domingo, 27 de abril de 2014

Matrimonio concertado y desacertado




Hasta hace 30 años todavía era posible que los empresarios negociaran el casamiento de sus hijos para establecer alianzas estratégicas de mutuo fortalecimiento.

Así ocurrió entre mi padre y mi tío. Creí que me había enamorado de Patricia y ella habrá pensando lo mismo. Por eso les hicimos el gusto a los veteranos.

Nos fuimos a vivir a un apartamento muy lindo. Ella trabajaba como médica y yo no hacía nada porque no necesitaba más dinero del que mi padre me daba semanalmente.

Mi pasión era leer de todo excepto poesías, porque nunca entendí qué querían decir.

A la semana nos dimos cuenta que, con Patricia, la cosa no funcionaba. Tuvimos muy pocas relaciones sexuales con una erección casi insuficiente. Ella no me excitaba y seguramente mi erotismo no la excitaba a ella.

Sin embargo encontramos una forma de vincularnos duradera y espantosa: ella quiso mantenerme sano y me sometía a rigurosos controles, pinchazos, ayunos, salas de espera. Me tenían harto ella y sus colegas, quienes hacían lo posible para mimar al esposo de la prestigiosa doctora Patricia Miravalles.

Así estuve cerca de diez años, registrando unos valores metabólicos que ponían los pelos de punta a todos quienes se enteraban. Patricia no podía tolerar esa situación pues estaba arriesgando su prestigio profesional.

Esta actitud de ella me molestaba profundamente, pero el dinero que ganaba a esa altura de mi vida era por concepto de seguir casado con la hija del socio de mi padre.

La cantidad de medicamentos que tenía que ingerir eran seis por día, pero al poco tiempo tuve que agregar otro para proteger el estómago.

Ella trabajaba casi todo el día y yo disfrutaba con su ausencia. Los exámenes clínicos cada vez daban peores resultados. Cuando ella volvía, después de haberlos retirado del laboratorio, se la notaba furiosa, no tanto por mi mala salud sino por las bromas que le hacían sus compañeros de trabajo, por aquello de “En casa de herrero...”.

Mi vida iba relativamente bien hasta que ingresó en ella, y en el apartamento, la hermana mayor de Patricia.

Aunque casi no nos conocíamos comenzamos a tener unas relaciones sexuales maravillosas y así siguió ocurriendo. De alguna manera se enteraba cuando yo estaba solo y al poco rato venía esta mujer a transportarme a un estado psicofísico que no sabría describir.

Un día vino Patricia, disgustada con los exámenes, pero algo feliz porque traía la decisión de divorciarnos. Ya lo había hablado con su padre y este había dado su aprobación. Los exámenes mostraban resultados aún peores.

En realidad me sentí aliviado porque, a pesar de mi escasa firmeza, no me gustaba engañar a Patricia.

Al verla tan decidida a separarnos pude confesarle que no me animé a incurrir en la drogadicción farmacológica que ella me propuso. Por eso nunca tomé ningún remedio.

(Este es el Artículo Nº 2.208)

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