotizar el clima de los hogares que visitaba, como algunos sacerdotes santiguan o bendicen algunos lugares para que reine la paz y la armonía, ahuyentando a los malos espíritus.
Dorilda traía el poder de reinstalar el amor en aquellos hogares donde se estuviera marchitando por la rutina, la costumbre o la mediocridad de sus habitantes.
Una sola noche era necesaria para que la familia recobrar la pasión por los otros y todos tuvieran ganas de mirarse, hablarse, escucharse, comer juntos, hacer el amor, jugar con los niños, reirse, salir a pasear, disfrutar del silencio, de la soledad y de la compañía.
Dorilda era una proveedora de amor.
Es poco frecuente que una mujer olvide a los hombres que entraron en su cuerpo. Sí es más frecuente que el hombre olvide todos aquellos lugares donde anduvo metido.
Ustedes para nosotras son regalos sorpresa de la vida (aunque admitamos que para algunas conquistas trabajamos bastante)
Francisco, ese cuento corto me hace acordar a la película aquella de una mujer que llega a un pueblito muy frío y empieza a fabricar exquiciteses de chocolate. Me gusta más su versión, es más eficiente y creíble su personaje que proponer "la dulzura puede cambiar al mundo"
Enseguida pensé lo mismo que Andrés, entre el abuelo y Dorilda había una historia. Da para escribir una novela maravillosa, su texto hace volar la imaginación y una querría quedarse más tiempo con él. Por eso lo de la novela.
Según este texto seducción es igual a: estafa, extorsión, prostitución, delincuencia, malevolencia y despilfarro.
Seducción más allá de las diferencias entre un individuo y otro es búsqueda de amor.
Una mujer con grandes pechos seduce a hombres y mujeres para sacar beneficios personales. Lo que no entiendo acá es dónde está la parábola.
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