Para lograr lo mejor de la vida, hay que hacer algunos esfuerzos.
Estos esfuerzos a veces se manifiestan, tratando de modificar algo y otras veces se manifiestan tratando de soportar algo.
Podemos modificar una montaña, haciéndole un túnel por el que pase una carretera o podemos esforzarnos para soportar los fenómenos naturales adversos (huracanes, sismos, inundaciones).
Sin embargo, tenemos desproporcionadas dificultades para realizar el esfuerzo de ser y soportar la incoherencia, la contradicción, la irracionalidad, propias y ajenas.
No podemos aceptar que nos gusta y nos disgusta a la vez una cierta idea, una persona, un trabajo.
Es necesario, natural, propio de nuestra especie, tener cambios muy frecuentes en nuestros gustos, en nuestras necesidades y deseos, en las opiniones, los puntos de vista, las preferencias, los sentimientos de atracción y rechazo.
Nos hemos puesto de acuerdo en negar, perseguir y castigar la natural mutación de nuestras características.
Por supuesto que no incluyo en estas consideraciones, aquellos cambios que respondan a fenómenos patológicos, esto es, aquellos notoriamente penosos, perturbadores de la convivencia, inhibidores de la autosustentación, en especial los cambios de humor propios de los fenómenos bipolares (depresión alternada con exaltación anímica), que atiende la psiquiatría.
Imagino que este furioso ataque a la ambivalencia, la incoherencia o a la contradicción, tiene su raíz más profunda en el insoportable, inevitable e irreversible cambio de vida a muerte.
El propio envejecimiento nos está mostrando segundo a segundo, que no somos los mismos.
Ninguna opción es por sí misma buena o mala, sino que es conveniente o inconveniente según las circunstancias (una guerra puede ser buena o mala según quien la observe, la leche o el tabaco, son buenos o malos, según quién los consuma).
Para ser coherente, este artículo incluye una cierta incoherencia.
●●●
10 comentarios:
No sea exagerado! El envejecimiento no se muestra segundo a segundo.
Segundo se lo muestra a tercero, tercero a cuarto y nosotros somos los últimos en enterarnos.
A este artículo no le encuentro incoherencia alguna. En algo se debe de haber equivocado, Licenciado.
Yo no veo que mi mujer trate de cambiarme, ni tampoco que me esté soportando. Lo que me pone mal es su completa indiferencia.
Tan grande es nuestra intolerancia a los cambios, que a los seres mutantes los hemos convertido en los monstruos preferidos de las películas de terror.
No podemos aceptar que la guerra sea conveniente en algunas circunstancias. Aunque esto sea apelar al voluntarismo; en todo caso, pido que se me permita mi porción de incoherencia.
A veces lo difícil es saber qué es lo conveniente según la circunstancia.
Pienso que la guerra siempre es inconveniente, pero puede que en algunos casos sea la única opción honrosa y aceptable.
El horroroso cambio de la vida a la muerte, bien puede ser, como ud propone de un modo tan inteligente, el motivo de nuestra intolerancia a la ambivalencia.
Somos muy pudorosos cuando se trata de mostrar nuestros cambios de punto de vista. Es lógico, porque si los mostráramos sin inhibiciones, inspiraríamos intolerables sentimientos de inseguridad en quienes nos rodean.
Nos engañamos a nosotros mismos si creemos que algo nos gusta o nos disgusta un cien por ciento. Desearíamos que todo fuese perfecto y sencillo; ajustamos la realidad a nuestro deseo. Y para peor nuestro deseo también viene todo entreverado.
Publicar un comentario