Con Matilde habíamos dejado de frecuentarnos porque ella necesitaba otras cosas de un hombre. Cosas —servicios, diría yo— que no obtenía conmigo (menos sobresaltos emocionales, cierta previsibilidad, un poquito de rutina).
Dejamos de vernos pero no de tratarnos. Siempre tuvimos de qué hablar aunque cada inicio de conversación nos hiciera pensar que ya nos habíamos dicho todo.
Así pasaron tres años hasta que con un mensaje de texto me informó que se encontraba internada con una crisis cardíaca. Ambos teníamos muertes prematuras en nuestras familias y compartíamos cierta hipocondría.
Le pregunté si aceptaba que fuera a visitarla y me respondió afirmativamente. ¡Mal presagio! Yo sabía que esa respuesta equivalía a que en su fantasía tenía la certeza de que «le había llegado la hora» y que correspondía empezar a despedirse.
Se me ensombreció el alma pero junté fuerzas de algún lado para no ir con cara de velorio. Sin embargo, el inconsciente me traicionó: tuve la mala idea de comprarle un ramo de sus rosas preferidas sin acordarme que ella tenía bien claro que a mí no me gusta hacer regalos.
Al recibirme puso las dos caras: «Me alegra verte» y «Si me regalas flores es porque tú también piensas que me estoy muriendo».
Me di cuenta del error pero ya estaba hecho.
Comenzamos a conversar sobre cualquier tema, recordamos tiempos pasados, escenas eróticas y se me ocurrió preguntarle «¿Quieres que te masturbe ahora que no hay nadie?».
Reaccionó sorprendida con un gesto que decía «¡Estás loco!». Sin embargo me dijo: «Bueno dale, si me siento mal detente enseguida».
Ella tenía una rugosidad en la parte superior de la vagina que seguía produciéndole sensaciones de una voluptuosidad fantástica y así funcionó con una serie de orgasmos, esta vez silenciando muy bien aquellos gemidos que tanto supieron excitarme en otro lugar, tiempo y circunstancias.
Usted imagina bien lo que sucedió; lo raro es que no me arrepiento.
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13 comentarios:
Hoy estoy dulce porque mi amorcito fue muy amoroso conmigo y no estoy toda llena de cables y caños en un CTI: me alegro por Matilde, que murió feliz y por quien escribe porque no es lindo arrepentirse.
Con la muerte de Matilde puede olvidar el sentimiento de culpa.
¡Quiero una muerte como la de Matilde!
Oh! me duele el costado, tengo palpitaciones, creo que me voy a internar.
Me gustan tanto las rosas que el motivo por el que me las regalen me es completamente indiferente. No se sienta mal y lléveme rosas al cementerio.
Si él no se detuvo debe ser porque ella se sentía cada vez mejor!
Sé que eran tal para cual porque Matilde una vez me confió que él tenía una rugosidad en la parte superior del pene que la volvía loca!
Veo que cambió la foto del artículo anterior y me siento muy considerada por ud, Licenciado.
El mundo debería estar lleno de locos apasionados como el del cuento. Seguro que los hay, la realidad siempre supera a la fantasía.
Matilde me dijo que en realidad lo dejo porque lo que necesitaba de un hombre era amor.
Mi cara de velorio es completamente inadecuada. En esas ocasiones los nervios me traen una tentación por reírme irresistible, por suerte en el cementerio no me pasa porque logro distraerme mirando los árboles y las esculturas.
Ojalá no tuvieramos que ver morir a las personas que queremos.
La última vez que estuve internada me sacaron el celular ¡eso es atentar contra los derechos humanos!
Es verosímil, aunque no puedo ponerme en el lugar de alguien que provoca una muerte y no se sienta culpable. Somos muy distintos se ve.
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