jueves, 5 de diciembre de 2013

Para qué recordar a los muertos


La conmemoración del Día de los Difuntos alienta la esperanza de que nunca más mueran seres humanos.

La evocación rigurosa de hechos desafortunados, tales como las Guerras Mundiales, el Holocausto del pueblo judío a manos de los nazis, o el genocidio de los armenios a manos de los turcos o tantos otros, se hacen con la intención de que no vuelvan a suceder.

«Con la intención» o con la muda esperanza, quizá debí decir.

La lógica podría expresarse diciendo que el olvido propicia la reiteración y también su contraria: en la medida que recordemos los hechos desafortunados evitaremos repetir el mismo error.

En psicoanálisis suele hacerse especial hincapié en el punto de vista contrario. Se dice que algunas personas hacen lo que hacen con la intención de no evocar algún recuerdo que, traído a la conciencia, sería perturbador.

En otras palabras, y a modo de ejemplo, es una hipótesis válida suponer que alguien pierde varias veces su fortuna porque teme saber que es hijo adoptivo. Dicho de otro modo, logra deliberadamente perder su PATRImonio para imaginar que fue él mismo quien decidió ser abandonado por sus PADRES y que no fue dado.

Con esta lógica tan ilógica es que ahora puedo plantearles una sugerencia también ilógica.

El día 2 de noviembre se reconoce como El Día de los Difuntos.

Los fieles católicos conmemoran este día destinándolo a colaborar (imaginariamente) con los fieles fallecidos que aun se encontraran en el Purgatorio, en trámite de expiar sus pecados mundanos.

Por lo tanto, los fieles que siguen vivos ayudan a los ya fallecidos para que finalmente puedan descansar en paz.

Algunos quizá crean en que este sistemático recordatorio de quienes ya murieron sirva para que eso no vuelva a ocurrir, es decir, que los que aun no fallecieron se conviertan en inmortales.

(Este es el Artículo Nº 2.101)


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