La compañía de teatro barrial Amor y odio, dirigida por Glauco Carranza
(alias “El Pato”), comenzó sus actividades artísticas con muchas dificultades,
como cualquier compañía de teatro.
El
Pato era un vocacional de las tablas pero muy pragmático. Él sabía algo de
números, algo de pasiones, algo de psicología de masas, algo del temperamento
de las mujeres, algo de las debilidades de los varones. En suma: sabía algo de
todo.
El
emprendimiento surgió porque el barrio lo necesitaba. «Lo pide a gritos», solía
decir El Pato, para explicarle a los comerciantes de la zona por qué tenían que
colaborar asumiendo una cuota mensual a cambio de publicidad.
Aunque
él sabía algo de cómo es la gente, se sorprendió con todos los pedidos de
participación actoral que recibió. Vecinos de todas las edades le pedían
directamente para trabajar como actores y también indirectamente, presionando a
Mariana para que, «entre polvo y polvo», sugiriera algunos nombres.
Fue
todo un éxito el logotipo que le regaló un muchachito muy tímido, pero genio en
diseño gráfico: eran dos máscaras, una con cara de enamorado y la otra con cara
de bronca. Amor y odio: perfecto!
Un
jubilado del correo le mostró al director una obrita que él había escrito en
horario de oficina. En ella cuatro personajes discutían con tal furia que, al
final, terminaban matándose. El Pato le dijo que era una exageración; el jubilado
le dijo que Shakespeare también mataba a todos; El Pato le dijo «Shakespeare
fue un fracasado con éxito, como tantos» y el jubilado introdujo algunos
cambios, dejó a uno vivo, más de eso no; pero hizo algo más.
El
escritor comenzó a hacer campaña buscando adherentes para una y otra posición
filosófica de las que se planteaban en la familia representada. Sabía a quienes
ofrecerles la posición del marido traicionado y a quienes ofrecerles la defensa
de la mujer infiel.
En
un par de meses el barrio no hablaba de otra cosa y los partidarios del marido
y de la esposa empezaron a mirarse de reojo en el almacén, en la fila para
pagar los consumos, donde se cruzaran.
Mariana
cada vez veía menos veces al Pato. Esta pérdida de protagonismo la indujo a
juntarse con quienes defendían a la mujer infiel. Él se llenó de preocupación.
El
ensayo de la obra se convirtió en un problema de seguridad porque la gente se
agolpaba en la puerta del galpón teatral. Algunos muchachos voluntarios
contenían el tumulto.
A
Mariana se le ocurrió una idea que se propagó como un incendio: diseñó una
camiseta identificatoria de la hinchada infedilista. Por supuesto que los
defensores del traicionado reaccionaron inmediatamente utilizando las camisetas
de un cuadro de fútbol que nunca llegó a jugar.
Dos
horas antes del estreno, la calle quedó cortada por el público, comenzaron los
gritos, los empujones, los golpes. El jubilado llamó a la policía que enseguida
llegó en dos camiones.
Al
bajar, los uniformados de ambos vehículos se pusieron sendas camisetas
distintivas y, sin quitarse la gorra, comenzaron a repartir golpes apoyando a
los hinchas de su personaje preferido.
(Este es el Artículo Nº 2.104)
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