Desde el punto de vista del determinismo, los suicidas no
deciden matarse sino que padecen una enfermedad terminal.
Un suicidio es algo que nos perturba
fuertemente. Les comentaré algo que, como en casi todos mis artículos, no he
visto en otros sitios, revistas o libros. Les comentaré mi punto de vista, tan
verdadero como cualquier otro, en el entendido de que se trata de un fenómeno
casi totalmente desconocido.
Según creo, el suicidio no es un acto
voluntario sino el desenlace fatal de una enfermedad terminal, cuya muerte está
provocada por el propio enfermo, como ocurre con todos los fallecimientos no
accidentales.
En otras palabras: los homicidios, los
naufragios, los terremotos, los accidentes de aviación, son causas externas por
las que perdemos la vida. Las enfermedades terminales se caracterizan porque el
deterioro orgánico es progresivo hasta que el fenómeno vida se torna imposible
y el paciente fallece.
En
esta última categoría deberíamos incluir la autoeliminación. Dado que la
mayoría de la población mundial cree en el libre albedrío y no cree en el
determinismo, no tiene otra opción que considerar que ese último gesto del
suicida también es voluntario, también está ejecutado en uso de su libre
albedrío y no se admite que es la consecuencia de un deterioro orgánico
progresivo.
Por
lo tanto, si aceptamos que ninguno de nuestros actos es voluntario sino que,
por el contrario, todo lo hacemos influidos por variados y (en su mayoría)
desconocidos factores influyentes,
—
ni viajamos porque queremos sino porque algo de nuestra vida nos indujo a
viajar;
—
ni estamos vivos porque hemos decidido nacer, comer, abrigarnos, sino porque
algo de nuestra existencia nos indujo a satisfacer nuestras necesidades
básicas;
—
ni el suicida se mata porque así lo decidió.
Asimismo,
los intentos de suicidio son comparables a infartos o a crisis asmáticas.
(Este es el Artículo Nº 2.108)
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