domingo, 8 de noviembre de 2009

La precocidad de Marcelo

Cuando pensé que me iba a volver loco, decidí aceptar la propuesta de Daiana de divorciarnos.

Yo creí que ella me quería pero la fidelidad a sus padres —especialmente a su padre— era más poderosa.

Me sentía tan acorralado que cometía errores contra mi voluntad corroborándoles hasta las críticas más absurdas.

Marcelito también sufría porque con sus cinco años no sabía a quién creele. Yo lo quise siempre pero en mi rol de padre también cometía errores inexplicables.

El último de esos errores fue irme de la ciudad después del divorcio.

Los triunfadores se quedaron viviendo juntos, aparentemente liberados de una plaga: yo.

Estuve cuatro años en análisis hasta que me atacaron una ganas incontrolables de volver a la ciudad, enfrentarme a los padres de Daiana, recuperar a mi hijo y si tuviera un poco de suerte, también a ella.

Sé que los impresioné con mi forma de presentarme tan decidida, enfática, sin vacilaciones.

Les pedí para ver a Marcelito y los viejos lo consintieron a regañadientes.

Nos abrazamos en silencio. Mientras sentía su cuerpito nuevamente me vinieron las ganas intensas de luchar por él.

Me presenté en el lujoso colegio que nunca hubiera podido pagar y una funcionara muy seria me informó que «Marcelo Podestá es un buen chico, algo retraído, no muy sociable, aceptable en el desempeño escolar excepto en pintura donde se destaca por un talento poco frecuente».

Mientras volvía pensaba que lo único importante para un niño de nueve años era potenciar su vocación. Pensé en la precocidad de Mozart y elaboré una estrategia para ayudarlo a que llegue a ser un futuro Picasso.

Gracias a mi agresiva gestión judicial obtuve el derecho a que viviera conmigo todos los fines de semana.

Para nuestra primera convivencia pasé por la casa de mis ex-suegros el viernes de noche y le dejé a Marcelito doscientos dólares para que comprara los insumos de dibujo que necesitara.

El sábado pasé a buscarlo y nos fuimos con la ropa que le preparó Daiana más las compras que había hecho con los doscientos dólares.

Le mostré su dormitorio y lo dejé para que se acostumbrara a él.

Cuando vino a donde yo preparaba lo que comeríamos me sorprendió verlo muy feliz, vestido y maquillado como una mujer.

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12 comentarios:

la gallega dijo...

Aunque ya sé que no es lo principal, me gustó que el padre no se escandalizara mucho con el aspecto de su hijo.

De todos modos, conociendo que rematas tus cuentos hiper-breves de manera shockeante, pienso que tu sí te hubieras alterado y supones que el "lector común" también lo hará.

Me gustó.

Margarita dijo...

Me encantó! Nunca me habría esperado ese final y sin embargo cuando llega no parece decolgado ni forzado.

Sarita dijo...

Marcelito no quería parecerse a una plaga como el papá.

Marcia dijo...

Es cierto que cuando todos opinan que sos un desastre, terminás haciendo los desastres que ellos esperan.

Anónimo dijo...

Así que para recuperar a un hijo hay que estar cuatro años en análisis.

Anselmo dijo...

Los padres vemos en nuestros hijos vocaciones donde nosotros queremos.

Laureano dijo...

Un niño que está cuatro años sin ver a su padre y con toda la propaganda en contra de la línea materna, difícil que lo abrace en el momento del reencuentro.

López dijo...

No entiendo por qué un hispano le deja a un niño de 9 años dinero en dólares.

Facundo Negri dijo...

El primer fin de semana que pasé con mi hijo, estuvo toda la noche llorando y pidiendo a gritos por su madre.

Ingrid dijo...

A los nueve años un niño que se viste de mujer lo hace en secreto.

Noemí dijo...

Después el padre de Marcelo descubrió en el fondo de la mochila, las témperas y las acuarelas que el niño había comprado.

Lilián dijo...

Los abuelos pueden ser lo mejor y lo peor.

Los mejores son los que no aparecen excepto cuando son necesarios.