sábado, 1 de diciembre de 2007

Erudición compensatoria

Cuando cumplí quince años mis padres —que eran de condición económica humilde—, igual pudieron hacerme una fiesta para que todos mis amigos y amigas pudieran divertirse conmigo.

Con mi hermana mayor compartíamos el mismo dormitorio y cuando había mucho frío también la cama, para abrigarnos mutuamente. Siento un gran amor por ella y me hace feliz verla.

Hablábamos durante horas al acostarnos y recuerdo que lo que más nos preocupaba en aquella época juvenil, no era que nuestros padres fueran pobres y careciéramos de ropa nueva, calzado elegante, tratamientos capilares costosos, como tenían nuestras compañeras de colegio, sino que tuvieran pocos estudios.

Ellos dos sólo habían estudiado ocho años en total (dos mi papá y seis mi mamá). En nuestra casa no había ningún libro. Ni siquiera con recetas de cocina. Cuando volvíamos de visitar a nuestras compañeras de colegio, siempre estábamos de acuerdo en qué hermosas bibliotecas había en sus casas.

A pesar de tanta comunicación, no hace mucho nos comentamos que tanto ella como yo habíamos organizado toda nuestra vida estudiantil para compensar esa carencia educativa de nuestros padres. Aunque ambas llegamos a doctorarnos, luego continuamos agregando más y más conocimientos.

Cuando con ella organizamos una reunión entre los amigos de la familia para festejar los cincuenta años de casados de nuestros padres, corrieron muchas emociones. Realmente salió todo bien, ellos estuvieron contentísimos y nosotras felices de haber alcanzado nuestras aspiraciones y que ellos estuvieran ahí para compartirlo con nosotras.

Cuando ya se habían ido todos los invitados nos quedamos juntos los cuatro, conversando un poco más con las escasas energías que nos quedaban. Fue ahí cuando salió a luz el tema de la falta de libros en nuestro hogar y de cómo habíamos luchado denodadamente para llegar lo más lejos posible en nuestras profesiones.

Mi padre, invariablemente tan callado y prudente, la miró a mi mamá y comentó:

— Con ella observábamos que ustedes dejaban de divertirse con tal de estudiar y nos preguntábamos por qué se sentían tan incompletas.

reflex1@adinet.com.uy

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7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso relato. Muy conmovedor de veras lo digo. Me emocionó hasta las lágrimas (literalmente) cuando encuentro gente como estos padres que lograron formar una familia a puro esfuerzo, sin necesidad de hacer valer títulos universitarios, que para mí no son otra cosa que escarapelas como las que se les pone al ganado premiado en las exposiciones.

Anónimo dijo...

Soy la hermana de Silvia y nosotras también nos queremos tanto como esas dos hermanas del precioso relato.

Lo felicito al autor por la divina sensibilidad que tiene y la sencillez con la que escribe.

En Internet hay de todo, desde genios a pobre gente que apenas sabe pensar y mucho menos escribir. La web es un hogar generoso que nos alberga a todos.

Quiero mandarles un beso todos los que hayan leído hasta acá.

Anónimo dijo...

Mis padres también hicieron un gran sacrificio para que yo pudiera tener mi fiesta de los quince años, con la que estuve soñando mucho tiempo.

Ellos eran muy buenos conmigo (soy única)y se desvivieron para atender los infinitos detalles que yo había programado en mi diario durante más de dos años.

La fiesta estuvo preciosa, bailé el vals con todos los que yo más quería. No faltó nada. Muchas fotos, filmaciones, sorpresas.

El sacrificio que ellos hicieron no fue económico sino que habían decidido divorciarse poco antes de mi cumpleaños y estuvieron disimulando llevarse bien hasta que pasó la fiesta.

De regalo me habían pagado un viaje a Bariloche (sur de Argentina) y cuando volví ya vivían separados.

Fue doloroso pero ahora que tengo problemas con mi pareja, sé el sacrificio que hicieron por mí y se los agradezco en el alma, estén donde estén ahora.

Anónimo dijo...

Me emocioné como una tonta pero como ustedes no saben quien soy, me libero y grito a las cuatro blogósferas: ¡SOY UNA TONTA SENTIMENTAL!

En el cuentito las hermanas se avergonzaban de la escasez intelectual de sus padres pero fíjense que a mi me pasó al revés.

Mi mamá es escribana y mi papá es odontólogo. ¿Libros? ¡Los que pidan! Textos, manuales, revistas en cualquier idioma. Los tres hermanos nos criamos entre dientes y papeles, todo eso envuelto en un penetrante olor a alcanfor(que por suerte ahora casi desapareció).

La diferencia con los personajes del cuento es que nuestros padres sólo estaban para ellos y nosotros tres sólo teníamos el privilegio de ocupar la primera fila en el espectáculo culturoso que ellos nos ofrecían. Nuestra mamá fue nuestra nana y nuestro papá estaba presente pero imaginario, en los regalos, viajes, colegio, autos.

Envidio a las del cuento.

Anónimo dijo...

¡¡¡HAY!!! Me dolió la bofetada. Yo también me la paso haciendo cursos, yendo a Seminarios, participando en cuanto evento de psicología entregue algún comprobante. Soy compradora compulsiva de títulos, constancias, certificados y es totalmente cierto: jamás me siento a la altura de lo que yo desearía saber para que ningún caso se me vaya de las manos y no pueda resolverlo. Tengo horror de que un colega me señale un error imperdonable. Estoy medicada, tengo muchos años de análisis lacaniano, y solo estoy apenitas más tranquila. ¡Qué profesión estresante me viene a elegir!

Anónimo dijo...

Cuando mi padre tuvo la ocurrencia de encargarse de la organización de las bodas de oro de mis abuelos, estuvo trabajando más de dos meses. Hasta habló por teléfono con un primo que es músico en Budapest.

Se preocupó mucho y no había quien lo apartara de su plan de traer a gente de donde sea para que su organización fuera un ejemplo más de su capacidad como líder.

Siempre se creyó que mandaba y lo único que siempre pasó es que nadie quería desilusionarlo diciéndole que la que verdaderamente mandaba en mi casa era mi abuela (la suegra de él).

Como era de esperar, el día de la gran reunión faltaron una cantidad de invitados que habían confirmado la asistencia, mis abuelos quedaron enojados con él y mi tío colmó el vaso: Lo acusó de que se había quedado con parte del dinero que había recaudado para los gastos.

Mi padre no aprende más. Ojalá yo no haya heredado nada de él.

Anónimo dijo...

Cuando hice una breve terapia, y salió a luz el escaso amor con que había transcurrido mi infancia y mi adolescencia, la sicóloga (y amiga) me preguntó de dónde sacaba yo fuerzas y ganas para dedicarme por completo a mis hijos y a mi esposo, amándolos con todo el amor que a mí me había faltado.
En mi casa paterna sobran libros, bibliotecas, ¡y me fascina leer y escribir! Pero "absolutamente nada ni nadie" puede llenar el vacío que deja la falta de afecto desde edades tempranas.
Las secuelas, se viven, se sobreviven y se llevan como una cruz, eternamente a cuestas.
Lo interesante es que, según concluyó mi sicóloga, todos tenemos la capacidad innata de crear en abundancia aquello de lo cual sufrimos escacés, en las edades más sensibles y tiernas.