Nos identificamos solidariamente con quienes padecen desgracias que aceptamos que nos podrían ocurrir, pero no somos solidarios —y hasta condenamos— a quienes padecen desgracias que NO aceptamos que nos podrían ocurrir.
Las palabras identificación, simpatía y empatía refieren de diferente manera a esa capacidad propia de nuestra imaginación de «ponernos en el lugar del otro».
Pensamos que el desarrollo de esos sentimientos beneficia la convivencia.
Los ciudadanos capaces de comprender la situación del vecino como si fuera propia, supuestamente serán capaces de solidarizarse, ayudar, colaborar, no digo desinteresadamente sino mucho más: no podrán evitar prestar y hasta imponer esa colaboración.
En otras palabras, a quienes les resulta casi imposible tomar distancia (discriminarse) de algunos semejantes cuando los ven en alguna situación que hiere su sensibilidad, caen en un extraño chantaje pues se sienten obligados a realizar ciertos actos (ayudar) sin que por eso sea posible acusar al chantajista pues aparentemente es inocente (no es culpable de su conmovedora desgracia).
Esta es una descripción que refiere a los aspectos socializantes de la identificación, simpatía o empatía.
La contracara de estos sentimientos radica en que cuando alguien presenta una situación que demanda ayuda pero que los demás no comprenden, entonces seguramente quedará abandonado y hasta acusado porque padece un infortunio impopular, extraño, que no despierta ni la identificación, ni la empatía y mucho menos la simpatía del colectivo que integra.
La muerte de un ser querido inspira comprensión porque a todos nos ha pasado o puede llegar a ocurrirnos.
Es un infortunio no solamente entendible sino que además no es condenable.
En realidad, los infortunios raros, los que no podemos comprender, son padecimientos que necesitamos negar como propios.
A modo de ejemplo: no aceptamos que podría ocurrirnos ir a la cárcel, ser violados o intentar suicidarnos. Estas desgracias generan bajísima identificación.
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11 comentarios:
Me acuerdo que una vez el jefe de publicidad se nos enloqueció y no podía dejar de aportar sumas millonarias a la Teletón.
Yo puedo entender perfectamente a una mujer violada.
El infortunio que menos empatía causa en el colectivo es padecer de flatulencias; sobre todo cuando las ventanillas están cerradas.
Como ir a la cárcel genera mínima identificación en el afuera, quienes están adentro necesitan formar grupos fuertemente cohesionados.
Llevarse mal con los padres o con los hijos, es bastante común pero genera escasa empatía. Quizá no se entienda como una desgracia. Probablemente se juzgue como una falta. Y en el otro sentido de la palabra falta, sí que lo es; es una triste carencia.
Cuando muere un pariente, todos te acompañan en el sentimiento, aunque no tienen ni la más pálida idea de cual sentimiento es.
El infortunio más popular es no tragar a la suegra.
Qué misterio...
En Japón o en Suecia, si intentás suicidarte, contarás con más apoyo social para tu recuperación.
Y de qué tiene que recuperarse alguien que decidió quitarse la vida y falló, eh Lidia?
De la vergüenza de haber fallado hasta en esa, digo yo.
La peor desgracia del espadachín del dibujo, es carecer por completo de cuello, pies y manos.
NO PARECE
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