domingo, 18 de diciembre de 2011

La sensibilidad de una verdadera princesa

Contra todo lo imaginado, el enorme palacio tenía muy poca intimidad a pesar de la cantidad de habitaciones que lo componían.

El arquitecto italiano fue contratado por su fama pero nunca había construido una edificación de piedra.

Pocos ingenieros de aquella época sabían que los materiales más duros trasmiten el sonido con increíble nitidez. Para aplacar la acústica tuvieron que desplegar cortinados también donde no había ni ventanas ni puertas.

Llegó a este castillo una mujer joven bajo una fuerte lluvia. Fue recibida con la hospitalidad clásica ofrecida a los caminantes aunque con cierto recelo porque esta era la primera mujer que llegaba en tal condición.

Por la excepcionalidad del caso, rápidamente fue informada Rebeca, quien quiso conocerla.

La joven era extraña porque su forma de hablar y la delicadeza de sus manos no condecían con lo que se esperaba de alguien que deambulaba por tan peligrosos territorios.

Para aumentar aún más la intriga, la chica dijo con incuestionable firmeza, que era la princesa Fulana (no recuerdo su nombre).

Rebeca quedó especialmente confundida porque sus esfuerzos por encontrar una princesa que fuera desposada por su hijo Umberto venían siendo desafortunados.

En voz muy baja le preguntó a la cocinera cómo hacían sus antiguos amos para distinguir a una princesa de una plebeya y la respuesta de la cocinera fue aún más sigilosa e inaudible.

Cuando a la mañana siguiente se reunieron para desayunar, Rebeca se sentó junto a la muchacha a quien, con tono de indiferencia, le preguntó si había dormido bien.

La chica le respondió, con algo de pereza, que sólo había sentido una leve molestia en la espalda ante lo cual los ojos de Rebeca se llenaron de entusiasmo y rápidamente inició las gestiones para que la boda se concretara.

Cuando llegó su mejor amiga para ayudar en los preparativos, no demoró en preguntar sobre el linaje de la desconocida. La futura suegra le informó que había dispuesto que la cama de la muchacha tuviera siete gruesos colchones de lana apilados sobre un grano de maíz que la joven pudo percibir.

La amiga respiró satisfecha porque sabía que sólo una princesa tiene tanta sensibilidad corporal.

Nota: Como habrán observado, este relato es una versión del cuento infantil La princesa y el frijol escrito por Hans Christian Andersen (Dinamarca, 1805 - 1875) y que puede leerse en este sitio.

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12 comentarios:

Elbio dijo...

A los burgueses nos resultan antipáticas estas cuestiones de linaje.

Clarisa dijo...

La industria textil exhibida sobre las paredes del palacio servía para no chupar tanto frío.

Blanca dijo...

Detrás de estos asuntos de la sensibilidad vinculados al origen social, hay grandes prejuicios.

Valentín dijo...

En realidad la muchacha sentía una leve molestia en la espalda porque se había dormido arriba de la mano del príncipe (el muchacho tenía el sueño pesado pero era muy sociable).

Olga dijo...

Si la sensibilidad de las princesas se debe a que siempre han vivido entre algodones, no es una sensibilidad que despierte mi simpatía.

Martín dijo...

Puede que la muchacha fuera la hija de la cocinera.

Lola dijo...

Por su sensibilidad corporal, en el pueblo decían que llevaba el diablo en el cuerpo.

Gloria dijo...

Es complejo esto de la sensibilidad corporal. Podríamos pensar que mayor sensibilidad al dolor implica a su vez, mayor sensibilidad al placer, y me parece que no es tan simple.

López dijo...

Las reinas pasan, pero las cocineras quedan.

Ariel dijo...

El príncipe gustaba de conversar con los caminantes que provenían de lejanas tierras. Y si era caminanta, ¡ni te digo!

Saúl dijo...

Cuentan que cuando la princesa dormía en los caminos, lo hacía sobre una litera cubierta de perfumada seda. Y que tenía un ejército de patovicas cuidándo las inmediaciones.

Fermín dijo...

En realidad la acústica era lo único fácil de aplacar, por aquellos tiempos.