(Esta
es una historia derivada de otro relato titulado La
tenencia responsable del planeta )
Cierto millonario fue llevado
por su esposa ante un psiquíatra quien, al comenzar la consulta, rápidamente
simpatizó con el paciente y se molestó con la mujer porque no paraba de hacer
gestos descalificativos de todo lo que decía su marido.
El relato del paciente era un
poco delirante, pero coherente.
El señor decía que era
copropietario del planeta y que su riqueza fue lograda gracias a un artista
conceptual que había vendido el planeta cobrando mil dólares por cada título de
propiedad suscrito por él mismo.
El paciente se justificó
diciendo que, si bien él sabía que aquello había sido una mera ficción, tampoco
sentía extrañeza ante quienes disfrutan mirando cuadros, leyendo historias,
contemplando su Harley Davidson.
Aquellos títulos firmados por
el artista eran para él como cualquier obra de arte, que para sus admiradores
representa mucho más de lo que realmente vale.
Esa obra de arte lo había
dotado de un especial estado de ánimo. Cada vez que miraba el certificado de
copropiedad que le compró al artista, algo dentro de él le infundía un fuerte
deseo de hacer cosas útiles para los demás habitantes de su-planeta.
El psiquíatra declaró que no
encontraba ninguna enfermedad tratable, ante lo cual la esposa, desilusionada,
se fue a buscar un psiquíatra mejor.
El médico quedó pensativo con
el razonamiento del copropietario y
se las ingenió para tener una entrevista con el artista conceptual.
Se encontró con un hombre de
buen humor, habitante de una casa alegre, colorida, aromática, con muchos
almohadones, maderas, cañas, mimbre, rafia, telas.
La entrevista fue divertida
para ambos. El artista comentó que ya había recibido la visita de varios
psicoanalistas, pero de ningún psiquíatra. En los hechos, lo que ocurrió fue
que el médico salió con más dudas que antes sobre la validez profunda que tiene
el derecho de propiedad del planeta, consagrado, ejercido y validado por casi
todos los códigos civiles de nuestra cultura y que tantas desigualdades socio
económicas provocan desde hace milenios.
Se mortificó pensando cuántas
transgresiones éticas cometía obligado por el pago de la hipoteca.
Cuando el cuerpo verificó un
nudo en la garganta, el cerebro, entrenado para combatir la angustia
profesional, pensó que gracias a tanta locura legislativa y cultural, él tenía
trabajo.
Se tranquilizó aun más
pensando que en dos años más cancelaría la deuda y que, quizá entonces, podría
empezar a contemplar los aspectos éticos, largamente abandonados por el
espinoso tema de la propiedad privada.
(Este es el Artículo Nº 2.195)
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