martes, 10 de mayo de 2011

Escuchar y leer es deprimente

Si preferimos hablar a escuchar, es para imaginarnos superiores... y si no podemos controlar la necesidad de aconsejar, nuestra autoestima está en problemas.

Luego de algunas horas de conversación entre amigos, le pregunté a quien aún no había abierto la boca: «Y tú, ¿qué opinas?», a lo que ella contestó como saliendo de un estado de meditación yoga: «Por ahora nada, porque cuando hablo es cuando menos aprendo».

Esta respuesta suya quedó dándome vueltas.

Muchas personas (que para mí somos la mayoría) tenemos vocación de consejeros pero no de aconsejados.

Dicho de otro modo: son más las personas que prefieren dar su opinión que las personas que prefieren recibir una opinión ajena.

Acá está presente algo que contraría el sentido común. ¿Por qué tantas personas prefieren dar a recibir? ¿Por qué en este asunto, son más los generosos que los mezquinos?

Una primera respuesta es que los verbos están incorrectamente utilizados.

En otras palabras: cuando «doy un consejo» en realidad estoy recibiendo algo que ratifica mi natural actitud egoísta, mientras que cuando recibo un consejo, en realidad estoy entregando algo que, egoístamente, no deseo entregar.

Cuando doy un consejo lo que ocurre es que:

— recibo el placer narcisista de sentirme escuchado, mirado, atendido, respetado, valorado;

— la escena en la cual doy un consejo (opinión, información, comentario) me permite creer que tengo superado el tema del cual hablo, que poseo tanta sabiduría y experiencia que estoy en condiciones de repartir una parte. La escena me genera la ilusión de que poseo, puedo y sé más que aquellos que me escuchan.

La escena en la cual recibo un consejo (opinión, información, comentario) me obliga a creer que estoy en inferioridad de condiciones, que soy débil, inexperiente, ignorante, más vulnerable y menos valioso que el consejero.

En suma: escuchar (o leer) es deprimente.

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9 comentarios:

Lucía dijo...

Cuando recibo un consejo entrego parte de mi intimidad. Tengo que disponerme a que el otro pueda verme, opinar, juzgar, comparar.

Lautaro dijo...

A mí me resulta difícil aceptar consejos porque en general pienso que nadie puede estar más compenetrado con mi vida, que yo mismo. Hago la exepción con aquellas personas que reconozco poseen mayor experiencia y conocimiento en el asunto a consultar. Pero de última, la decisión es siempre mía.

Adriana dijo...

Inconscientemente me ubico con frecuencia en el lugar de aconsejada, para recibir una especie de ilusión de protección. Protección otorgada por pares, pero que se vivencia como si fuera de los progenitores.

Efraín dijo...

Entonces, por lo que plantea Adriana, ella no estaría sintiéndose inferiorizada en esas ocasiones. Mas bien creo que debe sentirse en un lugar de privilegio: el lugar del niño, centro de las miradas y los cuidados.

Marita dijo...

Quien trabaja en el ámbito de la salud y en algún momento siente pertinente aconsejar a un usuario, lo hace desde un lugar bastante despersonalizado. No aconseja en base a lo que el técnico pudo hacer en experiencias similares. No se identifica con el paciente. Lo aconseja desde el rol, diciéndole lo que de buena fe le parece más recomendable. Es típico que se aconsejen hábitos saludables a los pacientes... hábitos que los primeros en incumplir son los trabajadores de la salud.

Milita Sueiro dijo...

Decir que uno está convencido de algo, siempre implica exponerse al riesgo de ser fácilmente refutado.
Por eso es valeroso manifestar una convicción; de esa manera se le da la oportunidad al otro de refutarla y esa dinámica en general es enriquecedora.

López dijo...

Los que aconsejan con absoluta convicción de ser los poseedores de la verdad, son los militantes religiosos. Ellos vienen a traernos la buena nueva, a abrirnos la puertas de la salvación. Cumplen el rol de profetas. Y a mí eso me rompe los huevos.

Alicia dijo...

El que pide un consejo puede estar desesperado, y eso es harina de otro costal.
La mayoría de las veces, el que pide consejo quiere ser acunado.

Nilda dijo...

Escuchar me permite aprender. Hablar me permite vincularme y a su vez me expone. Más allá de las desventajas que trae el exponerse, trae una ventaja fundamental: es la condición para que el otro te acepte como amigo. Si te escondes, si escondes tu vida personal a tus amigos, es probable que estos se sientan defraudados por la falta de simetría.