domingo, 13 de abril de 2008

Cómo ser Brad Pitt

Cuando tenía algo más de veinte años, fui seducido irreversiblemente por una mujercita que era (o me parecía a mí) la personas más hermosa del planeta.

Desde que aprendí —mediante la observación minuciosa de miles de películas— cómo debía ser un galán ante quien cayeran rendidas todas las bellezas del planeta, forjé una personalidad que parecía hecha de acero inoxidable: estudioso, trabajador, de ideas claras y firmes, incapaz de caer en algún exceso salvo que fuera como héroe, inconmovible, profesional y otras funcionalidades por el estilo.

Así me conocían todos mis allegados y la generosidad juvenil me permitió ser aceptado por ellos aunque nunca en el rol de «el más popular».

Enamorado perdidamente de la mujer más hermosa del planeta, tuve la oportunidad y el coraje (ligeramente alcoholizado) de invitarla a bailar en una reunión familiar.

Contra todos mis pronósticos, aquella personalidad casi perfecta que yo había modelado se estrelló como una copa contra la negativa de ella a bailar conmigo.

Pocos minutos después de aquel increíble fracaso, me fui para mi casa, llorando desconsoladamente en la soledad de la noche y me encerré en el dormitorio a lamer las heridas de una autoestima desflecada.

Dos días después ella me llamó, no lo podía creer, dijo de vernos. Mirándome como un ángel me dijo que después de ver la cara de ser humano que había puesto cuando mi personalidad de acero inoxidable se pulverizó por su negativa a bailar conmigo, se dio cuenta de que quería dejar de ser mi amiga para intentar ser algo más.

En lo más importante de mi vida (el amor de una diosa) gané cuando quedó en evidencia que soy vulnerable. Por esto no creo en el «sentido común».

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13 comentarios:

Anónimo dijo...

Conservo la fotografia de mi primer amor. Teníamos 12 años y somos primos hermanos. Cuánto hemos cambiado! Sobre todo en los gustos. Hoy no me gusta como era ella cuando me enamoré pero recuerdo muy claramente cómo me pasturbaba pensando en hacerle el amor. Fue una época muy feliz.

Anónimo dijo...

Para mi que a una mujer se la seduce con riqueza, con poder de cualquier tipo. Ellas sólo miran a los poderosos: Grandes cuerpos musculosos, recios, con grandes carros, con gente que le obedecen. Las mejores de ellas se van con estos. Yo puedo aspirar a mucho menos. Quizá alguna flaquita de lentes y con pocos senos.

Anónimo dijo...

No me había imaginado que el licenciado hubiera sido tan fracasado en temas del amor. Me lo imaginaba lleno de habilidad con las mujeres. Un galán que se las conquista a todas con la conversación. Me parece bien que se haya confesado acá. Yo no lo hubiera podido hacer pero me parece bien que otros lo hagan.

Anónimo dijo...

Mi maestra en cuestiones del amor fue mi hermana mayor que, ahora entiendo, odia a las mujeres, porque ella me recomendaba que tuviera mucho cuidado, me decía que las mujeres son personas que utilzian las astucia que vendría a ser la inteligencia mezclada con maldad. Ella me sugería que tratara de engañarlas, de aprovecharme de ellas de cualquier forma y que después las abandonara, que la única manera de tratar a una mujer es con energía, que piensan siempre como niños caprichosos.

Estas enseñanzas me han dado resultados muy variados o sea que no estoy en condiciones de decir a carta cabal cómo es conveniente tratar a las mujeres.

Anónimo dijo...

¡Cómo podés tener dudas Adrián! Tu hermana es una enferma. ¡A quien se le ocurre que a una mujer hay que tratarla como a un niño caprichoso!

Es cierto que algunas son (¿somos?) un poco cambiantes porque nuestro funcionamiento endócrino realmente es bastante irregular, pero las mujeres estamos tan dispuestas como los hombres a tener una vida digna, tranquila, segura, progresista, llena de vida, de salud, de amor, sin caer en la cursilería, claro.

Anónimo dijo...

Si no fuera por el cine, el teatro y las novelas, yo sería otra persona.

Anónimo dijo...

Son experiencias muy diferentes. Las chicas que estaban cerca mío sólo tenían ojos para los mejores jugadores de basquet y baseball. No tener una buena aptitud para estos deportes, no integrar aunque sea como suplente el equipo campeón de alguna liga, era como no existir. Sólo podía mejorarse en parte el problema teniendo un padre comprensivo que nos prestara el automóvil algunos días a la semana. ¡Qué mal repartida está la predilección de las mujeres!

Anónimo dijo...

Mi primer marido fue Al Pacino. En la película Serpico me enamoré de él, coleccioné todas las fotos que pude, le acariciaba ese pelo tan lacio, pesado, que parece un poquito sucio y que quizá tenga algo de olor a cabeza. Esa mirada de loco desquisiado, capaz de agarrarte por la cintura y meterte un beso en la boca que te desmaye y te cambie por otra hasta que vuelvas en sí.

Anónimo dijo...

No s� c�mo plantearle a mi mejor amiga que ya me enamor� de ella. Me siento un traidor o tengo miedo que pierda todo porque si me dice que no c�mo volvemos a tener la amistad, pero no puedo seguir mucho tiempo m�s as� porque se me van las manos para tocarla, el beso en la mejilla es como si a un hambriento lo pusieas donde hay olor a comida. Desear�a encontrar la forma de no equivocarme y calmar este dolor insoportable porque nos vemos todos los d�as y cada vez la quiero m�s. Ella sigue igual como siempre. Me parece que me voy a morir si sigo mucho tiempo m�s as�.

Anónimo dijo...

Después me enteré del asunto, pero cuando yo estaba en edad de estar perdidamente enamorada de mi padre y de tener unos celos terribles porque ellos dormían juntos, decidieron separarse y ahí creí ciegamente que él realmente me correspondía. Me puse muy contenta y me alié con mi mamá pero en protectora. Como una hipócrita enana yo la acompañaba con ternura pero estaba deseando que llegaran los días en que me iba con mi padre, con mi hombre, con el que se había separado para estar conmigo. Así fue pasando el tiempo, quizás unos meses, quizá algo más de un año, hasta que apareció la verdad de la historia y la otra mujer de papá, con lo cual mis ilusiones se hicieron trizas.

Lo que todavía me dura es el temor de que dentro mío está la semilla de la estupidez y tengo miedo de caer otra vez en una ilusión como aquella.

Anónimo dijo...

Las mujeres debemos ser estúpidas Penélope, asumámoslo. Con mi mejor amigo me empecé a complicar de un modo que un día se enfermó de gripe y me habló por teléfono con la voz toda mal y yo deseé desesperadamente que se curara mágicamente Y QUE TODA LA ENFERMEDAD ME VINIERA A MI. ¿Te das cuenta si seré tarada? Esto sólo se lo puedo decir a un blog porque a cualquier otro que se lo diga se me ríe en la cara. Y te repito que somos amigos, estoy enamorada de él pero no me animo a decírselo porque me parece que él no gusta de mí. Somos estúpidas Penélope. No hay vuelta.

Anónimo dijo...

Hay un nicho de mercado importante para los hombres débiles, indecisos, flacuchentos. Nos gustan a las mujeres que somos muy madrazas.

Anónimo dijo...

Yo no soy nada madraza y sin embargo jamás podría enamorarme de un tipo de acero inoxidable. Tampoco de un hombre que no tenga cierta fuerza interior. Tiene que correrle sangre por las venas y mostrarse tal cual es, odio los agrandados.
Qué tonta parece que estuviera escribiendo para poner mi aviso "busco pareja".