Dos delincuentes cometen un delito. La policía los apresa, pero ambos niegan los hechos.
Los investigadores los separan y les proponen un mismo trato (pacto, convenio, opción) a cada uno.
— Si ambos confiesan la verdad, serán castigados pero con una pena mínima.
— Si uno confiesa y el otro no, el delator queda libre y el otro es condenado a la pena máxima.
— Si ninguno de los dos confiesa, la policía no tendrá más remedio que liberarlos.
Este esquema de negociación entre los malhechores y la policía, admite muchas variantes, alternativas, complejidades.
Pero se los presento de forma simplificada porque el motivo de esta introducción es hablar de usted y de mí y de nuestra disposición a gestionar lo que más nos convenga, aún en desmedro del interés ajeno.
Esta negociación entre policías y delincuentes se llama el dilema del presidiario y es un ejemplo clásico, utilizado para analizar nuestra conducta a la hora de estudiar cómo podemos administrar nuestro deseo, el deseo de los demás, incluido el deseo del contexto social (representado en este dilema, por la acción policial).
Al releer el formato del acuerdo, surgen en nosotros emociones provenientes de nuestra escala de valores.
— Algunos son partidarios de decir siempre la verdad, cueste lo que cueste.
— Algunos son partidarios de aliarse con el más fuerte en desmedro del más débil, cueste lo que cueste;
— Algunos son partidarios de la máxima fidelidad al compañero, cueste lo que cueste.
Hasta aquí he comentado lo que habitualmente se piensa al tratar estos temas.
Ahora le expongo un punto de vista alternativo y diferente.
Como el libre albedrío es una ilusión y estamos determinados por nuestra anatomía, fisiología, historia, herencia, educación, etc., etc., entonces nadie puede dejar de hacer lo que le impone esa naturaleza personal, cueste lo que cueste.
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9 comentarios:
Cuando se trata de buscar compañía en un grupo humano, intento hacercarme al más fuerte. Recién, leyendo esto, acabo de darme cuenta. Sin embargo emocionalmente me siento partidaria del más débil.
Los partidarios de decir siempre la verdad, sin tener en cuenta la fidelidad al compañero, no tienen otra opción, si no quieren quedarse solos, que elegir uno o dos compañeros a los que no cuestionar nunca. De lo contrario terminan quedándose solos.
En caso de que lo impuesto por nuestra naturaleza personal termine por hacernos sufrir mucho _siempre y cuando nos demos cuenta_ tenemos la posibilidad (no la opción) de buscar un cambio. En esto los psicoterapeutas y los psicoanalistas, suelen ayudar mucho.
Mi escala de valores puede hacerme pregonar mi adhesión a una postura determinada, y mis necesidades más íntimas e inconscientes llevarme a tomar, en los hechos, una posición distinta... Y seguir creyendo que le soy fiel a la postura que he adoptado conscientemente.
Estoy de acuerdo con lo que plantea Alicia, pero agregaría que también se puede solicitar ayuda cuando el sufrimiento es provocado a otro. Claro que para hacer eso posible, debemos ser capaces de sentir culpa y por supuesto, ser conscientes de la situación.
La policía valora mucho la confesión, igual que la iglesia católica.
Si ninguno de los dos presuntos delincuentes confieza, podrán ser liberados, pero se los culpabilizará del próximo delito que suceda.
Siempre que un delincuente es castigado, la pena nuestra es mínima (en el mejor de los casos). Nadie se ha tomado muy en serio lo de la misericordia.
La Naturaleza siempre se impone, sea la personal o la que nos engloba a todos.
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