Jacinta vivía con su mamá desde que murió su padre y el único hermano se fue de viaje con el dinero de la herencia.
Parecía frágil, cansada, triste quizá.
En la casa habían muchas fotos de ella tomadas por un prestigioso fotógrafo que visitó la ciudad y que registró con su arte los únicos momentos de locura desenfrenada que ella tuvo en sus 32 años.
Algunas fotos sólo ella sabía dónde estaban.
Jacinta era muy piadosa y la mortificaba ver comer sólo pan con fiambre a los chicos que jugaban a la pelota día y noche frente a la ventana que compartía con su mamá.
Cuando el dinero se los permitía invitaba a dos o tres a comer lo que cocinaba con la certeza de que eso les mejoraría la salud.
Al más alto a veces le pedía que subiera a una escalera que ella sostenía para que le alcanzara ciertas bolsas de tela que guardaba en un placar muy alto.
Las pantorrillas algo velludas y los zapatos llenos de barro quedaban a la altura de su cara y ella sentía que estos breves momentos le recordaban al fugaz fotógrafo.
Cierta vez terminaron de comer, la mamá se había retirado a dormir su siesta, los más pequeños y revoltosos se habían ido entre gritos y empujones y ella le pidió al más alto que le alcanzara del placar un paquete que en realidad no necesitaba.
Nuevamente se repitió la escena, pensó atrocidades, imaginó raras escenas con el jovencito y cuando él descendió de la escalera lo notó avergonzado, con la mirada esquiva, respirando con dificultad.
Las imaginaciones más depravadas se agolparon en su cabeza, esperó anhelante con un sí pronto en sus labios para responder el ofrecimiento del tímido jovencito.
— Jacinta, perdona, pero no nos gusta tu comida.
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11 comentarios:
Al hombre se lo conquista por la panza decía mi abuela.
Todas las mujeres de pelo rojo y rizado, son come-niño.
Se lo que digo.
¡Pobre Jacinta! Se peina, se peina, y quiere ser reina.
Lo que pasa es que Jacinta le ponía a todo demasiada pimienta para erotizar a los chicos, pero ya se sabe que a los niños no les gusta la pimienta.
Es cierto que ella no necesitaba el paquete... y también es cierto que no recordaba lo que contenía: el cráneo con el que había estudiado anatomía. Está claro, al chico se le fueron las ganas.
Este relato tiene una moraleja: "no juegues con el hambre ajeno para calmar tu apetito"
Ya había visto las fotos esas.
Patéticas.
Lamento desilusionarlos: las fotos no me las aceptaron en ninguna revista.
¡Si quiere abrir un merendero que se ponga a laburar! No pienso tolerar esta situación ni un día más.
Ya vi donde guardan la plata las viejas.
Mejor que ponga un aviso en un portal de ENCUENTROS.
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