Cuando la gente de la familia se refiere a nuestra vivienda dice «el apartamento de los solterones».
Vivimos en el lugar más alto de un suntuoso edificio, mi abuela, mi mamá y yo.
La poca gente del barrio que nos ha conocido piensa que somos hermanos porque la abuela luce espléndida con sus sesenta y dos años, yo luzco avejentado con mis treinta y tres años y mamá no luce nada pero se llama Lucía.
El matrimonio es un tabú familiar. Las pocas veces que nos reunimos para conversar o para chatear, estamos de acuerdo en que aborrecemos esa institución.
También estamos de acuerdo en odiar a cualquier gobernante, sea del partido que sea; a la Teletón, porque sirve para higienizar la moral de los evasores de impuestos que sólo pueden hacer su contribución a los semejantes en forma de limosna. Con pequeños matices, también estamos de acuerdo en que al capitalismo le queda poca vida aunque el comunismo tampoco sirve.
Los ingresos de la familia provienen de la abuela porque ella tuvo muchos hijos, todos con diferentes hombres, quienes generosamente le han legados fortunas porque les hizo creer que eran «su único amor».
A pesar de la liberalidad para con su vida personal, la abuela fue muy represora con mi madre, alegando con tono psiquiátrico «vos sos una tonta», a lo cual Lucía no responde poniendo cara de tonta.
Alguna vez, un escurridizo señor, logró burlar la custodia de la abuela y acá estoy yo, con apellido materno y sin siquiera una foto de mi progenitor.
Me tranquiliza saber que él tampoco sabe que es mi padre así que no padezco la mortificación de sentirme hijo de un indiferente.
No sé para qué quieres saber todo esto, pero ya no me molesta contártelo.
Escondí el dinero de la última cuota en el lugar que indica el mapa adjunto y recuerda que debes ser infalible e indoloro. Un cirujano puede equivocarse, un sicario no.
Nota: Este relato está inspirado en un artículo de prensa cuya lectura no sé si recomendar.
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12 comentarios:
Para mí este es un cuento (no un relato) y me encantó; además tiene mucho humor!
Por supuesto que lo primero que hice fue leer el artículo de prensa. Genios los holandeses! Cuando una persona tiene una enfermedad terminal, o un padecimiento que no le permite acceder una mínima calidad de vida, ¿qué duda cabe?
Gente como yo debería tomar la precaución de emigrar a Holanda.
¿Por qué el protagonista del cuento no recurre al suicidio?
Suicidarse debe ser un acto muy violento, y hay que tener el coraje...! Aunque también el hombre debe de tener miedo de que el sicario lo estafe... ojalá que le salga bien, porque querer morirse y encima haberse quedado sin dinero, te lo regalo!
Al de la foto no le doy 33 años ni a palos!
Me dan una pena enorme las mujeres como Lucía, y que las hay, las hay.
Ese hombre fue criado por una abuela déspota y una madre infantilizada; lo compadezco!
Las madres que tienen muchos hijos difícilmente tengan con uno de ellos una relación como la que esta tiene con Lucía.
Para los tiempos que corren, el hombre podría decirse que es un muchachote, es muy jóven todavía. ¿Por qué no busca al padre, de pronto por ese lado logra cambiar su vida?
Me conmueve como todos quieren ayudar a los personajes. Ey! es un cuento, esa gente no existe!
La gracia de los cuentos está en que uno los pueda vivir, Natalia.
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