Solo compramos ideas que no contradigan nuestras
creencias. Por eso, los puntos de vista alternativos solo se consiguen no
pagándolos.
Casi todo lo que usted lee fue
escrito por alguien que tiene especial interés en no contradecirlo, ya sea
porque vive de lo que usted paga o porque, simplemente, desearía ser amado por
usted.
Efectivamente, casi la
totalidad de los comunicadores tratan de saber qué es lo que usted prefiere,
qué es lo que usted rechaza y, dentro de esos límites, intenta emitir un
mensaje buscando que usted lo aplauda, le agregue un «me gusta» y siga
leyéndolo eternamente.
Como vemos, siempre que exista
algún fin de lucro existirá una intención de perpetuarlo, dejando de lado
cualquier otra consideración.
Cuando un autor escribe
buscando que usted lo apruebe estamos ante la paradójica situación en la que,
al final, todo lo que usted lee está, indirectamente, escrito por usted mismo.
Es usted quien le dicta al autor lo que quiere que este escriba para luego, al
leer lo que redactó, confirmar que el escritor y usted piensan lo mismo.
La situación se parece a una
agencia de viajes que le ofrezca una excursión muy costosa al maravilloso
paisaje de su propia cara.
Al pagarles, ellos le pondrán
un espejo delante mientras una simpático guía turístico va señalándole: «¡Mire que hermosas
cejas tenemos acá!; ¡No se pierda la comisura de los labios!; ¡Deténgase un
minuto a deleitarse con esta hermosa pestaña que sobresale en el párpado
izquierdo!»
La pregunta obligada es: ¿Por qué pago para que no me contradigan y las
verdaderas novedades son gratuitas? ¿No debería ser al revés?
Como en la economía de mercado los precios se regulan por la oferta y la
demanda, y dado que casi nadie quiere alterar sus creencias, casi nadie demanda
ideas que lo contradigan.
(Este es el Artículo Nº 2.109)
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