La vida en el campo difícilmente agote la energía que tiene un joven de catorce años, lleno de curiosidad y que, para peor, ya conoce otras ciudades del país y algunas capitales de otros países.
Las hijas mujeres no tuvieron tanta suerte porque el padre, acostumbrado a mandar, ejercía sobre la familia un dominio que sería abusivo si no fuera porque cada tanto les acariciaba el cabello con dulzura, las miraba a los ojos como pidiéndoles perdón por la falta de libertad y porque cada poco tiempo llegaba un enorme camión cargado de artículos para jovencitas, que iban de mínimos adornos para el pelo a vestimentas de gran lujo.
Dos de ellas ya tenían asumido que serían vendidas a otros comerciantes ricos, divorciados y mucho mayores que ellas, para consolidar los patrimonios a la antigua usanza.
No soy injusto al utilizar el verbo vendidas porque en los hechos no era otra cosa. Don Napoleón Carmona ya había concertado los matrimonios y la esposa los había aprobado ... sin que fuera consultada.
En este entorno de severidad para las mujeres, Pedrito era y se creía el amo absoluto, que hasta la madre tenía dificultades para moderar su conducta atrevida con las empleadas y despótica para con los humildes obreros del padre.
Hastiado hasta un límite intolerable, tomó prestada la moto B.M.W. de mil doscientos centímetros cúbicos, aprovechando una ausencia de Don Napoleón, para probar su máxima velocidad en un camino cercano.
Con treinta y cuatro grados, sentía el aire sofocante en la cara y el vértigo de la velocidad.
El ciclista no debió aparecer de una portera como apareció. Era imposible, salió de abajo de la tierra, el camino de piedritas hizo patinar el pesado vehículo y no disminuyó en nada la velocidad.
Pedrito aún no sabe qué ocurrió en los siguientes treinta segundos, pero lo cierto es que un abogado de la capital aprovechó el accidente para enriquecerse con el pretexto de indemnizar a los familiares del ciclista fallecido, provocando la pérdida total del patrimonio y el colapso cardíaco de Don Napoleón.
La mamá vive de la caridad de sus yernos y concurre cada tanto a la cárcel regional para seguir recriminando al envejecido Pedrito.
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8 comentarios:
La vida en el campo obliga al jóven a acostarse temprano.
Si a ese Pedrito no lo agotaba la vida de campo, seguro era hiperquinético.
Suele ser al revés, la curiosidad y la imaginación tienen más posibilidades de desarrollarse en el campo.
A más de 100 por hora, supongo que hacer rato que el aire en la cara deja de ser sofocante.
Pobre madre! Qué destino aciago!
Tanto tiempo en la cárcel por un accidente!
Bajaron la edad de imputabilidad!
Si seguimos así, quién sabe a dónde iremos a parar!
No le haga caso a los tontos burlones. A mí me gustó mucho su cuento.
La tarea es fácil para el que se dedica a criticar.
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