Con los años, fui entendiendo que soy un hombre común y corriente.
Esto hiere mucho mi amor propio, porque cada vez me siento menos especial.
Por ejemplo, me enteré de los malos pensamientos que tienen personas muy prestigiosas y respetables.
Claro, nadie dice en su biografía que deseó la muerte del padre o del hermano menor que vino a quitarle privilegios.
Tampoco es frecuente escuchar, la tremenda desilusión que sintió cuando vio a la madre embarazada.
Muchos se hacen los tontos y tratan de no pensar, pero algún día tienen mala suerte y atando cabos, llegan a la conclusión de que el padre ¡tiene sexo nada menos que con su madre!, y el tormento es inenarrable.
Cierta vez, quise hacerles una broma y volví silenciosamente para asustarlos con algún estruendo, y vi cómo mi padre apretaba a mi madre contra una pared, le había subido la pollera y metido la mano por debajo de su bombacha, ¡mientras ella le acariciaba la nuca con los ojos cerrados y la boca entreabierta!
Cuando ya me había casado y mi vida transcurría armoniosamente, me enteré que mis desesperantes deseos homosexuales de la adolescencia ¡eran normales!
Elegí a una analista mujer, según me enteré después, para que mi vergüenza fuera mayor y hubiera menos posibilidades de llegar a contarle las atrocidades degeneradas, perversas y depravadas que tenía.
Ella misma me dijo algo muy interesante: «Tu tenías tanto interés en ser especial, que tuviste más placer en sentirte un monstruo, que dolor por las inhibiciones. Por eso cargaste tanto tiempo con ellas».
O sea que mi arrogancia me hizo sobrevalorar todo: lo bueno y lo malo que sabía de mí.
Ahora es tarde, pero si lo hubiera sabido antes, habría sido más atrevido y alocado, como las novias que me fueron dejando querían.
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9 comentarios:
De a ratos me siento especial y de a ratos no.
Me sentiría verdaderamente especial si alguien me raptara.
Para terminar en la cárcel hay que gozarla.
Cuando somos normales, eso nos parece insoportable por lo vulgar; pero cuando dejamos de ser normales, hacemos todo lo posible por ser uno más.
Si ud es común y corriente, yo soy Homero Simpson.
De lo único que me acuerdo es de los terribles celos que me provocó el nacimiento de mi hermano. De lo que pasaba entre mis padres y lo que sentía al respecto, no puedo recordar nada.
Es cierto que cuando nos sobrevaloramos, lo hacemos tanto con lo bueno como con lo malo, y lo común es que ocultemos lo malo.
Ocultamos lo malo y con lo maravilloso que creemos tener, nos hacemos los disimulados.
Si nos damos demasiada importancia a nosotros mismos, creyéndonos muy especiales, nos sentimos solos, porque creemos que a nadie le pasa lo que nos pasa a nosotros. Además, como Ud dice, nos volvemos temerosos porque nos creemos capaces de cualquier cosa.
Es lógico que todos nos hayamos sentido especiales en algún momento. Cuando tomamos conciencia de nuestras contradicciones, de que amamos y odiamos a una misma persona, que podemos ser conmovedores y buenos tanto como egoístas y crueles, entonces nos creemos extraños engendros, hasta que de a poco empezamos a conocer de verdad a algún otro, y descubrimos que somos humanos.
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