Cursamos tres tipos de experiencias infantiles que
justifican en gran medida que en la adultez caigamos en pérdidas de la
autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor que nos dicen que
inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es vivir y de lo que es
procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.
Muchas personas creemos que la
infancia es una etapa de nuestra vida en la que se diseñan y determinan muchas
particularidades de lo que será nuestra personalidad.
De hecho, el psicoanálisis
hace hincapié en las peripecias vividas en aquella época y cuando el paciente
puede recordarlas y resignificarlas, (entenderlas con la mentalidad adulta), se
producen cambios significativos en la psicología del individuo.
Como siempre ocurre, lo importante pasa a ser
lo que genera malestar y deja de ser interesante todo lo bueno que vivimos en
aquella época.
Vale la pena recordar tres
tipos de experiencias:
1) Nuestro tierno amor hacia
nuestros padres, era sano, genuino, lo mejor de nosotros, pero cuando pretendimos
casarnos con nuestra mamá o con nuestro papá, sentimos una reprobación
dolorosa, injustificada, lacerante.
Casi nadie tuvo la suerte de
que le explicaran por qué no era bueno fundar una familia con un familiar. La
ignorancia de los padres sobre cuáles son los motivos de la prohibición del
incesto los convirtió en necios, violentos, brutales y eso nos convenció de que
nuestros sentimientos amorosos son peligrosos por naturaleza, porque sí, sin
explicaciones. Para casi todos quedó la idea de que debemos desconfiar de
nuestras mejores intenciones. Nuestra primera propuesta amorosa fue rechazada
impiadosamente.
2) Toda nuestra sabiduría
innata se encontró con que nuestros seres queridos no la validaron, nos
mandaron a la escuela a reaprender lo que los adultos dominantes creían.
Nuestra sabiduría fue desacreditada, despreciada, algunos hasta se burlaron de
ella. En la escuela se nos dijo cuáles eran las creencias valiosas y, en los
hechos, nos dijeron que nuestros conocimientos no sirven.
Con esta historia es lógico
que algunos adultos tengan rechazo a estudiar, desconfianza de los maestros y
de los profesores, fobia a los libros, terror a rendir examen. En este estado,
los conocimientos son fuente de dolor, de vergüenza, de rechazo, de heridas a
nuestro amor propio.
3) Los humanos somos egoístas,
tenemos que serlo de tan pobres y vulnerables que somos. Al niño se lo educa,
adiestra, disciplina para que no sea egoísta, para que preste sus juguetes aun
a quienes él no ama.
Es probable que los adultos
seamos tan mezquinos, aunque hipócritamente solidarios y caritativos, porque
alguna vez fue violado nuestro instinto de conservación obligándonos a
desprendernos de lo que más deseábamos conservar. Estas traumáticas
experiencias nos hicieron hipócritas, mentirosos y avaros que disimulan su
avaricia.
Estos tres tipos de
experiencias infantiles justifican en gran medida que en la adultez caigamos en
pérdidas de la autoestima, que desconfiemos del amor que sentimos y del amor
que nos dicen que inspiramos, que tengamos una visión depresiva de lo que es
vivir y de lo que es procurar darle vida a nuevos ejemplares de la especie.
(Este
es el Artículo Nº 2.207)
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario