sábado, 3 de diciembre de 2011

La injusta venganza de la culpa imaginaria

Si no podemos disfrutar intensamente de la vida porque nos sentimos culpables, nos convertimos en ciudadanos vengativos y antisociales.

A ver si has oído estas frases, expresadas con seriedad por personas honorables, buenos ciudadanos que nunca han estado encarcelados y en algunos casos, asiduos concurrentes al cumplimiento de los cultos religiosos más piadosos:

— Soy exigente con los demás porque soy aún más exigente conmigo mismo;
— Hazle a los demás lo que querrías que hicieran contigo;
— Lo digo con dolor, pero la gente te obliga a usar mano dura con ellos;
— Te castigo pero créeme que me duele más a mí que a tí;
— La severidad es efectiva pues resulta disuasiva y ejemplarizante.

Estos buenos ejemplares de nuestra especie, que alguien por descuido podría confundir con un tirano cruel, incitan a los gobernantes de turno para que hagan el trabajo sucio de limpiar la nación de esos inmundos semejantes que molestan con sus robos, aspecto facineroso, música estridente, costumbres aberrantes.

Pero también sería superficial suponer que esto se trata de intolerancia químicamente pura. Es posible suponer «resortes anímicos» menos obvios.

Los delincuentes nos están recordando que somos alguien más del que se mira en el espejo del botiquín, peinándose con cuidado, haciendo muecas para constatar la higiene dental.

Esos humanoides que desearíamos eliminar también funcionan como espejos que reflejan aspectos nuestros horrendos e impresentables.

¿Cuándo padecemos remordimientos, culpas y nos recriminamos? Cuando algún accidente desafortunado nos impide negar lo que veníamos negando: que somos débiles, vulnerables, enfermables, solo algunas veces curables, envejecibles, mezquinos, infieles, mentirosos, crueles, sádicos, intolerantes, evasores, transgresores.

¿Para qué sirve este artículo? Para poder amarnos sin tener que engañarnos, para querernos también sin maquillaje, desprolijos, desalineados.

Y si podemos amarnos sin trampas, podremos disfrutar de la vida sin sentirnos culpables, sin imaginar fantasmas persecutorios ni ponernos vengativos injustamente.

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12 comentarios:

Ulises dijo...

Palabras más, palabras menos, estoy de acuerdo con todas esas frases y no por eso creo estar negando mis propios defectos.

Marcia dijo...

Creo firmemente (al contrario que Ulises) que quienes pronuncian esas frases, se sienten superiores, cuando en realidad lo único que tienen en más, es la rigidez.

Olga dijo...

No veo por qué tenemos que querer nuestras debilidades y defectos.

Mirna dijo...

Me parece que lo mejor es enfrentar la realidad y ser piadosos con nosotros mismos. Amarnos a pesar de nuestras miserias. Eso no quiere decir que nos complazcamos en ellas.

Edgardo dijo...

Sus artículos me resultan interesantes. Me agrada como están escritos, son claros y tocan temas muy profundos.
Felicitaciones!

Loreley dijo...

No sé... convivir con alguien impresentable que se ama a si mismo es un asco.

Esteban dijo...

Es muy común caer en la injusticia de exigirles a los demás lo mismo que nos exigimos a nosotros mismos. Como si viviéramos rodeados de clones.

Mariana dijo...

La venganza nos atrae con una fuerza casi irresistible. Quién no sintió sed de venganza alguna vez? Nadie? Perdón, debería haber preguntado por algunas veces, porque una sóla vez, seguro que nadie.

Rolando dijo...

La culpa nos vuelve antisociales o desgraciados.
La falta de culpa nos delata sociópatas.

Magela dijo...

Se entiende que la culpa es inevitable. La cuestión es manejarla. El primer paso es detectarla, el segundo profundizar en el conocimiento de uno mismo para poder perdonar y reparar.

Rosana dijo...

Siempre encontramos la forma de destacar los defectos en los demás. Nos detenemos en las equivocaciones de los otros, en sus desaciertos. Y muchas veces desvalorizamos los logros ajenos. Todo eso porque las equivocaciones de los que nos rodean, nos hacen daño. Por eso necesitamos hablar de ellas para diluir la angustia.

Efraín dijo...

Los humanos somos mucho más completos de lo que creemos. Tenemos todas las virtudes y todas las miserias que hacen a nuestra especie, pero cada uno de nosotros en distinto grado, combinadas de distinta manera y controladas con mayor o menor eficacia.