Millones de personas recordaron durante años, qué estaban haciendo cuando se enteraron del asesinato de John Kennedy (1917-1963) (imagen).
Las personas que eran jóvenes o adultas en 1963, escucharon o leyeron un conjunto de palabras que transformaron sus cerebros.
Casi todas las técnicas terapéuticas utilizan algún específico, algún producto químico, que se ingiere como un alimento más y que —a veces y en ciertas personas—, es capaz de provocar cambios saludables (antibióticos, homeopatía, herboristería).
Todos los estímulos son transformadores de nuestro cuerpo, pero sólo unos pocos poseen tal magnitud como para reconocerles esa característica. La noticia del magnicidio (asesinato de un gobernante) la tuvo y por eso tantas personas recordaron qué hacían cuando la recibieron (rindiendo examen, viajando, haciendo una visita).
También son sensaciones transformadoras los consejos de nuestros educadores, lo que soñamos, la poesía de una canción, una mirada, un silencio, una caricia.
La modificación anátomo-fisiológica (del cuerpo y su funcionamiento) que producen los medicamentos, suele ser más visible porque su ingestión está precedida de un acto médico, una expectativa nuestra como consultantes, una sugestión (la publicidad, nuestro deseo, la esperanza con que nos alienta el facultativo), además de que la tomamos con el deliberado propósito (intención) de mejorarnos, aliviarnos, recuperar la salud.
Cada palabra, frase, oración, refrán, advertencia, ... son significantes, es decir, generan en nosotros un efecto de significación.
El efecto de significación es el resultado de una transformación anátomo-fisiológica que puede llegar a cambiar también nuestra actitud, nuestra conducta, nuestro estado de ánimo, el ritmo cardíaco, la cantidad de azúcar en la sangre, un calambre y un interminable etcétera.
Somos parte de los fenómenos naturales (viento, germinación, parasitismo, fases lunares, epidemias, sequías, etc.), y las palabras que oímos, leemos, pensamos o soñamos, también son fenómenos naturales, transformadores de los seres humanos y de algunas mascotas.
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13 comentarios:
Cuando llego del trabajo y grito "Sultán", mi perro es el más feliz del mundo.
Los poetas aman las palabras. Gustan de su sonido, de sus ecos. Hasta parecen saborear la tipografía de las letras. Les dan significado a los espacios entre una palabra y otra. Escuchan la música de ellas cuando se juntan.
Los medicamentos hacen efecto cuando uno ya está desesperado y no ve más soluciones.
Quien enseñó todos los refranes que existen en el mundo, fue una señora regordeta que levantaba el dedo índice y arqueba las cejas, antes de hablar.
Hoy su texto es acariciador.
Me acuerdo que cuando tiraron a las Torres Gemelas estaba el sanitario en casa.
Ahora entiendo por que podría servirme ir al psicólogo.
El clímax es al relato, lo que el orgasmo al encuentro sexual.
Hay una herboristería ilegal donde te venden un yuyo que mezclado con miel, neutraliza los estímulos negativos.
Jesús alimentaba con la palabra.
Yo no quería crecer y al final logré que me extirparan la tiroides.
El específico de mi terapia es el amor.
Un día soñé que me transformaba en cucaracha, y me transformé nomás.
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