domingo, 31 de octubre de 2010

Un flautista huraño

Un flautista huraño, vivía en las calles, rehusaba ingresar a los albergues, no quería apartarse de sus bolsas de nylon llenas de fotos antiguas y trocitos de madera.

Contra todo lo supuesto, él era donante de dinero a otros mendigos que lo seguían como almas prematuramente abandonadas por sus cuerpos terrenales.

De este extraño personaje, se contaban muchas historias, leyendas urbanas, prontuarios, se le imaginaban países de origen, títulos nobiliarios y universitarios.

Lo importante era que su flauta no sonaba como otras. Él extraía sonidos que los expertos musicólogos, nunca habían escuchado.

Los sonidos tenían un matiz que podría provenir de cómo estaba fabricada, del tipo de madera o de alguna particularidad en la boca o en la técnica del bohemio intérprete.

Cierta vez, un grupo de bandoleros quiso robársela, pero los bien alimentados vagabundos, reaccionaron como un cuerpo de élite y pusieron en fuga a los ladrones.

El poder económico del flautista provenía de las limosnas recibidas en una bolsa de nylon que ponía frente a sí para quienes quisieran dejar alguna moneda.

En dos o tres horas, la bolsa se llenaba, los mendigos se arrimaban silenciosos y mirando las manos dadivosas, recibían su puñado de monedas surtidas.

Cada tanto, el sonido cambiaba tan ligeramente, que sólo dos expertos lo detectaban.

Los asombrosos sonidos de la flauta continuaron cambiando cada poco tiempo y los elegantes musicólogos prácticamente impedían con su presencia, la aproximación de la gente común.

El extraño flautista murió y, previo contrato de sustento vitalicio con el grupo de élite, el instrumento y demás pertenencias pasaron a manos de los musicólogos, quienes dentro del tubo de madera encontraron pequeñísimas estatuillas intercambiables de quienes fueran sus compañeros, amigos, socios, guardaespaldas y beneficiarios.

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sábado, 30 de octubre de 2010

La temeridad de los necios

Todos, desde el más famoso al menos conocido de los seres humanos, tenemos dudas, angustias, necesitamos ser amados, reconocidos.

Padecemos miedo a enfermar, a quedar inválidos, a tener hambre sin comida que la calme.

Estas y otras molestias, las compartimos sin hacer mucha ostentación porque, otra particularidad que nos caracteriza, es la de compensar esas vicisitudes psicológicas imaginando todo lo contrario.

En términos generales, a todos los sentimientos que nos recuerdan qué frágiles, vulnerables e impotentes somos, intentamos contrarrestarlos imaginando exactamente lo opuesto.

Los sentimientos más comúnmente usados como antídotos de la triste realidad, son el orgullo y la omnipotencia. Por esto es difícil encontrar personas humildes y realistas.

A modo de ejemplo, le propongo tres casos significativos.

1º) Si usted fuera a comer a un restorán, ¿destrataría al personal de cocina o tendría en cuenta que para ellos sería muy sencillo escupir su plato?

2º) Si usted estuvieran entrando al quirófano, ¿destrataría al cirujano que en minutos abrirá su cuerpo o tendría en cuenta que en tan delicada tarea, podría cometer algún error técnico involuntariamente?

3º) En todos los países existe alguna institución encargada de administrar el poder de fuego del Estado.

Está compuesta por profesionales entrenados para la guerra, la represión de acciones que pusieran en peligro la institucionalidad del país, y otras acciones cuyos efectos pueden ir desde el encarcelamiento a la muerte de algunos ciudadanos.

Estas instituciones se reportan al poder civil, representados por el poder político y, más específicamente, al presidente de la república.

Sin embargo, cuando la estupidez colectiva está demasiado generalizada, es normal que gran número de ciudadanos hagan alarde de esa subordinación que los portadores oficiales de armas tienen ante las instituciones civiles.

Increíblemente, las manifestaciones despectivas contra militares o policías, también son utilizadas para contrarrestar aquellos sentimientos de vulnerabilidad.

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viernes, 29 de octubre de 2010

Sabemos mucho de gays y poco de lesbianas

El machismo se muestra aún entre la homosexualidad masculina.

Efectivamente, la historia de la homosexualidad humana trata casi exclusivamente de los varones y la referencias a la conducta lésbica, es mínima.

Según creo, existirían ciertas razones importantes:

1) Los más estudiosos somos los varones (porque no podemos procrear como las mujeres, entonces nos conformamos con crear: hipótesis, teorías, historias, ciencias, descubrimientos, inventos);

2) Las mujeres normales son lesbianas (esto tiene que ser así porque ellas aprenden a amar y a conocer el erotismo de su cuerpo, con los cuidados de su mamá. Este y otros fundamentos, ya fueron expuestos en el artículo titulado Si yo fuera mujer.

3) Dado que los varones hacemos mayores aportes a la ciencia, la filosofía, y —en general—, damos más opiniones que las mujeres, y siendo que el lesbianismo es un tema que nos interpela especialmente, porque es lógico que sintamos celos de otro hombre, pero si sentimos celos de otra mujer, ¿dónde quedan nuestros atractivos masculinos? Por tanto, restringimos profundizar en el lesbianismo, para no enfrentarnos a nuestra herida narcisista de que «ellas prefieren a ellas y no tanto a ellos».

4) Tan natural, lógica y razonables es la homosexualidad femenina, que podríamos decir con Jacques Lacan que «heterosexual es cualquiera que desee a las mujeres».

5) Coincidiremos además que los matrimonios gay llaman más la atención que los matrimonios lésbicos. Ellas parecen dos amigas y ellos parecen dos raros. Creo que la sociedad los enrarece porque los tolera menos, pues, en tanto ellas pueden hacerse fecundar por un amigo, alguien contratado, o artificialmente, ellos no pueden gestar, alimentar y criar, sin dar un rodeo mucho mayor (por ejemplo, Ricky Martin - Imagen).

6) Quizá coincidamos en que una y otra homosexualidad no son simétricas (similares, equivalentes). Son bien diferentes.

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jueves, 28 de octubre de 2010

Las empleadas de la especie

Suele denominarse antigüedad calificada, al régimen de ascenso jerárquico, que se basa fundamentalmente en el criterio según el cual, cuantos más años tiene un empleado en la empresa o institución, es más rentable y que, por lo tanto, debe asumir más responsabilidades y recibir un salario mayor.

¿Por qué se habla de calificada? Porque en las empresas donde se usa este criterio, se hacen evaluaciones anuales del desempeño, generalmente a cargo del superior jerárquico del empleado.

En otras palabras, en las empresas o instituciones que se aplica este criterio, se cree (se parte del supuesto) que un empleado es más rentable cuantos más años lleve trabajando a satisfacción de sus jefes.

Sólo para completar la definición, otras formas de ubicación jerárquica dentro de los escalafones, pueden basarse en la realización de concursos de oposición y méritos, o realizarse designaciones directas en las que el jerarca, gerente o propietario, designan a quién le conviene (gusta o prefiere) que asuma mayores responsabilidades y reciba un salario superior.

De más estaría decir que en casi todos los centros laborales, los trabajadores aspiran al mayor salario con las mínimas responsabilidades.

Este modelo de administración de los recursos humanos, es comparable a lo que ocurre con el sexo femenino en la humanidad toda.

Nos guste o no, las mujeres actúan como empleadas de la humanidad, encargadas de varias tareas y responsabilidades en relación de dependencia.

Aún cuando las circunstancias las lleve a ser jefas de hogar, también dependen de alguien, como por ejemplo, de su propia madre o abuela, u otras mujeres mayores que la presionan para que haga o no haga ciertas cosas.

Después de la menopausia, cuando la mujer se jubila biológicamente de su responsabilidad como vientre reproductor, tendrá más derechos y libertades, que podrá usar o no, por ejemplo, para gozar sexualmente.

Artículo vinculado:

Primer premio: una castración psicológica

miércoles, 27 de octubre de 2010

Salud y periodismo

En otro artículo (1) les comentaba que todos trabajamos en beneficio de la industria de la salud, porque directa o indirectamente, en tanto una mayoría piensa que la medicina es tan importante como el aire, consultamos al médico por preocupaciones, precauciones, prevenciones, padecimientos.

Además de pensar que la medicina y el aire son igualmente importantes, pensamos que existen médicos buenos y malos, eficientes e ineficientes, sabios e ignorantes.

Para que un médico cumpla con los más altos requerimientos profesionales y cuente con nuestra confianza, debe escuchar todo lo que le decimos, poner cara de preocupación y rápidamente, cual guardaespaldas dispuesto a todo por la seguridad de su cliente, ordenar la compra e ingestión de varias sustancias que convertirán al consultante, no sólo en alguien poseedor de la salud que tenía antes de enfermar sino que además, nunca volverá a tener esos problemas.

Veamos su relación con el periodismo.

Considerado globalmente, puede describirse de esta forma:

En esta industria, trabajan muchos especialistas en buscar (noticias), redactar, fotografiar, filmar, publicar, etc..

Estas personas tienen gastos permanentes (comida, vestimenta, vivienda) y necesitan tener salarios, honorarios, ganancias (ingresos monetarios) en forma también permanente (ingresos fijos).

Por lo tanto, mes a mes, día a día, deben lograr ingresos económicos para la empresa que los ocupa (editorial, radio, televisión).

Para que los ingresos sean fijos, constantes, infaltables, los trabajadores de la industria informativa deben tener noticias, novedades, algo para decir, también en forma permanente, constante, infaltable.

Una de las consecuencias es que los consumidores (lectores, radioescuchas, televidentes), recibimos demasiada información y defensivamente deja de importarnos lo que pueda ocurrirle a nuestros semejantes.

Esta indiferencia protectora de nuestra sensibilidad, nos provoca una sensación de soledad y vacío, muy angustiantes.

Entonces, consultamos al médico y la industria de la salud nos recibe como clientes.

(1) Sólo da ganancia un cliente vivo

Nota: La imagen corresponde al logo de C.Q.C. (Caiga quien caiga), formato de noticiero argentino, actualmente utilizado en España, Brasil, Israel, etc.

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martes, 26 de octubre de 2010

Las exhibiciones para no ser miradas

Quien usa prendas escotadas, permite la exhibición de una parte sugerente (insinuante) de los senos, atrayendo las miradas de casi la totalidad de quienes se crucen con ella.

Sin embargo este espectáculo puede ser disfrutado tomando la precaución de no fijar la vista con excesiva insistencia, porque de hacerlo, podría molestar a su dueña, habilitándola para que se enoje, llamando la atención sobre la impertinencia de quien mira con demasiado desenfado.

Podemos concluir entonces que las mujeres, cuando muestran sus senos, desean ser miradas con disimulo.

La situación ideal ocurre cuando quienes estén fascinados por su belleza física, demuestren esta atracción de forma indirecta, por ejemplo sonriéndole, dedicándole más atención a lo que dice (sólo para disfrutar de reojo el bello paisaje), o procurando acceder a una visión completa con la suficiente intimidad como para poder besar, acariciar, lamer.

Con estas sencillas (y cotidianas) ideas que comparto con usted, pasemos a otro tema menos evidente, más sutil, pero mucho más frecuente.

Es casi seguro que el inconsciente existe, aunque no siempre lo definimos tan claramente como para saber de qué estamos hablando.

Al expresarnos, decimos más de lo que queremos.

Imaginemos que la chica del escote, dice: «Si muero, quiero que mis cenizas sean tiradas al mar».

Escuchar este enunciado, nos lleva a pensar que la joven está dando una orden que deberá ser cumplida después de su muerte... pero ella dice algo más sin darse cuenta.

Al decir «Si muero …» está mostrando que, en su interior, para sus adentros, admite la hipótesis de que también podría no morir.

Quienes oímos su error conceptual, solemos disimularlo tanto como nuestro embeleso por su senos.

Para su inconsciente, ella es inmortal.

En general, todos decimos más de lo que imaginamos pero el auditorio suele no percatarse o disimula para no molestar.

Nota: en la imagen, el fotógrafo captó el momento en que la actriz italiana Sofía Loren mira disimuladamente el escote de la actriz norteamericana Jayne Mansfield.

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lunes, 25 de octubre de 2010

La inteligencia es optativa

Dos bromistas, burlones o impostores, tejieron una tela visible sólo para las personas de buen corazón.

El emperador para quien construían ese tejido tan especial, se vestiría con él y se pasearía ante su pueblo.

Cuando el desfile ocurrió, los asistentes «vieron» al emperador vestido para demostrar que ellos tenían buen corazón. Sólo un niño atinó a señalar que el emperador estaba desnudo.

Esta historia fue contada por el escritor —nacido en Dinamarca—, Hans Christian Andersen (1805-1875) (imagen) y el relato se titula «El traje nuevo del emperador».

En otro artículo publicado con el título La obediencia debida, les comentaba que

— Existen pensamientos que funcionan de adentro hacia afuera; y

— Existen pensamientos que funcionan de afuera hacia adentro.

Si bien todos tenemos un cerebro, nos diferenciamos en el uso que hacemos de él.

Es costumbre criticar negativamente a quienes no usan (o, al menos, parecen no usar) su cerebro. Sin embargo, puede ser una estrategia de vida tan válida como la de tener genitales y hacer votos de castidad, tener dinero y hacer una vida austera, o tener belleza y no hacer ostentación.

La inteligencia que nos provee el cerebro, es —como toda riqueza— generadora de responsabilidad.

Efectivamente, si vamos por la vida utilizando nuestra inteligencia para opinar, tomar decisiones, cuestionar, combatir, señalar, controlar, exigir, reivindicar, exigir nuestros derechos, defender a los más débiles, rectificar (a las buenas o a las malas) todo acto de injusticia que nos toque presenciar, haremos un enorme gasto de energía.

También parece cierto que todos los extremos son malos.

En suma: Los millones de años que tenemos de evolución, nos han preparado perfectamente para saber qué nos conviene a cada uno, y por lo tanto, la receta consiste en atender las sugerencias propias desestimando las ajenas (inclusive mis sugerencias).

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domingo, 24 de octubre de 2010

La naturaleza es tonta

La naturaleza comete errores o, al menos, los humanos valoramos como «accidentes naturales» los incendios forestales provocados por un rayo, o los desbordes de ríos, o los huracanes.

Ocurrió una tarde primaveral, cuando yo había resuelto hacer un postgrado vital al salir de la universidad, con un título de ingeniero químico y otro de desorientado.

Me pareció que lo mejor era deambular por los solitarios bosques que están entre Estados Unidos y Canadá.

Durante un idílico atardecer, comprendí que un alce hembra (imagen) había entrado en celo porque los machos comenzaron a llegar de todos lados y a rodearla levantando el hocico para aspirar más intensamente el cautivante perfume que ella emitía por todo su cuerpo, invitando genéricamente a la cópula.

No pasó mucho tiempo cuando uno de los invitados pretendió aprovechar la atractiva oferta.

Eso provocó la decisión de otro, que se estaba tomando su tiempo pensando vaya uno a saber en qué.

Embistió al apasionado congénere y lo apartó de la dama.

La sorpresa, la furia y la frustración, provocaron una tremenda devolución vengativa.

Los otros, que seguían cargando sus vesículas seminales inspirados por el aroma corporal del alce hembra, vieron que los acontecimientos se precipitaban y rápidamente comenzaron a batallar, cada uno por sus propios intereses, puesto que ahí no había bandos sino individuos que sólo quería eyacular dentro de la diva.

Sin embargo, el macho triunfador fue aquél que había tomado la iniciativa.

Cuando —según los usos y costumbres de esta especie—, el capeón demostró ser superior, los otros tomaron respetable distancia y permitieron que el ganador recibiera su merecido trofeo.

Una vez que tuvo su orgasmo, llenando todos los rincones del valle con estruendosos bufidos, se retiró demostrando estar completamente extenuado.

Me pareció que los otros alces se miraban entre sí como preguntándose «¿tú estás pensando lo mismo que yo?».

Así fue que hubo uno que se acercó por detrás del ganador, olió sus ijares, seguramente saturados del excitante aroma por haberse refregado contra la hembra, y, no pudiendo controlar su instinto, penetró por el ano al exhausto padrillo.

Sus gritos ahora pasaron a ser agónicos o reivindicativos.

Así fueron descargando sus vesículas seminales uno tras otro los alces postergados, a tal punto que al capeón comenzó a salírsele parte del recto hacia afuera.

Los pájaros oportunistas, no tardaron en alimentarse con tan rico manjar, provocando en el ganador gestos de arrepentimiento, desdicha y agobio.

Entendí entonces, que la naturaleza no es tan sabia como se dice.

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sábado, 23 de octubre de 2010

Primer premio: una castración psicológica

Por algún motivo, los hijos no quieren que sus padres tengan relaciones sexuales y por algún motivo, los padres suelen no demostrarse amor físico delante de sus hijos.

Una causa probable tiene que ver con el pudor: ese sentimiento que la cultura nos construye para que la niñez y la adultez, queden separadas.

El pudor sirve para reafirmar nuestra creencia en que no somos animales. Es un sentimiento que surge de esta tonta arrogancia ... que desconoce conceptos elementales de la biología.

Quien no logra aceptar que somos animales, está negando o ignorando un dato esencial para actuar humanamente.

La ignorancia de esa información, equivale a un severo retardo mental.

Sin embargo, existe el pudor y también existe la vergüenza.

Ésta se refiere a los hechos consumados. Se produce cuando somos descubiertos en una transgresión al pudor.

En suma: El pudor es un sentimiento preventivo y la vergüenza es el castigo por haber transgredido una norma con la que estamos ideológicamente de acuerdo.

El apartamiento de la naturaleza y por lo tanto, de la sexualidad, cuenta con la severa vigilancia de los hijos.

Particularmente, parecería ser que las hijas se lo prohíben a sus madres y se lo cuestionan a sus padres (varones).

Asimismo, los hijos varones, no quieren ni pensar que su mamá podría masturbarse, tener un orgasmo mediante penetración y, mucho menos, con alguien distinto a su padre.

La señora, una vez que tuvo a sus hijos y que realizó las tareas habituales de cualquier madre, siente que debería olvidarse de los besos, las caricias, la lubricación vaginal, la penetración anal, la fellatio y demás prácticas amatorias de alta gama.

Los adultos, una vez que sus hijos crecieron, deberán ejercer como abuelos, para lo cual, los amados hijos se confabulan y los castran psicológicamente.

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viernes, 22 de octubre de 2010

La celulitis en las fantasías inconscientes

Las fantasías más influyentes en nuestra conducta, son las inconscientes.

Sobre estas, sólo tenemos hipótesis, teorías, suposiciones.

Sin embargo, este no es un motivo suficiente para descalificarlas, porque cuando partimos de la base de que son ciertas (como hipótesis de trabajo en un proceso terapéutico), notamos que su explicitación produce efectos de cambio.

En otras palabras, algunas fantasías inconscientes parecen muy descabelladas, pero cuando el paciente se entera de que esas ideas disparatadas podrían estar en su mente, luego de descreer de ellas, notamos que los síntomas penosos que lo trajeron a la consulta comienzan a remitir, que la calidad de vida mejora, que ahora le interesan otros asuntos y que sigue afirmando que aquella hipótesis alocada no tiene ninguna relación con estas conquistas.

A modo de ejemplo, compartiré una fantasía inconsciente.

Antes aclaro, que una fantasía consciente es —por ejemplo— la de sacar la lotería para comprarnos una casa, operarnos los senos, provocarle envidia a nuestra cuñada.

Una fantasía inconsciente es la que tienen algunas mujeres (repito: sin saberlo).

Ellas imaginan una relación sexual con tres hombres.

Uno la penetra vaginalmente, otro la penetra analmente y al tercero, ella le practica una fellatio, bebiéndose el semen de la eyaculación.

La lógica (disparatada, pero muy humana) de esta fantasía es la siguiente:

— Quien la penetra vaginalmente, es un hombre muy amado como podría ser su padre, un ídolo de ficción, Dios o cualquier otro que le fecunde un hijo maravilloso;

— Quien la penetra analmente, es un hombre cuyas características están muy próximas a lo animal. Probablemente sea de raza negra, con un pene de grandes proporciones, de actitud impulsiva, bestial;

— Quien le entrega su pene para que lo excite con la boca, es alguien que posee valores que ella desearía incorporar (fuerza, poder, liderazgo, salud, resistencia, sin celulitis).

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jueves, 21 de octubre de 2010

Mejor no me lo digan

Quienes disfrutan del ajedrez —como jugadores o espectadores—, pueden reconstruir perfectamente cuáles fueron los movimientos que hicieron los contendientes, para llegar al resultado final.

De hecho, existen libros y revistas especializados, que describen jugada por jugada, las partidas que conservan algún interés deportivo, histórico o pedagógico.

No existen muchas experiencias que puedan ser contadas con tanta precisión y objetividad.

Si bien es cierto que cada fenómeno posee sus antecedentes que lo causaron, no es fácil ponerse de acuerdo sobre cuáles fueron y de qué forma influyeron en el resultado final.

La dificultad para determinar con precisión cómo ocurrieron los acontecimientos que provocaron un cierto resultado, vuelve difícil (cuando no, imposible), sacar enseñanzas confiables de lo que nos ocurre.

Por ejemplo, si un día me levanto con un malestar digestivo, es casi imposible saber qué ocurrió para tratar de evitarlo en el futuro.

Otro ejemplo: si un amigo nos dice que un cierto comentario le resultó de mal gusto, no podemos saber a ciencia cierta qué le molestó: si fue el contenido, el tono, la oportunidad, los testigos, su propio estado de ánimo.

Casi la totalidad de los humanos decimos que rechazamos la mentira y casi la totalidad de los humanos no sabemos cómo muchas veces pedimos que nos mientan, o que, por lo menos, nos eviten saber la verdad.

Como no acostumbramos andar por la vida diciéndole a todo el mundo que reaccionamos mal ante ciertas verdades que nos molestan profundamente, lo hacemos con el suficiente disimulo como para que, por lo menos los más sensibles, se abstengan de comunicarnos ciertos datos.

Sin embargo, esa misma discreta señal que emitimos, es recepcionada por otros que no pueden evitar darnos la información irritante.

Estas son las razones por las que muchas veces nos mienten: para no defraudarnos ni molestarnos.

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miércoles, 20 de octubre de 2010

La filosofía profunda simplificada

El Diccionario de la Real Academia Española, define la palabra caleidoscopio, como «Tubo ennegrecido interiormente, que encierra dos o tres espejos inclinados y en un extremo dos láminas de vidrio, entre las cuales hay varios objetos de forma irregular, cuyas imágenes se ven multiplicadas simétricamente al ir volteando el tubo, a la vez que se mira por el extremo opuesto.»

Opino igual que usted: Esta descripción es totalmente ineficiente. Quien conoce el objeto, sabe que no es tan complicado como su definición.

Pero no puedo levantar mucho la voz porque yo no sabría cómo mejorarla.

Sin embargo, las imágenes que adjunto, nos permiten saber, entender o suponer, algo más.

Lo esencial que deseo compartir con usted es que, un caleidoscopio funciona porque un juego de espejos, muestra diferentes figuras, reflejando unos pocos objetos.

Nuestro cerebro —pero más específicamente nuestro inconsciente—, nos induce a percibir la realidad básica, elemental, la más simple, la que perciben los otros animales, como si fuera compleja.

Podríamos decir que el objeto más grande, es el instinto de conservación (de la especie y del individuo).

Otros objetos más pequeños, están relacionados con los anteriores y son, el instinto de poder o apoderamiento y el instinto gregario.

Nuestras existencias no tienen más ingredientes que esos. Todos los demás son derivados.

Por ejemplo, si nos gusta escuchar música, es porque ella nos estimula los centros nerviosos, de forma conveniente para la salud física, imprescindible para que se produzca nuestra conservación como individuos.

Por ejemplo, si tenemos deseos irrefrenables de copular con cierta persona, es porque el instinto de conservación de la especie nos compele a realizar ese acto tan difícil de eludir.

Existen millones de interpretaciones (percepciones) posibles de esa realidad mínima, elemental, simple.

Tal como si fuera un caleidoscopio.

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martes, 19 de octubre de 2010

«Mi historia es fabulosa ...»

Hay abundantes indicios de que la historia que nosotros contamos, no se corresponde con los hechos reales que nos ocurrieron.

Muchos artistas de la narrativa (cine, teatro, novela), cuando dicen estar inspirados, lo que en realidad reciben de la musa es el final, el epílogo, la resolución del conflicto dramático.

Quizá una novela de ochocientas páginas, tuvo como origen un final que está redactado en las dos últimas carillas.

El cimiento de una historia es su desenlace, aunque cuando empezamos a leerla, nos parece que el autor arrancó escribiendo el comienzo, y así sucesivamente, acompañando el orden cronológico de los acontecimientos.

Algo similar ocurre con la historia de nuestra vida.

Cuando comenzamos a contarla, tenemos la sensación de que seguimos un riguroso orden, día por día, desde nuestra niñez hasta la edad actual.

Como les decía al principio, parece que eso no es así.

Por el contrario, todo indica que cuando vamos a contar nuestra historia, necesitamos justificar lo que hoy somos (pensamos, deseamos, no tenemos más remedio que aceptar).

Por ejemplo: Si hoy estamos a favor de modificar el código penal, entonces nuestra historia deberá tener unos antecedentes tales que, al terminar de contarla, podamos decir: «Es por todo eso que ... hoy estoy convencido de que deberá bajarse la edad de imputabilidad penal de 18 a 15 años».

A su vez —y esto es más conocido por todos—, la historia tiene algunos datos que son más inmodificables que otros, y por eso nuestro desenlace histórico (lo que hoy somos o hacemos), está fuertemente condicionado por aquellos acontecimientos.

Por ejemplo: es casi imposible que emita opiniones contrarias a la Iglesia Católica, porque amé y amo a mis maestros sacerdotes.

En suma: Nuestra historia contada es aquella que hoy «termina» como deseamos que termine y no como fue realmente.

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lunes, 18 de octubre de 2010

La obediencia debida

Decía Napoleón Bonaparte (militar francés, 1769-1821) (imagen), que los ejércitos chicos aumentan la eficacia, concentrando toda su fuerza en los puntos donde se producen los enfrentamientos.

Como los grandes ejércitos se dividen en pequeños grupos, destinando la mayor cantidad de efectivos a proteger los territorios ya conquistados, los pequeños ejércitos pueden ser más fuertes que una fracción de los grandes.

La lógica militar es casi totalmente opuesta a la lógica de los civiles. Aquellos parecen el reverso de estos.

Quienes me conocen ya saben lo que pienso y se los ratifico: «La forma de sentir y pensar de los civiles, está diseñada para mejorar la eficacia de los militares».

Alguien ha clasificado los pensamientos de una forma muy simple:

— Existen pensamientos que funcionan de adentro hacia afuera; y

— Existen pensamientos que funcionan de afuera hacia adentro.

Me explico:

Cuando alguien actúa según lo que él considera que es lo mejor, está usando un pensamiento que funciona de adentro hacia afuera, es decir, actúa según lo que él piensa.

Cuando alguien actúan según lo que la realidad le indica que es lo mejor, está usando un pensamiento que funciona de afuera hacia adentro, es decir, actúa según lo que la realidad le indica.

Por supuesto, ninguno de los dos tipos de sentimientos-pensamientos existen en estado puro.

Sólo se trata del predominio de uno u otro.

Los civiles fuimos educados para creer que sabemos lo que está bien y lo que está mal.

Además, los civiles estamos convencidos de que actuando siempre bien (de acuerdo a la moral, la ley, la ideología), los resultados siempre serán favorables (más tarde o más temprano).

Los militares fueron educados para cumplir las órdenes que les llegan del exterior a través del superior jerárquico.

Civiles y militares, mostramos una ecuación costo-beneficio igualmente diferente.

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domingo, 17 de octubre de 2010

Ofensa terminal

— (Con voz dubitativa) Hola.

— (Con voz muy baja) Hola, Mercedes.

— ¿Qué hacés ahí? Te habían dado 30 años. ¿Te escapaste?

— Me mandaron para mi casa. Creo que esta semana parto para el cementerio.

— ¿Qué pavadas estás diciendo? ¿Te escapaste?

— Tengo cáncer hasta en las uñas, me cuesta hablar, me duele todo. Me muero, hija de puta.

— (Ligeramente burlona) Bueno, me alegro de que revientes y me alegro de que te hayan acortado la condena, ¡jaja!

— Esta será la última vez que me perjudiques. La primera vez me tuvieron dos años preso por culpa tuya y ahora te perfeccionaste.

— Bueno, tenés que reconocer que no me salió tan mal. Además de salvar a alguien que no tiene antecedentes, vos igual te ibas a morir, con o sin acusación injusta.

— No entiendo porqué me tenés tanto odio. Jamás te hice daño, nunca te dejé plantada como tu amante, te fui fiel, honesto contigo. ¿Por qué me acusaste?

— Sos tan imbécil que no entendés nada. ¿Te acordás que cuando cumplí 32 años, vino mi viejo después de cinco años de ausencia?

— (Ahora balbuceando con un hilo de voz) ¿Qué pasa con eso?

— Que vos te tomaste unas copas de más y no tuviste mejor idea que tratarme como a una estúpida delante de él. Justo el día de mi cumpleaños y delante de él.

— No me acuerdo, ¿pero por esa ofensa me acusaste de haber estrangulado a Matilde?

— (Con furia) ¡Vos te regalaste! Siempre abriendo la boca, no tenías coartada y Ramiro me hizo un favor. Además no tiene antecedentes. Está limpio y lo amo.

— ¿Vos te ofendiste porque te traté de tarada delante de tu padre y por eso me mandaste 30 años a la cárcel? ¿No te parece una desproporción?

— (Jactanciosa)Tenés que saber que conmigo no se juega. ¡El que las hace las paga!

— (Ahora con tono y volumen normales) Mercedes, estoy en mi casa para que creyeras la historia que te conté. Tu declaración fue escuchada por un abogado, un escribano, un fiscal de corte y los cuatro guardias que me custodian. Vestite linda que en un rato recibirás un patrullero que te llevará a pasear.

— (Silencio).

(Telón rápido).

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sábado, 16 de octubre de 2010

La neutralidad psicoanalítica

Suiza es un pequeñísimo país, ubicado en el medio de Europa, de cuyas particularidades podríamos hablar durante semanas, sin aburrirnos.

Tiene menos de ocho millones de habitantes, hablan cuatro idiomas, tienen una superficie similar a una isla y pudieron mantenerse neutrales tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial.

Los vecinos estaban matándose a balazos mientras ellos, muy nerviosos y con gran preocupación, estaban armados hasta los dientes, pero sólo para evitar la participación en los conflictos.

Según parece, este hecho casi milagroso, fue logrado gracias a una intensa actividad diplomática, al gran desarrollo militar —que sólo operó en forma disuasiva—, y al factor que todos necesitamos: tuvieron suerte.

Nuestra vocación, gustos y preferencias, seguramente también tienen causas, conocidas o no.

Suiza siempre me pareció simpática y tampoco sé por qué.

Sin embargo, con el análisis pedagógico (por el que tenemos que pasar los psicoanalistas como parte esencial de nuestra formación), pude enterarme de que tengo pasión por la neutralidad, por el respeto de los gustos ajenos y por no aceptar los intentos de modificar las preferencias ajenas.

El psicoanálisis también me parece simpático, por esa neutralidad que parece suiza.

El analista, podrá ser religioso o ateo, revolucionario o conservador, de izquierda o de derecha, pero cuando asume su rol dentro del consultorio, todo eso queda de la puerta para afuera.

Claro que para lograr esos resultados, el profesional tiene que hacer un gran esfuerzo ... como el que hizo Suiza para mantenerse fuera de los conflictos bélicos que la rodeaban.

El analista debe suspender:

— sus ideales personales;
— su deseo de educar (enseñar, corregir, adoctrinar);
— la preferencia por algunos temas del paciente (atención flotante); y
— la tendencia a inducir (sugestionar) al paciente.

Para que este resuelva sus conflictos, es necesaria la neutralidad del analista.

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viernes, 15 de octubre de 2010

Fantasías de una tragedia

Como ustedes saben, el psicoanálisis sobrevive porque dice y piensa cosas un poco raras.

Los psicoanalistas estamos más cerca de la poesía que de la ciencia.

El arte se ha visto fuertemente beneficiado por esta cantidad de nuevas ideas, que aparecieron a partir de suponer que somos dominados por un órgano autónomo, que se reporta a la naturaleza y al lenguaje, subordinando a su dueño.

Dicho de otra forma, el psicoanálisis sostiene que no hacemos lo que queremos sino lo que quiere nuestro inconsciente. Este no hace lo que quiere sino lo que indica el orden natural, y está organizado como si fuera un lenguaje: con su gramática, metáforas, metonimias.

Estamos en el mes de octubre del año 2010 y hoy están siendo rescatados 33 mineros de una mina chilena.

El 5 de agosto pasado, quedaron atrapados en una galería y se los dio por muertos durante varios días.

Cuando se supo que seguían vivos, comenzaron las tareas de perforación y rescate.

Algunas fantasías inconscientes que despierta este hecho —mundialmente televisado—, son:

— Muerte y resurrección del ser humano;

— La zona se llama San José (padre del único resucitado conocido);

— Miedo a enterrar a nuestros muertos sin que hayan fallecido realmente (catalepsia);

— Existen muchos misterios por conocer (extraer de la tierra);

— Individualmente, tenemos mucho por conocer, averiguar, aprender, descubrir;

— En tanto «nada es más valioso que la vida humana», la tierra aún retiene riqueza superiores al oro, los diamantes, el petróleo, ... que podemos extraerle;

— «Dentro de mí existen muchas personalidades que aún nadie conoce»;

— Este hecho completa la historia de «la tragedia de los Andes», estableciendo la conclusión de que los humanos, tanto salvamos a nuestros semejantes como los abandonamos a su suerte ... y de ahí, cada uno se pregunta: «¿qué harán conmigo cuando necesite ayuda?».

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jueves, 14 de octubre de 2010

«Genio maligno: somos amigos»

Buscamos las causas del dolor pero no las causas del placer.

El razonamiento nos justifica rápidamente esta conducta.

Decimos confiados: «Busco las causas del dolor para quitarlas o evitarlas».

Omitimos justificar por qué no buscamos las causas del bienestar.

Nuestro pensamiento primitivo puede explicar algo de todo esto.

La meditación, consulta o estudio, que nos conduzca a descubrir las causas de nuestro malestar, nos distrae del dolor.

Si sólo pensáramos en él, su intensidad sería subjetivamente mayor.

La actitud de búsqueda de causas y soluciones, suele incluir la consulta a muchas personas, aunque el objetivo real no es otro que quejarnos, llamar la atención, recibir comprensión, amor, mimos, tolerancia, miradas.

Toda nuestra quejumbrosa comunicación, tiene también el objetivo de socializar las pérdidas.

Efectivamente, nuestro pesar es más llevadero si podemos fastidiar disimuladamente a nuestros seres queridos, quienes —por imposición cultural—, tendrán que poner cara de preocupación y desear nuestra mejoría ... para que dejemos de molestarlos con nuestros quejidos.

Por el contrario, es por todos conocido que casi nadie socializa las ganancias.

Cuando estamos bien, preferimos no buscar las causas, por lo tanto, no consultamos a nadie, fundamentalmente para evitar que alguien desee compartir nuestra riqueza transitoria.

Existe otro motivo para la búsqueda de causas del malestar y no las del placer.

Nuestra mente funciona habitualmente con viejos esquemas mágicos, con algo del hombre primitivo de quien descendemos.

Lo malo es castigo y lo bueno es premio.

Nos mortificamos buscando las causas del infortunio, aliándonos inconscientemente con el genio maligno encargado de provocarnos dolor.

Suponemos que nos castiga porque «algo habremos hecho» y sabemos que contrariarlo sería ponerlo más agresivo aún.

Buscar las causas es un gesto amistoso: queremos comprenderlo, saber de él, para no volver a molestarlo, queremos ser su amigo, apaciguarlo, que sepa cuánto lo amamos.

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miércoles, 13 de octubre de 2010

Los juegos pedagógicos

El juego de Las escondidas divierte a los niños y consiste en ocultarse de tal forma que el otro jugador no lo encuentre.

Si es descubierto, tendrá que ocupar el rol de quien busca a otros escondidos.

Lo atractivo del juego, está en saber esconderse y también en saber encontrar a quienes se esconden.

Este juego divierte tanto a varones como a niñas.

Es la antesala de otro juego preferido por los varones (y no tanto por las niñas). Me refiero al Pillapilla o Policías y ladrones.

En esta ocasión, un grupo de niños se divide en dos. Los Policías otorgan al grupo Ladrones un cierto tiempo para esconderse, y luego los primeros tratan de encontrar a los segundos.

Estas niñas y varones, vuelven a sus hogares donde los padres prometen obsequios, concesiones, dádivas, remuneraciones, a cambio de ciertas conductas deseadas: alimentarse, vestirse, bañarse, ordenar el dormitorio, estudiar y demás obligaciones infantiles.

Es muy probable que estas diversiones iniciales sean un estímulo para que en la vida adulta, tratemos de escondernos o procuremos descubrir qué hacen los demás.

En otras palabras, aquellos juegos pueden desarrollar nuestra natural proclividad a transgredir las normas de convivencia que nos resulten particularmente molestas.

En la medida que el cumplimiento de las normas de convivencia hogareña deba ser remunerado (premiado, pagado, sobornado), nos predispone para que, en lo sucesivo, exijamos aquello que primero recibimos como estímulo para reforzar nuestra buena conducta.

Conclusión: El juego de las escondidas nos prepara para mentir, tratando de no ser descubiertos.

También nos prepara para entender que los demás se ocultan (mienten) y que tenemos que afinar nuestro ingenio para tratar de descubrirlos.

Las gratificaciones materiales a nuestra conducta obligatoria, son enseñanzas que luego nos permitirán sobornar a otros, así como, cuando aprendemos a exigir gratificaciones, sabremos como chantajear.

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martes, 12 de octubre de 2010

La violencia doméstica según la mitología

Hay muchas historias divertidas que dan su interpretación ficcionada de por qué las cosas son como son.

Me refiero por ejemplo, a la Torre de Babel. Según cuenta, hoy tenemos tantos idiomas que dificultan la comunicación entre los pueblos, porque alguna vez un grupo de ambiciosos, quiso construir un edificio para entrar —sin permiso— al Cielo (residencia de Dios, ángeles y espíritus puros).

Me refiero por ejemplo a la historia de Pandora, quien debía trasladar una caja de un lugar a otro, con la condición de no abrirla. Su curiosidad (tan propia de los humanos, monos y gatos), la llevó a destapar lo que contenía todas las enfermedades que aún nos afectan.

Me refiero por ejemplo a la historia de por qué nos enamoramos. Fue algo parecido a la Torre de Babel, pero más complejo.

Los seres humanos éramos tan perfectos que podíamos reproducirnos a nosotros mismos. Éramos lo que hoy podríamos llamar hermafroditas.

La ambición desmedida de estos humanos completos, hizo que intentaran saber más del reino de los dioses y estos, enojados, los partieron a la mitad.

De ese castigo —feroz y ejemplarizante—, surgió la necesidad que tenemos de buscar y encontrar a esa otra persona que nos complete.

Claro que esta historia nos hace ver que el amor que sentimos por el otro, es en realidad amor a sí mismo. El amor es entonces un sentimiento narcisístico. Quien encuentra al cónyuge acertado, lo/a ama porque es él o ella mismos (su media naranja).

Claro que esta historia nos hace ver que trataremos a nuestra otra mitad, como a nosotros mismos, pero como a veces mi otra mitad no hace lo que debe, debo tratarla de tal forma que mejore esa conducta.

Como los golpes pedagógicos y por nuestro bien, no me duelen, entonces la/lo golpeo.

Nota: La imagen corresponde a la estatua griega titulada Hermafrodita, actualmente en el Museo del Louvre (París-Francia).

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lunes, 11 de octubre de 2010

Cárceles sin rejas ni cerraduras

Existe algo llamado principio de placer, que define nuestra vocación de buscar las mejores opciones, las más gratificantes, las más cómodas y que, simultáneamente, rechaza lo desagradable, penoso, molesto.

Los occidentales (Europa y América), gozamos durante siglos creyendo en un cielo inmaculado, habitado por Dios, ángeles y seres maravillosos, que nos esperaban al morir (Paraíso).

Los chinos, no se gratificaban con esas fantasías. Se gratificaban con otras igualmente placenteras. Por eso ellos descubrieron las manchas solares antes que los occidentales, es decir, pudieron verlas porque no creían (no gozaban creyendo) en un cielo inmaculado (sin manchas).

Provocó furia desenfrenada la hipótesis de que nuestro planeta no está en el centro del universo.

No es casual que la palabra geocentrismo sea casi idéntica a egocentrismo. Aún nos cuesta aceptar que no estamos en ese lugar de privilegio (aunque no sabemos qué beneficio nos traería).

Cosas similares pasaron con Charles Darwin cuando propuso que quizá no fuéramos una creatura de Dios sino hijos de los monos, o con Sigmund Freud al sugerir que no tenemos libre albedrío sino que somos gobernados por el inconsciente y peor aún, que el lenguaje es como una especie de software (Windows, Linux), que nos tiene programados, parametrizados, estructurados (1).

La psicosis ha tenido diferentes interpretaciones a los largo de la historia. Fueron marginados y abandonados, fueron glorificados por suponerlos iluminados y fueron encarcelados por temor.

A principio del siglo 20, el psiquíatra alemán Emil Kraepelin (1856-1926) logró convencer a las autoridades que debían ser liberados e integrados a la sociedad, no sólo por motivos humanitarios sino también terapéuticos.

La insania mental está muy vinculada a la delincuencia y viceversa.

No sabemos realmente si quien atenta contra la ley, está sano o enfermo.

Hoy temeríamos liberar a los delincuentes. ¿Y si fuera lo mejor?

(1) Nota: lamento irritar a los expertos con estas simplificaciones conceptuales, en haras de que sean entendibles para una mayoría.

Nota 2: La imagen corresponde al Centro Leoben, lujosa cárcel austríaca. No he confirmado su existencia, pero es verdad que al menos está en la mente de muchos usuarios de Internet.

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domingo, 10 de octubre de 2010

Los sueños de Tamal

No sé su nombre, pero todos le decían Tamal.

Cuando tenía probablemente seis o siete años, alguien de un circo gritó ese nombre justo cuando él se asomó para curiosear por una rendija de la carpa.

Los que ensayaban se rieron de su cara de asombro y comenzaron a decir «¡Ven Tamal!», «¡Únete a nosotros!», «¡Te divertirás!».

El chico no estaba interesado en los artistas sino en los animales. Sentía una fuerte atracción hacia ellos y —como siempre ocurre—, los animales dejaban que él se acercara. Inclusive los peligrosos.

Lo conocí cierta vez que tuve una actitud poco frecuente en mí: lo invité a desayunar en el bar al que entró a pedir limosna.

Contra mi suposición, comió lo que comería cualquier chico de su edad a quien nunca le falta la comida.

Tenía una pésima costumbre: no podía parar de balancear las piernas y me golpeó infinitas veces, a pesar de pedirle que dejara de hacerlo.

Le hice preguntas clásicas (¿cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿tienes hermanos?), que él contestaba con poco interés.

Me hizo preguntas esperables (¿qué edad tienes?, ¿en qué trabajas?, ¿tienes hijos?).

Cuando le dije que soy psicoanalista, no me entendió y se me ocurrió decirle que me dedico a interpretar los sueños de las personas.

— Yo sueño que veo todo desde alturas diferentes, —me dijo, imaginando que eso era fácil de entender para mí.

Le pregunté si recordaba alguno y me contó varios, uno tras otro, con lujo de detalles, sin vacilar y con gran entusiasmo.

Eran sueños de angustia (miedo, persecución, el corazón que late a prisa) y unos pocos, sobre juegos (correr, revolcarse, zambullirse).

La característica más significativa para mí, fue que no tenían incoherencia onírica.

Desayunamos muchas veces juntos y confirmé que soñaba lo que estaba en la mente de los animales con los que se vinculaba.

No presenté el caso porque ningún colega me hubiera creído.

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sábado, 9 de octubre de 2010

Cuba y Estados Unidos, son novios

Nuestra habilidad para adaptarnos está al servicio de nuestro instinto de conservación.

Si somos animales gregarios, es porque evolutivamente hemos descubierto que cuando tenemos que enfrentarnos a los peligros naturales, nos defendemos mejor en grupo.

Cuando comparamos colectivos con individuos, incluimos como uno de los elementos que permiten la comparación, que los colectivos tienen un líder y los individuos tienen una cabeza.

De hecho, el vocablo capataz deriva del vocablo caput que significa «cabeza» en latín.

Cuando Freud estudió la psicología de las masas, encontró que si formamos parte de un grupo (equipo, nación), el sentimiento que tenemos hacia el líder, tiene semejanzas con el sentimiento que tiene el niño hacia sus padres, esto es, una mezcla de confianza, admiración, temor, deseo de aprobación y rebeldía latente.

La rebeldía latente surge porque, por un lado queremos ser protegidos por los demás y por otro lado queremos ser independientes, libres, no obedecer las órdenes de otro.

De esta aspiración surgen las creencias en el libre albedrío.

Cuando aumenta el miedo y la incertidumbre, deseamos que el líder sea firme, poderoso, quizá tiránico, y las aspiraciones a la libertad individual ceden paso a la humildad, subordinación, esclavitud.

Nunca sabemos si los períodos críticos son espontáneos o provocados.

Podemos suponer que algunos grupos de poder, atemorizan a la población para que ésta patrocine el advenimiento de un gobierno con facultades de gestión máxima (plenipotenciarios).

Los ciudadanos expuestos a estas condiciones, votarán una y otra vez al dictador, pensando que es lo mejor que pueden hacer.

Por estas consideraciones, tengo dificultad para creer que Estados Unidos y Cuba, sean enemigos reales.

Por el contrario, pienso que si los trescientos millones de norteamericanos y los doce millones de cubanos creen estar en conflicto, es porque a los poderosos de ambos países les conviene.

Nota: La imagen contiene al presidente de los Estados Unidos (Barack Obama) y al primer secretario del Partido Comunista de Cuba (Fidel Castro).

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viernes, 8 de octubre de 2010

Un terrón de azúcar por cada examen aprobado

Lo habitual es que nos enseñen a ser responsables y que, a partir de esa sugerencia que nos hace alguien con poder, reaccionemos favorablemente siendo responsables o reaccionemos negativamente siendo irresponsables.

Existe una tercera opción, que es la indiferencia. Cuando decimos que el consejo, enseñanza o recomendación «cayó en saco roto», estamos diciendo que no produjo ninguna reacción en el receptor.

Por como son adiestrados los animales, creo que la diferencia que tenemos con ellos es mínima.

Una diferencia importante es el aspecto ... pero también son muy diferentes entre sí un ratón y una jirafa.

Otra diferencia es el lenguaje, aunque los animales también se comunican eficientemente entre ellos.

Quizá la principal diferencia es que nos preocupa no ser confundidos con el resto de los animales, cosa que al resto de los animales parecería no preocuparles.

Los animales son adiestrados de la misma forma que ellos aprenden a vivir en su hábitat. Cuando algo les sale bien (consiguen alimento, refugio, juego), lo repiten automáticamente.

Los animales humanos también hacemos lo mismo. Cuando alguien con poder (nos alimenta, puede castigarnos, administra el dinero) nos enseña que debemos ser responsables, sabemos que una transgresión a esa enseñanza tiene una consecuencia.

Si la consecuencia es temible, seremos responsables; si es placentera, seremos irresponsables; si la sanción nos parece neutra, entonces la recomendación «caerá en saco roto».

Es posible afirmar que cada una de nuestras acciones está determinada por cómo estamos adiestrados, educados, predispuestos.

Así como ustedes y yo, no podemos ver objetos demasiado pequeños, tampoco puedo percibir que estoy condicionado para ponerme la corbata a rayas, para renunciar al trabajo esta misma tarde o llamar a un amigo después de mucho tiempo.

Lo que parece libre albedrío, es sólo incapacidad para detectar qué condiciona cada acción, por mínima que sea.

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jueves, 7 de octubre de 2010

Vacuna anti-genocidio

El pueblo alemán, trabajador, amante de la familia, provisto de los mejores sentimientos, entendió que el encargado de la propaganda nazi (Paul Joseph Goebbels [1897–1945]) tenía razón: había que matar a los judíos para que dejaran de perjudicarlos.

A principios del siglo veinte, los buenos y laboriosos turcos musulmanes entendieron razonable deportar y matar a los armenios cristianos. Lo sentían así, les pareció justo, lógico y por eso fueron asesinadas millones de personas.

Nuestra mediocre cabecita, tan pobre e inválida que nos induce a creer que somos autosuficientes, que controlamos nuestras acciones y hasta nuestro futuro, cuando está expuesta a una propaganda eficaz, puede llegar a cometer las atrocidades más impensables.

Esto ocurre a nivel de masas, colectivos, sociedades. Y —como a veces ocurre— también existen conductas individuales que funcionan de manera similar.

Aprendimos una gran lección que comenzó con un instinto básico: llorar provoca acciones externas generalmente favorables (y unas pocas veces, perjudiciales).

Traemos el instinto de gritar, llorar, llamar la atención cuando nuestro cuerpo necesita alimento, abrigo, dormir, caricias, compañía.

No tardamos en tomar esta gran herramienta como habitual y luego, si las experiencias no son desestimulantes, usamos el llanto, quejido, protesta, reclamo, aplicando una metodología propagandística.

Así como los alemanes y los turcos, pueblos pacíficos, dignos y cultos, terminaron cometiendo barbaridades imposibles de imaginar, quienes reciben la propaganda lastimera y ruidosa de los que no paran de pedir, pedir y pedir, terminan dando lo que no quieren dar, haciendo lo que no quieren hacer, soportando lo que no quieren soportar.

Este artículo puede servirle a algunos —como si fuera una vacuna que tonifica el sistema inmunógeno—, para defenderse de esa propaganda que puede obligarlos a matar un judío, exterminar a los armenios o tener un hijo no deseado.

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miércoles, 6 de octubre de 2010

No podemos ejecutar la justicia que legislamos

Una persona o institución tienen poder, cuando logran la obediencia de otros.

Los estados resuelve el difícil reparto del poder, instituyendo 3 instituciones independientes que lo administran por competencias.

El fracaso de los matrimonios está causado —muchas veces—, porque sus integrantes son dos en vez de tres.

Teniendo en cuenta la suposición de que existen semejanzas entre la realidad de un individuo y la realidad de un colectivo, podemos emitir opiniones sobre lo que le ocurre a uno en función de lo que le ocurre al otro.

Me explicaré mejor:

Podemos entender lo que pasa en la economía de un país, haciendo comparaciones con lo que pasa en la economía de una familia.

Más concretamente: ni en una familia ni en una nación, es posible gastar más dinero del que se posee, sin caer en un desfinanciamiento, empobrecimiento, quebranto económico.

Siempre ocurre lo mismo: comparar situaciones similares corre el riesgo de que alguien suponga que dos cosas parecidas, son idénticas.

Cuando alguien no distingue la diferencia abismal que hay entre semejante e igual, lo que empezó siendo un intento de aclaración, termina provocando una gran confusión.

Por lo tanto, hechas estas aclaraciones, quiero comentarles algo referido al matrimonio monogámico y los inconvenientes que se producen por estar compuesto por un número par de personas.

A nivel macro, observamos que ningún grupo encargado de administrar el poder, está integrado por un número par de integrantes.

La necesidad imperiosa de que algunos asuntos de familia se resuelvan y teniendo en cuenta que los humanos necesitamos ejercer nuestro poder en aquellas situaciones que nos parecen importantes para nuestros intereses, la institución «familia» se expone a una crisis porque el poder está repartido en partes iguales, que se neutralizan.

Por eso los estados cuentan con tres poderes (ejecutivo, legislativo, judicial).

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martes, 5 de octubre de 2010

La desgracia ajena ¿es divertida?

Según parece, el psicoanálisis cumple un rol socialmente pacificador porque le aporta un instrumento al dicho popular «perro que ladra, no muerde», es decir que, cuando las personas podemos hablar (y ser escuchados), disminuyen las probabilidades de que nuestras pasiones antisociales lleguen a cometer actos lamentables (1).

En un artículo publicado recientemente (2), les comentaba que nuestra angustia provocada por la «inseguridad ciudadana», en realidad está provocada porque nos ponemos en lugar de la víctima y también del victimario.

Es decir que, las emociones que nos provocan algunos problemas ajenos, no obedecen a nuestra bondad, solidaridad ni otras virtudes, sino que está causada porque nos imaginamos ser la víctima y el victimario. Sabemos que tanto podemos ser atacados como atacantes.

El objetivo de estos comentarios no es cambiar la ocurrencia de los acontecimientos, sino disminuir una especie de sobre-precio que pagamos cuando sufrimos innecesariamente en representación de quienes realmente tuvieron la mala suerte de padecer una pérdida.

En otras palabras, nuestro desgaste emocional ante las desgracias ajenas, no hace más que desperdiciar una energía que podríamos aplicar a fines más efectivos.

Se lo planteo de forma aún más explícita.

Nuestro vecino es víctima de un robo y podemos apreciar cuán perturbado quedó por el hecho de que un extraño haya entrado a su casa y por todos los bienes que deberá comprar nuevamente.

Quienes se dedican a llorar solidariamente por la desgracia del vecino, lo único que hacen realmente es construir mentalmente una escena en la que se erigen como el héroe maravilloso, lleno de amor hacia el prójimo, dotado de unos sentimientos humanitarios sublimes.

Este héroe no colabora en nada con el vecino, sino que aprovecha su desgracia para divertirse con las fantasías que la situación le provoca.

Lo que propongo es utilizar la energía de las lamentaciones, ayudando.

(1) Gente que ladra, no muerde

(2) A mí me ocurre todo lo malo

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lunes, 4 de octubre de 2010

«¡A mí me ocurre todo lo malo!»

Hasta que los 33 trabajadores no salgan de la mina en la que están atrapados en Chile (2010), la población mundial —que está conectada a algún medio informativo—, estará enterrada a 700 metros bajo tierra, como ellos.

La angustia es similar en víctimas y espectadores.

No descarto que entre los que estamos afuera de la mina, existan personas que sufren más que ellos.

El deseo es un misterio y definir el vocablo «goce», casi imposible.

Ahora agrego otro tema.

La llamada «inseguridad ciudadana» (delincuencia) nos preocupa mucho.

Si fuera posible desagregar (desglosar, separar) en sus partes componentes (causas), encontraríamos que la propia difusión de noticias que hacen los medios electrónicos (televisión, Internet, radios), —tan abundante, reiterada, con imágenes conmovedoras—, es parte del problema de inseguridad que nos tiene a mal traer desde hace décadas.

Sin prensa, ocurriría que «Ojos que no ven, corazón que no siente».

Otro factor que se agrega a la intensidad noticiosa, es un profundo desconocimiento de nosotros mismos.

Efectivamente, no sólo que los mineros chilenos podríamos ser cada uno de nosotros, sino que los delincuentes que nos tienen en jaque, también podríamos ser cualquiera de nosotros.

Para explicarme mejor: nacemos con similares características propias de la especie.

Imaginemos que esas características, vienen conectadas a un teclado igual para todos.

Lo que progresivamente nos va diferenciando, es que la suerte activará algunas características sí pero otras no, como si en algunos se apretara el botón de la inteligencia, en otros el de la agresividad, en otros el de la habilidad manual, en otros el de la impulsividad. Las combinaciones son infinitas.

En suma: En cada hecho desafortunado, nos angustiamos tanto porque:

— Nos enteramos varias veces (si lo ignoráramos, no nos afectaría);
— Nos ponemos en lugar de las víctimas;
— Nos ponemos en lugar de los victimarios.

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domingo, 3 de octubre de 2010

Aquí les habla Aquiles

Soy el hijo literario de Homero. Él se dedica a reinventar leyendas que le contó su abuela cuando era pequeño.

Como padre no es gran cosa, comparado con otros autores que atienden con mayor dedicación la crianza de sus personajes.

Casi no juega conmigo y no me cuenta historias para hacerme dormir.

En varias ocasiones me rezonga, porque no termina de estar satisfecho con mi forma de ser.

A veces vuelve después de varios días de ausencia y se pone insoportable. La gente le llena la cabeza y lo convence de que yo no tendría que demostrar tanta inestabilidad emocional.

Los griegos nunca están conformes. A veces quieren que sus ídolos sean belicosos, agresivos, violentos y despiadados, y otras veces prefieren héroes paternales, serenos, idealistas, dialogadores y que les perdonen la vida a los enemigos.

A Patroclo me lo trajo papá porque me veía muy solo.

Cuando leo cómo lo describe, me pregunto si no estará enamorado de él.

Quizá yo sienta los celos típicos que tiene cualquier héroe cuando supone que otro personaje podría estar opacando su esplendor.

Lo cierto es que entre Patroclo y yo, ahora hay mucho más que amistad.

Aunque no sea un padre-autor muy cariñoso con su hijo-personaje, estoy orgulloso con la personalidad que me asignó, tan cargada de honor, aún en desmedro del patriotismo que otros hijos-personajes de Grecia tienen que representar.

Me puso de muy mal humor que matara a mi Patroclo prematuramente. Creo que lo hizo por celos.

¡Qué furioso se pondría si supiera que en sueños nos amamos más que antes!

Ahí viene el enfermero a inyectarme el talón con la droga que me cambia de novela por un rato.

Nota: La imagen corresponde a una obra del pintor griego Sosias (siglo quinto antes de Cristo), y representa a Aquiles (derecha), vendando un brazo a Patroclo.

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sábado, 2 de octubre de 2010

Sobre lo bueno de lo malo

En un artículo de reciente publicación (1), hice un comentario sobre los indecisos, esos ciudadanos que piensan su voto y que desorientan a los fabricantes de encuestas, detectores de opinión, pronosticadores del comportamiento de los colectivos.

Conozco muchas personas que sobrellevan una relación conyugal, que comenzó siendo amorosa pero que luego se convirtió en tediosa y ahora, si aún no se separaron, está a punto de convertirse en odiosa.

Nuestro cerebro pretende la estabilidad, rehúye de los cambios, se irrita con la incertidumbre.

Sin embargo, la vida depende de los cambios: de frío a caliente, de luminoso a sombrío, de vivo a muerto.

Esta contrariedad puede explicarse con la hipótesis según la cual, el dolor es necesario para preservar el fenómeno vida (2).

Por lo tanto, los indecisos son personas tan imprevisibles como la vida misma, mientras que los demás votantes, son previsibles como la muerte misma.

A los votantes que todos saben cuál será su voto, también se los llama cautivos, porque poseen una adhesión muy firme a su candidato.

Los matrimonios estables, rutinarios, incambiados, son los más deseados por quienes prefieren la vida matrimonial, pero condena a sus participantes a la mineralización de sus existencias.

Aunque las condiciones parecen ideales cuando todo ocurre igual, día tras días, tarde o temprano sucumbirán al tedio, al aburrimiento, a la insoportable condición de tener que estar vivos pero tener que actuar como muertos ... para que nada altere esa paz que equivocadamente prefieren.

Es difícil explicarlo y mucho más difícil, aceptarlo. Quizá llevarlo a la práctica, sea imposible.

Lo enuncio así:

— los humanos necesitamos la contradicción, la incertidumbre y el dolor; pero

— al mismo tiempo, necesitamos rechazar la contradicción, la incertidumbre y el dolor.

Esto es así porque el fenómeno vida depende de que actuemos estimulados por una interminable insatisfacción.

(1) No estoy seguro si soy indeciso

(2) Vivir duele

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viernes, 1 de octubre de 2010

Los consumidores de dolor

He creado un blog con los artículos que refieren a la hipótesis según la cual, el dolor y su alivio, son instrumentos de la naturaleza para obligarnos a realizar acciones necesarias para que el fenómeno vida, se conserve durante el mayor tiempo posible.

Una vez aceptada esta hipótesis de trabajo, quedamos autorizados para decir que los seres vivos dotados de Sistema Nervioso Central, son consumidores de dolor.

Esta forma de expresar algo que siempre ocurrió, puede ser interesante para percibir asuntos que desde otro punto de vista, no se comprenden o simplemente no se ven.

Efectivamente, es posible decir que los seres humanos consumimos dolor así como también consumimos otros excitantes para mejorar placenteramente nuestra vida (café, té, anfetaminas).

Nuestra anatomía sufre un progresivo desgaste a medida que aumenta nuestra edad y por eso es posible suponer que para conservar el nivel de bienestar que teníamos cuando éramos jóvenes, tenemos que aumentar las dosis estimulantes.

Dicho de otro modo: Nuestro cuerpo joven reacciona satisfactoriamente con un pequeño dolor, con poco café, con pocas anfetaminas, pero el envejecimiento hace que necesitemos subir las dosis de dolor, café, anfetaminas.

Los estimulantes que tomamos por nuestra cuenta, quizá estén bajo nuestro control, pero los que impone automáticamente la naturaleza, no lo están.

Creemos que las dolencias de los ancianos son producto del desgaste natural del cuerpo, pero también podemos pensar que eso es así, no sólo por el desgaste, sino también porque, en millones de años de evolución, el cuerpo regula la cantidad de dolor necesario para que el fenómeno vida no se interrumpa.

Los adultos mayores, no solamente sienten molestias corporales muy variadas y casi constantes, sino que disminuyen las dosis de placer, aumenta el apego a la vida, y así, el fenómeno vida dura el mayor tiempo posible.

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